7 de marzo de 2021

C. Tangana o el cuestionamiento del sentimiento

Al hilo del último disco de El Madrileño se me vinieron ciertos pensamientos a la cabeza. ¿Por qué escribimos? ¿Por qué y para qué creamos? O, ¿para quién? ¿Para nosotros, nuestros monstruos, nuestro pasado, nuestro futuro, nuestros crushes, nuestros ex, nuestros abuelos, nuestros muertos, nuestros amigos?

Escuchando la canción raíz del disco, que dice: "Yo he nacido bohemio, pero tu amor me ha cambiado y ahora quiero triunfar y ganar y salir en la tele y la radio." Y más tarde: "Es un veneno que llevo dentro en la sangre metido que va a hacer que me mate sin que me hayas siquiera querido". Puede que 'escribimos para que nos quieran' sea una buena respuesta.

A nivel usuario: ¿para qué escribimos un tweet? Seguramente que porque sabemos que alguien lo va a leer. Lo sé, vosotros escribís en Twitter porque os gusta escribir y punto. Pero la libretita que tenéis en la mesilla de noche sigue en blanco.

O dicho de otra manera: ¿puede que el acto de escribir o de crear sea un acto puramente egoísta? Porque ya más que alimentar nuestro ego, quizá nos aporte cariño, comprensión, reconocimiento por parte de los demás. Amor, al fin y al cabo. Incluso las críticas si son constructivas nos pueden reportar cosas buenas. O puede que nos conceda identidad, seguridad, exorcice nuestros fantasmas, calme nuestras tristezas, canalice nuestra excitación, reconozca nuestros fracasos y nos ayude a avanzar.

Entonces: ¿cabe la posibilidad de que el oficio del artista sea llevar la vida hasta la extenuación? Es decir, vivimos para nosotros pero hacemos de todo (hasta lo impensable) para que nos quieran. O para aprender a querernos. Quizás el arte solo trate de llevar eso hasta las últimas consecuencias. Como una manera de expresarse, de soltar lastre, de mostrarnos y de encontrar. Y casi siempre ofrece recompensas, ya sea el aplauso de un teatro o un whatsapp de tu crush. Es natural, algo intrínseco al ser humano, que necesitemos ser tanto emisores como receptores de creaciones. ¿Cómo podemos criticar que alguien escriba, cante, baile, actúe para que le quieran? ¿Pero es que acaso no nos hemos dado cuenta de que su vida gira en torno a la exposición y su creación comienza a llamarse "arte" en el momento en que otra persona ejerce de receptora?


Todo esto me llevó a pensar en el tema de la interpretación de la obra de arte. Y aquí es donde surge el germen de las encarnizadas discusiones cuyo lugar de culto son actualmente las redes sociales. ¿Desde qué ángulo la miramos? ¿La interpretamos según la historia, según nuestros sentimientos, según el propio autor, según la RAE? Interpretar una obra más allá de su calidad objetiva (según unos cánones que hemos establecido previamente, ojo) requiere de recursos incontables (hello, historiadores del arte) y de los que, por supuesto, carezco. Así que mi limitación hace que interprete todo según mi propio criterio. El que me han dado los años, las películas, otras personas, mis padres. Y como cada uno tiene su criterio, pues el conflicto está servido. ¿Partíamos de que creábamos para molar a nuestros crushes, no? Básicamente. El problema es infinito. Se critica todo, tire del palo que tire. Y se critica mal. Porque claro, es arte. Y quizá se nos olvide el fondo: el acto creador. La raíz y el quid de todo.

El oficio de crear, tan unido al sentimiento, se vuelve necesario. Nos aporta una identidad. Nos ofrece un aprendizaje. Nos conecta y nos ennoblece, aunque quizás partamos de un objetivo egoísta. Necesitamos sentirnos queridos. Algunos lo llevamos como podemos. Y otros se dedican a transformar frustraciones en hermosas obras de arte. Solamente por la valentía y la falta de pudor que este hecho requiere, considero que ninguna creación debiera de ser repudiada. Sí criticada duramente (y argumentadamente) si es necesario, no me entendáis mal. Pero criticar la soberbia de un artista (refiriéndose a su obra en exclusiva) es un sinsentido en sí mismo. Lo que debiera de criticarse es su falta de sangre, su falta de ambiciones, su falta de sentimiento. Y es que es justamente allí donde entra en juego el sentimiento, donde la moralidad levita.

Ya sea la angustia de vivir, la felicidad de encontrar, el dolor de perder, el orgullo de seguir, el placer de triunfar. Todo ello tiene cabida en la vida y, por supuesto, tiene cabida en el arte. Hay quien lo lleva a cabo de manera más o menos brillante en términos exclusivamente objetivos (¿objetivos?). Hay quien lo guarda para sí, y hay quien, si tiene suerte y ganas, lo expulsa de su interior y lo comparte con los demás. Y la pureza de este acto justifica la flaqueza o la soberbia del contenido. De verdad. Qué cosas nos habremos perdido porque alguien decidió avergonzarse y resetear el ordenador, o quemar el boceto, o eliminar la escena de un montaje por miedo a. A qué dirá quién. Qué diré yo mismo entonces.


Así que, y sé que estoy divagando, intento volver a mi idea central (si es que acaso existía en algún momento). La pureza del acto de crear (y que no nos equivoquemos, todos tenemos) es la pureza que intentan tirar por la borda los proclamadores de verdades inamovibles; cuando, bien sabemos, que si hay una sola verdad, esta no existe en el arte. Me aterra pensar que mi gusto sea exacto al de los demás y perder así mi individualidad, quizá mi albedrío. Vamos a ver. Dejemos ser libres a quien debe ser libre. Dejemos crear en paz. Dejemos disfrutar del acto de crear. Dejemos que alguien peque, o más bien, ejerza su derecho a la soberbia al escribir o al cantar. Que recicle, que fusione, que repita lo mismo, que estampe papeles en cada esquina, que innove o que vuelva a lo de siempre. Si hay que juzgar algo, que sea solo el no haber podido disfrutar de su obra antes.

Ojo, cada uno está en su derecho de que algo le guste más o menos. Y los entendidos están en su derecho (o en su deber) de remarcar los aciertos o corregir los fallos académicamente. Pero dejemos el sentimiento a parte. Cuestionar el sentimiento es como cuestionar la vida. Y si la vida no tiene puto sentido, tampoco el sentimiento. Aunque tu sentimiento tenga como objetivo la riqueza, el placer, el número de tu vecino o un Ford Fiesta.


Una última cosa que me ha venido a la cabeza, en relación a la esencia del disco, es un problema que creo que trasciende lo generacional y nos empapa las entrañas desde la cuna. Es algo de lo que ya he hablado más veces y en lo que servidora cae una y otra vez: el hecho de relacionar lo español con la caspa, un señor bajito o el atraso. Algo que últimamente nos estamos intentando sacudir de encima (al menos, en la música). Devolver el folclore a lo que es: folclore. Sin peyorativos. Sin segundas interpretaciones. Escuchar copla sin retrotraernos al 1936 de los fusiles. Creo que esto es algo que se está haciendo y, lo mejor, se está consiguiendo en todos los estilos, artistas y colores posibles (estrategias de marketing a parte). Es en esto en donde creo que el disco antes nombrado se convierte en un acierto, o al menos, en un intento muy mediático de acercarse a la raíz del problema. Y a mí, me vale (según mis propios criterios. Remitirse a líneas anteriores). Pero esto es otro tema.


No le hace falta al señor Tangana que yo le defienda, faltaría más. Las interpretaciones son odiosas. Creo que el hecho de escribir estas líneas es un acto intrínsecamente egoísta. Quizá una justificación de mis contradicciones y equivocaciones. Quizá un discurso al que agarrarme cuando alguien cercano critique mis poemas. Quizá una manera de sentirme querida. O quizá una manera de combatir soledades y salidas del tiesto.


En fin, como iba diciendo: " lo hice por ti."





3 de noviembre de 2020

A tu (mi) vida

¿Soy yo o una imposición del mundo? ¿Soy la creación de un guionista arcaico y conservador? ¿Dirijo yo mi vida o ella me dirige a mi? Y lo más importante, ¿elijo yo mis pensamientos o la sociedad los elige por mí? En esto me hallo, en el día milésimo, a la hora interminable, de un año medio maldito. Camino por la calle directa a hacer unas fotocopias y paso por una peluquería en la que cada dos años me corto el pelo 30 cm para hacerme creer que cambiar mi pelo va a cambiar mi vida. Sin embargo, un pensamiento furtivo se me cruza por la mente. Momentáneo. ¿Y si ahora me rapara el pelo? Pienso que eso sería un cambio, al menos, notorio. Pero me doy cuenta de que en estos momentos no hay nada que podamos hacer sin cita previa. Me doy cuenta de que no es momento para locuras. No te puedes rapar la cabeza a gusto. Ni besar a alguien en el portal por primera vez sin pensar en anticuerpos. Me da un escalofrío. Y sigo caminando. No es que hoy me apetezcan las locuras, pero me encantaría saber que puedo hacerlas si ese es mi deseo. Y enlazando pensamientos y conversaciones en la distancia con personas estupendas que se estrujan el cerebro en cosas banales como yo, vuelvo a casa pensando en algo que no tiene nada que ver con la salud de los españoles. Menos mal. 

Pienso en que a veces no me encuentro a gusto con mi vida. Lo paradójico es que no me encuentro a gusto con mi futuro, concretamente. Como si uno pudiese decidir sentirse satisfecho de algo que aún no ha ocurrido. Me doy cuenta, así, pensando en cortes de pelo y colas a un metro de distancia, de que me agobian cosas que no han pasado. Y, atención a esto, lo más fuerte: que quizás jamás pasen. Es una maravilla nuestro cerebro. A mí, desde luego, me fascina cada día. Esa capacidad que tiene de joderte un día maravilloso lleno de colores otoñales, olor a café recién hecho y un nuevo disco de indie pop, solamente haciéndote pensar (y repensar) en momentos de tu vida que puede que nunca se produzcan. Es que no me negaréis que tenemos un instrumento que es la hostia. 

Así que, heme yo de regreso a mi casa. Escuchando un podcast que resulta ser iluminador a la par que instructivo. Quizás no por su contenido, sino por el momento de mi vida que he elegido para escucharlo. Me encuentro escuchando el relato de la vida de Gloria Fuertes, luego de Gloria Steinem, Patti Smith y Janis Joplin. Es una podcast de estos que intentan hacer algo de justicia (si es que aún estamos a tiempo) con muchas mujeres que han sido tan importantes para la historia (puede que sin querer serlo) y que muchos recordamos quizás solamente como aquella drogadicta o aquella escritora para niños. No es mi intención recalcar estos últimos chismorreos, sino incidir en el hecho de que muchas de ellas hicieron todo lo que pudieron para vivir según sus propias convicciones. Y muchas veces, no fue tarea fácil. Siento profunda admiración, y a la vez, una losa. Me explico.

Sería una estupidez referirme a mi situación personal como reflejo de la complejidad del mundo. Sin embargo, me doy cuenta de que me siento identificada con muchas personas (y no solo digo mujeres, aunque desgraciadamente suelen ser las más afectadas) que, en algún momento de sus vidas, se sienten atrapadas en ese: 

nosaberquéestoyhaciendoconmividaquévoyaserdóndevoyavivirtendrétrabajocomidaamorhijosseréfeliz. 

Resulta que me veo empujada por una fuerza que no sé de dónde ha salido. Algo que me dice lo que tengo que hacer, lo que tengo que ser y, lo peor de todo, cómo tengo que vivir y pensar mi vida. Esto es algo, que, si bien le puede pasar a cualquiera, ocurre sobre todo en esos momentos vitales en los que parece que se va a acabar tu vida si en vez de A eliges B. Véase, la "crisis del cuarto de vida". Sé que estoy mezclando muchos temas. El feminismo, la crisis de la juventud, el futuro, mi corte de pelo. Pero por alguna razón, mi mente ha hecho una extraña asociación de ideas, y ha decidido que podía formar una tesis a partir de ellas. La cosa es que escuchando sobre la vida de algunas mujeres, que a día de hoy, se consideran relevantes para la historia (y digo esto con cierto escepticismo, pues no sabría clasificar a las mujeres en "relevantes y no relevantes para la historia"), me daba cuenta del hecho de que muchas de ellas tuvieron que "escapar" de lo establecido para poder llegar a ser quien ellas querían ser (no digo que lo llegaran a conseguir o que el camino fuera el correcto). Pero, ¿quién dicta qué es lo correcto y lo que no? ¿Quién determina las leyes de lo establecido? ¿No sentís una cuerda que tira de vosotros hacia delante y no podéis cortarla y a veces ni la veis, pero sabéis que está y os hace llorar por las noches? Es que vaya una putada el mundo y la mente, la verdad.

La cosa. Que me he dado cuenta de algo que llevaba sospechando un tiempo. Además, en estos tiempos que nos ha tocado vivir (y no quiero malgastar una sola de mis palabras en describiros la situación de mierda en la que nos encontramos), parece como si la vida se sintiera mucho más fuerte. Me explico. Parece como si el futuro estuviera acechando. Cada vez más acuciante. Mirándote fijamente. Interrogándote. Oye, ¿pero en qué momento vas a empezar a ganar dinero? Oye, pero dime: ¿es que acaso estás haciendo lo que te gusta de verdad? Pero, ahora de verdad, ¿tú te ves toda la vida haciendo lo mismo? Pero eh, oye, eh, ¿dónde está tu pareja estable que mira que te acercas peligrosamente a una edad? Ey, por favor, ¿pero es que en algún momento te vas a asentar en algún lugar? Pero vamos a ver, ¿es que tú crees que así vas a tener hijos algún día? Pero, ¿qué me estás contando? ¿Qué haces estudiando eso que no tiene salidas? O, o, espera, eso que no te gusta y, ¿qué pasa con tus sueños? Pero, joder, ¿cómo vas a dejarlo con alguien con el que llevas tanto tiempo si casi ibais a casaros y formar una familia? Y, joder, ¿es que quieres envejecer solita/o? Ay, mi vida, pero ¿te gusta hacer punto? ¿Y los gatos? Porque mira, mira, estoy viendo tu futuro y veo: muchos gatos. O no, no, veo: un puente, y tú debajo, eso sí, tocando la guitarra como te gusta. A ver, seriedad ¿crees que tomar esta decisión te va a alimentar el día de mañana? Pero, oye ¿qué pensarán tus padres de esto? ¿Y los demás? ¿Qué pensarán los demás? Por favor, céntrate. Pero céntrate bien. Por el camino del rigor. Por el camino de lo establecido. Mira que el caminito está ya ahí. ¿No lo ves? 

¿Os he agobiado lo suficiente?

Era mi intención.

Pero solo quería probar un punto. La realidad. No sé si a muchos se os pasan por la cabeza alguna de estas cosas. La verdad, no tengo ni idea. Pero es que creo que es algo tan importante y de lo que se habla tan poco, que me enerva. En estos momentos, ya en casa, escribo esto: 

"Me aprisiona la meta obstinada, el óxido de los pensamientos que alguien colocara en mi mente hace siglos, el calco premeditado, la línea segura, directa, alabada, ¿deseada? Todo lo demás dejó de interesarme al darme cuenta de que no hay nada en el futuro que no haya determinado mi pasado. Quisiera que las imposiciones dejaran de hacerme sangrar y seguir el camino de la libertad y el azar sin juzgar de erróneas las decisiones que de ahora en adelante tomaré. Quisiera poder respirar como lo hacía antes de revelarme idéntica a la masa pusilánime del mundo. Quisiera ser siendo yo sin ser la imposición de los años, las costumbres y las miradas. Pero escapar a la dictadura de lo establecido requiere fortaleza de carácter y pureza de alma. Sigo siendo por ser, con un objetivo ilegítimo, con un sentimiento pesaroso, con una monotonía demencial. Mi objeto ya no es ser yo o ser feliz, que es lo mismo, si no ser como ellos y ser feliz según ellos. Todo lo que se me impone como verdadero es lo verdadero. Todo lo que siento como certero es certero. Tengo que. Debo de. Hay que. Necesito que. Todo se reduce a lo mismo."

Todo se reduce a lo mismo. Y no quiero. Me doy cuenta de que no me da la gana. Yo, que siempre me consideré moderna y liberal. Ahora quiero ¿quiero? y necesito ¿necesito? tener trabajo, piso, pareja. Y me enrabia. Intento escapar de mis pensamientos y no encuentro salida. Se revuelven. Una y otra vez. A veces parece que se han ido y de repente, te los encuentras saliendo a la superficie tras ver a Carmen Maura desgarrada de dolor porque su amante la ha dejado. Tira un teléfono rojo contra un cristal. Y crees que es tu vida resquebrajándose. Pero.

¿Es tu vida? Más bien, el boceto de tu futura vida. Y a veces, ni eso. Es tu mente haciéndose la interesante. Mira, qué cositas he creado para ti, ¿te gustan? Abro los ojos (metáfora). Y me doy cuenta de que me estoy dejando llevar. Porque aunque me destruya por dentro, es tan fácil. Me dejo llevar cuando decido hacer algo que no quiero de verdad. Pero, ¿cómo sé que eso es lo que no quiero de verdad? ¿Cómo sé que eso es lo que yo quería y no lo que la sociedad quería de mí? ¿Cómo, cómo, cómo...?

Supongo que es justamente ahí donde nace aquello que dicen del "autoconocimiento". Yo no quiero ser una imposición del mundo. Y en este punto, y será mi última reflexión, tengo que hablar de una charla que he mantenido recientemente. En ella hablábamos de cómo nosotros mismos nos imponíamos unas metas que no sabíamos si salían de nosotros mismos o del medio. Yo recordaba las películas de Almodóvar. Veía a esas súper-mujeres desgarradas de dolor por un amante. Y me sentía ellas. Y no sabía si era bueno o malo. Desde luego, no creo que Almodóvar quisiera realizar en ningún momento un alegato feminista, pero me resulta tan horroroso el mensaje que me transmite, que me sobresalto. Me flipan sus películas, pero cabe la posibilidad que la vida me la haya jugado haciéndome creer que tengo que romper copas, tomar somníferos o vagar por las calles si mi amante me deja. Cualquier otro ejemplo, de cualquier otra muestra artística, o de cualquier vida ajena, me sirve para demostrar lo que quiero decir. Y es que, somos tan débiles. Sobre todo en una sociedad envenenadamente fuerte. Es algo terrible, supongo. Pero también culpa mía. Por creer al arte y a la vida ajena como reflejo de la propia.

No quiero llegar a ninguna conclusión. Solo quiero plantear ideas y ya que cada uno saque las suyas propias. De mi realidad, tengo que decir, que detesto aquello que llaman como el "autocuidado"pero que no es porque no lo vea necesario (o esencial), sino simplemente, porque quizás no me resulte lo suficientemente interesante en este punto de mi vida. Creo que el tiempo me formará. Lo único que puedo intentar (y digo intentar) es no auto boicotearme. Y comprender que cada uno tiene su vida, sus tiempos, su felicidad, y sus ruinas. Y bueno, yo qué sé, si no me creo las películas de Tarantino pero las veo y disfruto con avidez, quizás no debería creerme lo que se supone que dice la sociedad sobre mi futuro y mi vida, que para algo es mío. Digo. Yo qué sé. Las personas somos tan maleables y débiles que es un milagro que sigamos aquí, de verdad os lo digo. 

No sé quien ha dictado estas normas que me resultan tan incomprensibles y en las que, sin embargo, caigo una y otra vez. Y no estoy segura de estar viviendo bien mi vida. Pero, ¿quién está seguro?




30 de abril de 2020

Dale una oportunidad al cine

En esta entrada me desprendo de mi usual sentimentalismo tragédico con el que narro las vicisitudes de mi aburrida vida y hoy, me inclino por la reivindicación. 

Vengo a reivindicar el cine. Porque no paro de escuchar a mi alrededor críticas despectivas hacia ciertas películas por clásicas, por largas e "intragables", por ser de hace mil años, por ser pedantes, por estar en blanco y negro, por ser para gente que le gusta el cine tía pero para mí no. Y esto me da mucho rabia, pero sobre todo me da mucha pena. Me da mucha rabia porque que se caracterice de desconectada de la actualidad a una película clásica solo por el hecho de su año de rodaje me parece de una atrevida ignorancia; pero sobre todo me da mucha pena, porque perderse más de la mitad del legado artístico de nuestro mundo por un prejuicio estúpido supone dejar escapar la oportunidad de enriquecerse tanto cultural como personalmente. Y eso es algo que no puedo dejar estar. Por eso, hoy vengo a reivindicar.

Qué me estás contando, tía. Pues mira. No voy a hablar de obras maestras, no voy a hablar de planos y contraplanos, estructuras de guion, edición, cambios de luz o método Stanislavski. Voy a hablar de la historia detrás del cine y de la historia detrás de que a mí me guste el cine. 

Ordeno cronológicamente porque tengo las ideas mezcladas y necesito un hilo conductor. 

1940. Quiero rescatar a Chaplin. Este señor inglés instalado en EEUU, dirige en 1940 la que sería su primera peli sonora, "El gran dictador". Hablamos de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Un señor con bigote, bajito y de posible ascendencia judía (me refiero a Chaplin, no a Hitler) hace una película en la que se mofa de Hitler y Mussolini en particular y de los regímenes dictatoriales en general y en la que critica la persecución de los judíos en Europa. Y la gente la ve. Cierta gente, claro. En España no se estrenaría hasta después de la muerte de Franco. Vuelvo a decir, estamos en 1940, y las escenas de sátira hacia las dictaduras me hacen morir de risa y a la vez, flipar con eso de que se pudiera rodar algo así en mitad de tal conflicto. El discurso final de esta película, mundialmente conocido, es una defensa de la paz y de la unión de los pueblos contra la tiranía, y sigue estando vigente pasen los años que pasen. Un discurso que acaba así:

"En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres solo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.

Soldados: en nombre de la democracia, debemos unirnos todos”.

Yo veo esto en 2019. No diré qué acontecimientos fascistas se producen en nuestro mundo en noviembre de 2019, lo dejo a vuestro juicio, pero a mí, me recuerda a la actualidad, me da mil vueltas a la cabeza, y su discurso se me queda muy dentro como si me estuvieran hablando directamente. Sofía, joder, soy Chaplin hablándote hace 80 años. ¿Qué, cómo? ¿Hace cuánto?

O sea, que el inconveniente de que sea en blanco y negro, ni te enteras, os lo aseguro. Que sea larga. Dura 124 minutos; dura más la última de los Vengadores. Que sea aburrida, imposible. Se está riendo de los putos nazis, joder. Eso es algo atemporal. 




1951. Estamos de nuevo en EEUU. Elia Kazan, un director excepcional pero posteriormente repudiado por Hollywood debido a su participación en la caza de brujas, dirige una de las películas más importantes de todos los tiempos: “Un tranvía llamado Deseo”, una adaptación de una obra teatral de Tennessee Williams. Así que estamos en los 50, en Hollywood. Pero también estamos en el siglo XXI. Una adolescente Sofía tiene 15 años, y ese día, acaba de tener, examen de física y química (a saber). Mientras cena, zapea y ve en la por entonces cadena de televisión “La sexta 3”, que están echando cierta película en blanco y negro. Le suena el título, y ahora puedo confesar que le suena porque había visto un capítulo de los Simpsons donde Marge protagonizaba esa obra de teatro. Así que se queda viéndola. Ponen que es para mayores de 18 años. Pero vamos a ver, cómo una película de hace mil años puede ser para mayores de 18 años. Sofía suda del cartelito rojo. Entonces Sofía aún no lo sabe, pero está viendo una de las películas más famosas de todos los tiempos. También está viendo a Vivien Leigh y a Marlon Brando en su apogeo como actores. Y lo que menos sospecha Sofía, es que está viendo una peli sobre abusos, violencia de género, sexo, locura, prejuicios, clases sociales, estereotipos y traumas infantiles. O sea, Sofía está jodida. Os copio aquí su sinopsis: “Blanche, que pertenece a una rancia pero arruinada familia sureña, es una mujer madura y decadente que vive anclada en el pasado. Ciertas circunstancias la obligan a ir a vivir a Nueva Orleans con su hermana Stella y su cuñado Stanley (Marlon Brando), un hombre rudo y violento. A pesar de su actitud remilgada y arrogante, Blanche oculta un escabroso pasado que la ha conducido al desequilibrio mental. Su inestable conducta provoca conflictos que alteran la vida de la joven pareja”. 

Pero al final lo que Sofía saca en conclusión de “Un tranvía llamado Deseo” es que es una historia de violencia, de deseo y de locura. Y estos son temas atemporales. Repito, atemporales. Y Sofía flipa de una manera superlativa. Su primera peli en blanco y negro y le ha dejado loca. Y al día siguiente, vuelta a los ejercicios de matemáticas. Que alguien se compadezca de ella.

En fin, no sé si me he explicado bien. Tenemos el prejuicio de que es en blanco y negro, de que está basada en una obra teatral archiconocida y de que es un “clásico”. Y a mí me la sudan. Una película de 1951 que trata temas fundamentales viaja en el tiempo hasta 2010 y una adolescente saca las mismas conclusiones que sus espectadores originales. Esta es una película que, sin ser de mi top 10, recomiendo encarecidamente ver. Porque la excitación que deja, se entiende antes, ahora y siempre. Solo son 122 minutos, no me jodáis.




1961. Sigo en Hollywood. Hay una escena mítica que todo el mundo conoce, aunque nunca haya visto “Desayuno con diamantes” de Blake Edwards. Y es esa escena de Audrey tomando un croissant en frente de la joyería Tiffany´s. Solo por eso ya podría ser atemporal. Pero bueno, aquí sí lo tengo que decir, y es que estoy profundamente enamorada de Audrey Hepburn y de esta película, e igual no soy 100% objetiva. Pero tengo que hablar de ella. Apunte: esta peli ya es en color. Una Sofía adolescente, que sigue ocupando el protagonismo de mis recuerdos, ve por primera vez “Desayuno con diamantes”. La conclusión que saca esta chavala de 15 (o 16, no sé) de esta primera visión, es que quiere ser como Holly Holightly (la protagonista), quiere llevar su ropa, tener su gato, enamorarse de su vecino, etc. Y Sofía vive a partir de entonces en un cuento de hadas made in Hollywood. Lo que Sofía desconoce es que esta película está basada en una novela de Truman Capote, que para quienes le hayan leído, sabrán que no es precisamente un novelista edulcorado, sino más bien alguien visceral y rudo. Periodista, ni más ni menos. 
Así que, Sofía ya a los 18 lee esta novela llamada “Desayuno en Tiffany´s”. Aunque después de ver la película de Hepburn tres veces más en esos años, algo sospechaba, ahora lo confirma. Esta película trata sobre una prostituta con un pasado perturbador que se enamora (Capote no lo llamaría enamoramiento, precisamente, pero sí, algo pasa) de un escritor (y gigoló) vecino suyo. El final de la película es, hay que reconocerlo, el de una verdadera comedia romántica hollywoodiense, y dista un poco, del final agridulce que le dio Capote en la novela (no os lo desvelo por si queréis leerla). Ahora sí, os pongo la sinopsis de la película: “Holly Golightly es una bella joven neoyorquina que, aparentemente, lleva una vida fácil y alegre. Tiene un comportamiento bastante extravagante, por ejemplo, desayunar contemplando el escaparate de la lujosa joyería Tiffanys. Un día se muda a su mismo edificio Paul Varjak, un escritor que, mientras espera un éxito que nunca llega, vive a costa de una mujer madura.” 

¿Cómo? ¿Nada de prostitución? ¿Nada de exceso? ¿Nada de bisexualidad? Lo habéis adivinado, Hollywood me la coló e hizo que mi yo de 15 años quisiera ser una prostituta. Con todo el respeto que se merecen, por supuesto. En fin, puede ser que más bien yo quisiera ser Audrey Hepburn. 
Si toda esta historia aún no os ha dado ganas de verla, o de verla de nuevo, también tengo que decir que el papel de Audrey iba a ser primero para Marilyn Monroe. Pero que esta lo rechazó porque no quería que se la relacionara con un papel de señorita de compañía. Y ahí sí, puede que toda la película hubiera cambiado por completo. Y quizás hubiera hecho más feliz al pobre Capote, que debió de flipar con la versión edulcorada de Blake Edwards (ojo, que yo la amo). Pero la ingenuidad de Hepburn es esencial para darle el toque de inmortalidad a esta película, unida a ese vestuario perfecto y a esa música de Henry Mancini. Bueno, y la escena de la fiesta en el apartamento de Holly, que es divertidísima y brutal. 

Estamos en 1961, vuelvo a recordar. Y, al fin y al cabo, la película hablaba de una joven liberada sexualmente (la protagonista tenía 19 años) y de su independencia, de las apariencias, del glamour y de la sordidez, llamémoslo así. Pero también tiene todos los ingredientes de una buena comedia romántica, no os asustéis. Dura 115 minutos, es en color y tiene protagonistas guapísimos. Os animo a verla.




1972. Ostia, Sofía, otra vez Hollywood, qué pesada. Bueno. Es que tengo que hablar de una película porque es esencial en la historia del cine. Y es que también tiene una relación con la Sofía adolescente. Esta vez, Sofía pasa la noche de su 18 cumpleaños en casa. En la tele ponen “El padrino” y su padre, que es el fan número uno de esta trilogía, le anima a verla. Así que ambos se ponen a verla. Sofía, que por fin tiene la edad legal para ver la trilogía (esto es una gilipollez porque ya ha visto todo Tarantino, pero tiene que convencerse de alguna manera porque tiene 18 años y aún no ha visto El padrino y no sabe cómo se puede considerar cinéfila), empieza a verla con gran interés. Lo que no sabemos de Sofía, es que es viernes, lleva toda la semana con exámenes de segundo de bachillerato y ha pasado su tarde en el conservatorio. Sofía está en la mierda, y tras la escena de la cabeza de caballo, you know what I mean, Sofía se queda frita en el sofá. Sacrilegio. Sofía se duerme la primera vez que ve El padrino. Y la Sofía de la actualidad se ve en la necesidad de justificarla diciendo que es que quiere verla con detenimiento un día que no esté cansada. 

Sofía prueba a verla otra vez la semana siguiente. Y flipa. Flipa tanto que no puede creer que haya pasado toda su vida sin verla. También se enamora de Al Pacino, pero, en fin, eso es algo secundario. Y luego, viene la segunda. Que es mucho mejor que la primera, según ella. Y la tercera, que sigue siendo buenísima a pesar de lo que digan. Y se ha tragado la historia de los Corleone como si fueran su propia familia. Es necesario decir, que esta película también está basada en una novela escrita por Mario Puzo, el cual coescribió los guiones junto con Francis Ford Coppola. Os pongo la sinopsis: “América, años 40. Don Vito Corleone (Marlon Brando) es el respetado y temido jefe de una de las cinco familias de la mafia de Nueva York. Tiene cuatro hijos: Connie (Talia Shire), el impulsivo Sonny (James Caan), el pusilánime Fredo (John Cazale) y Michael (Al Pacino), que no quiere saber nada de los negocios de su padre. Cuando Corleone, en contra de los consejos de 'Il consigliere' Tom Hagen (Robert Duvall), se niega a participar en el negocio de las drogas, el jefe de otra banda ordena su asesinato. Empieza entonces una violenta y cruenta guerra entre las familias mafiosas.” 

A ver, estamos hablando de una película de mafiosos, que dices tú, vaya desconexión con la actualidad. Pero vamos a ver. ¿Qué hay detrás? La Sofía mayor de edad flipó porque la película reunía toda la miseria y la grandeza humana. Las apariencias, los celos, la familia, el honor, el amor, el desarraigo, la ambición. Las pulsiones humanas. Todas a una. Y es que, a partir de esta película se ha creado todo un género. Cualquier película de mafiosos tiene que ser directamente comparada con El padrino, porque es que tiene que ser así. Todo eso que veis ahora en Los soprano o en Peaky Blinders, tiene su origen aquí. Pero probablemente también todo lo que veis en cualquier película, incluso en las de Marvel. Las pulsiones humanas, el bien, el mal, y su mezcla, que siempre es más interesante, la línea que no se ha de pasar y se pasa, la traición, la pasión, el desencanto, la alegría, la tristeza, el miedo, la derrota, la vida. 
Todo ello sin mencionar aún sus actuaciones (la de Brando queda para la historia), su BANDA SONORA o sea flipas, su guion (gracias Mario), su dirección… Este es el cine con mayúsculas y paso de considerar sus 175 minutos como excesivos porque es un insulto para la humanidad. 

Recomiendo encarecidamente que la volváis a ver o la veáis por primera vez disfrutando de cada detalle, porque es historia universal, porque sus escenas son míticas, y porque, igual os pasa como a la Sofía mayor de edad, igual comprendéis por fin algunos guiños hacia ella en los Simpsons.





1984. Esta vez viajamos a la Movida. Sí, voy a hablar de Pedro. Concretamente, de una de sus películas, que no es mi favorita, pero sí la que me ha causado mayor impresión: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Veo esta película en 2019, en un arranque de amor Almodovariano tras ver Dolor y gloria. Después de acabarla, tengo que asegurarme del año de estreno. 1984. Sí, sí. 1984. Me he quedado flipada. Os cuento de qué va: “Gloria, un ama de casa frustrada, malcasada y adicta a las anfetaminas, vive en una casa de vecinos de un barrio humilde con su marido, que es taxista, sus hijos y su suegra. Compagina las labores del hogar con el trabajo de asistenta en otras casas”. 

Ahora, os cuento de verdad de qué va. Carmen Maura, que es la protagonista, es una ama de casa de los 80 en un barrio del extrarradio de Madrid. Hasta aquí parece normal. Pero todos sabemos que Almodóvar no era normal. Almodóvar era un telefonista, aspirante a estrella del pop y maricón en los años ochenta en Madrid. Almodóvar es un género en sí mismo y no va a perder la oportunidad de mostrarlo. 
Esta película muestra unas escenas sexuales con las que, a mis 23 años y en pleno siglo XXI, me quedo loca, y flipo con que eso se pudiera ver en 1984. También trata el hecho de la violencia de género, aunque desde la sátira, de una manera extremadamente visual y cruda, encarnada en el personaje del marido. También la adicción (en este caso a las anfetaminas de la protagonista) y la prostitución, pues la vecina de esta ama de casa es una encantadora prostituta (Verónica Forqué) que se lleva a sus clientes a casa. Por otro lado, la pederastia, pues el hijo pequeño de Carmen Maura, se prostituye con un señor mayor. Y las drogas, el hijo mayor (menor de edad) ejerce de camello. Todo eso, visto desde la sátira total, como nos tiene acostumbrados Almodóvar, me resulta a mí, una urbanita del siglo XXI de ideas aparentemente liberadas, completamente irreverente. Y me pregunto si algo así se podría estrenar en las salas de cine en la actualidad, con la ultracorrección que se está imponiendo últimamente. 

Reflexiono, flipo y agradezco a Pedro por los prejuicios de los que me libera cada vez que veo una de sus películas. De verdad, os animo muchísimo a que la veáis, porque además de ácida y crítica, es tremendamente divertida, para todos, de verdad. Y Chus Lampreave  hace un papel que te mueres de risa. Y solo son 101 minutos.




1995. Ya no os entretengo más. Llego a los 90, a lo que aún podemos considerar como clásico. Y ahora, quiero pararme a revindicar a una mujer. Una mujer que me fascina en todo lo que hace. Es Emma Thompson. En los 90, decide que quiere realizar una adaptación de una novela de Jane Austen (otra mujer con una vida muy interesante, que recomiendo leer siempre) que le encanta. De ahí nace el guion de “Sentido y sensibilidad”, la adaptación de Ang Lee sobre la novela. 
Tengo que decir que cualquier novela de Austen es atemporal. De nuevo, narra las pasiones humanas, casi siempre desde la perspectiva femenina, y aunque esté ambientada en el siglo XIX, bien podría ser la actualidad. El amor, los prejuicios, el desencanto, las apariencias, las influencias. La vida, otra vez. Esta es la sinopsis de la adaptación cinematográfica de “Sentido y sensibilidad”: “Inglaterra, siglo XIX. Dos hermanas completamente distintas: una, pura razón y sentido común (Emma Thompson); la otra, pura sensibilidad y pasión (Kate Winslet), se enfrentan al amor y a las adversidades de la vida. Al morir su padre, deben abandonar su hogar, que pasa a manos de un hermanastro, hijo del primer matrimonio de su padre. Se mudan al campo y, allí, tendrán experiencias amorosas que producirán en ellas un cambio profundo.” 

Vale, la novela es una barbaridad. Escrita en 1811. O sea, que flipas. Pero la película no se queda atrás. Me atrevo a decir que el mérito es en gran parte del maravilloso guion de Emma Thompson (sin menospreciar a su director), que consigue adaptar la novela a la perfección. Los personajes decimonónicos podrían ser tú y yo, pero con caballos y ausencia de derechos femeninos. Además, Emma se asignó el papel principal y lo bordó.

Sofía la vio con 20 años, luego leyó la novela, y tal y como le había pasado con “Orgullo y prejuicio”, volvió a flipar con la capacidad de las autoras para emocionarla. Otra vez nos encontramos ante una película que narra las pulsiones humanas, y a mí, me conquista. 
Emma se llevó el Oscar por el guion. Y pasó algo más. Durante la película, el guapísimo y jovencísimo actor (en ese momento) Greg Wise (que me perdone Hugh Grant) se enamoró de Emma. Más tarde, Emma reconocería que flipó cuando se lo dijo, porque ella era mayor que él y no entendía qué veía en ella. ¿Qué veía en ti? Me cago en mi vida, Emma. Que habías escrito un guion de Oscar, eras una tía simpática y guapísima y, además, actuabas que te cagas. Hasta Emma que aplastaba el patriarcado en sus guiones, caía en las trampas del mismo. Pero no quiero hacer un discurso político. Solo decir que ambos actores se casaron y siguen juntos, y que, sin querer ser mala, el tiempo ha tratado a Emma con una sutil  y envidiable elegancia; y no se puede decir lo mismo de su marido.

Pero cotilleos aparte, es una película preciosa, esta vez de 135 minutos, que os recomiendo ver. Por Emma, por Jane y por mí.






Os extrañaréis de que no haya hablado de mi querido Tarantino. Lo sé. Lo que pasa es que no me ha surgido. Pero podéis disfrutar de sus películas igual, empezando por “Reservoir dogs” y "Pulp Fiction", que son de las cosas más entretenidas que he visto en mi vida. 

Y hasta aquí, nada más. Me faltan grandes clásicos, películas emblema, directores brutales. Pero esto es solo algo para abrir boca. 
Y, por supuesto, en la actualidad también hay películas que serán consideradas clásicos y obras maestras cuando seamos viejitos, y alguien vendrá a reinvindicar a Nolan, Dolan, Gerwig o Fincher. 

Esta es mi defensa de los clásicos. Temo que se me ha hecho más larga de lo que yo había querido en un principio, pero solo he tratado de ir convenciéndoos por medio de diferentes artimañas, de que detrás de un clásico, hay siempre una historia que es atemporal, que da igual que haya pasado hace mil años, que tiene la capacidad de emocionar ahora y siempre.

Por favor, dadles una oportunidad.





7 de abril de 2020

Sin tu latido

Hoy me he acordado del desayuno al que me invitaron en casa de mi amiga la mañana antes de irnos de viaje. Tenía de todo: fruta, tostadas con tomate, croissants recién horneados, zumo, café, galletas. ¿No comes más? Es que yo ya había desayunado en mi casa. Venía con el propósito de arrastrar a mi amiga e irnos de festival lo más pronto posible. Pero me senté allí, durante media hora, en su mesa de la cocina y re-desayuné más por gula que por compromiso. Y probé cada cosa que había frente a mí charlando animadamente de las noticias del verano, que, en verdad, no eran noticias, porque todos sabemos que en verano no pasa nada. Al menos para nosotros, para los que no queremos que una mala noticia arruine nuestras vacaciones. Así que comí, otra vez. He de confesar, tengo un estómago muy pequeño, pero me pueden las tostadas con tomate por la mañana. Sus padres, como siempre, fueron amables, dicharacheros y padres. Nos previnieron de los peligros del exterior y reímos porque a nuestra edad ellos ya estaban viviendo por su cuenta. Creo que nunca antes me había parado a pensar en este reducto del verano. No con este detalle, en el que recuerdo el color de las tostadas, el olor de los croissants y la sonrisa de mis anfitriones. El detalle me ha repiqueteado la cabeza mientras veía llover apoyada en el quicio de la puerta del balcón. Me ha sobresaltado y me ha mandado al verano como una cruel máquina temporal. Allí, yo, sentada, comiendo. Mi amiga bebiendo la leche. Su padre leyendo el periódico. Su madre haciendo café. Y luego, aquí, la lluvia cayendo en gotas débiles y embusteras sobre el parque de enfrente de mi casa en un Día de la Marmota más, sin fecha exacta.
Y me sentí tremendamente vacía. Todo un sin sentido, pues el recuerdo se había recreado posiblemente para mi supervivencia y estaba consiguiendo todo lo contrario. Quizá mi cabeza solo quisiera hacerme sentir algo ante la escasez de vivencias reales de estos momentos. A saber. La realidad es que la belleza deja paso a la indiferencia y eso es lo peor que nos puede pasar. 

El otro día, en una de esas llamadas de ahora, sin hora ni tiempo, me dijeron que "mal de muchos, consuelo de tontos". "Somos muy tontos, entonces". "Pues sí". 
Pues sí. Me consuela imaginar que lo jodido de la vida nos ha tocado a todos al mismo tiempo, en una suerte de egoísmo radical. Sin embargo, lo jodido de estar mal es que siempre hay alguien más jodido que tú. La queja se vuelve egoísta y ridícula y nunca es necesaria si puedes evadirla con cortesía. Porque existen muchos más jodidos que tú. Y aún así, el recuerdo de unas tostadas con tomate en un día gris en un balcón me ha hecho pensar que, de alguna manera, todos estamos igual de jodidos. De alguna manera. De alguna manera, a nadie nos gusta que una mala noticia arruine nuestras vacaciones. Soy consciente de la frivolidad de todo esto. Quien espere encontrar en estas líneas una reseña al heroísmo, una oda al caído o un mensaje de aliento fraternal, se ha equivocado de medio. Vengo a hablar de cosas inútiles que no importan más que cualquier otra cosa en estos días.

La tostada como símbolo o el recuerdo como bandera es de lo poco que me ayuda a sobrellevar esta situación caótica de vida. Y aún así, el recuerdo es un arma de doble filo. Tanto te da, como te quita. Por eso, hay que aprender a usarlo bien. El recuerdo del desayuno es mío. Podéis dibujar en vuestra cabeza el vuestro. La cara de ese amante que acababais de conocer en Tinder con el que os faltaba solo una cita más para llegar al final y ver si todo era igual a lo que prometía en su perfil, el sonido de vuestra guitarra que os dejasteis olvidada en otra casa porque aún estabais en ese limbo de amor-odio por la que se pasa siempre al comenzar a aprender un instrumento, o el café que os estabais acostumbrando a tomar a las seis de la tarde para descansar en la biblioteca a la que ahora ibais puntualmente porque habías descubierto sus beneficios. O quizás, los besos de vuestra pareja de toda la vida, los abrazos de vuestros padres, la sonrisa de la abuela, el vestido de la boda a la que ibais a ir, el billete del viaje de semana santa que pasa de ser un email a una devolución. O peor, el recuerdo de cosas que ya no están, que ya no son, que ya no. Como monedas de dos caras, pueden ser los mejores aliados o los enemigos más rastreros. Y ahí está el símbolo. 
Si te alejas, descubres que el recuerdo es una armadura. Hay que colocarla firme y decidida frente a ti. Y dejar que haga su función. Pero también es la espada. Una espada de tu propio ejército. Usada en un momento de debilidad, destruye la defensa y te deja desnudo. Y el peligro, la dérrota, es la asimilación de la pérdida, del qué pasará, del no sé cómo voy a seguir, del todas las cosas que ya no podré hacer, del todas las personas de las que me estoy olvidando. Game over. Pero me dejo de metáforas.

Se están diciendo muchas cosas estos días. Están los predicadores de la verdad, los sumisos estrategas, los medallistas del pasado, los que sí, los que no.
La verdad, no me atrevo a criticar ni a ensalzar a nadie. Es difícil en las guerras distinguir bandos y la visión maniqueísta de la vida nunca ha ido conmigo. Lo que sé, es que si estás vivo, estoy de tu lado. 
Mi recuerdo, que es banal, deja de serlo si os sorprendo con la noticia de que unos días después alguien de nuestro entorno falleció. Crash. El recuerdo deja ahora de ser arma para ser una esquela solemne. Sinceramente, no lo quiero. Prefiero el arma banal. El recuerdo de un momento corriente, que el paso de los meses y las situaciones límite han convertido en un reducto de felicidad rodeado de tristeza.

Se han dicho muchas cosas estos días.
Desde luego, no puedo negarme a defender alguna. Hay una que me gustó: dice algo así como que el arte nos permite sobrellevar estas situaciones y por eso es fundamental. No sé si tiene mucho sentido encajarlo en este punto del discurso. Pero lo leo y pienso. El arte como el recuerdo-armadura, como la evasión de una realidad gris, pero que no nos deja olvidarnos de la vida real (del recuerdo-espada). El arte como salvación momentánea de la realidad que se ha propuesto ahogarnos y jodernos las vacaciones. O algo más. Y el recuerdo como el "salvavidas de hielo" (si me permite Drexler) que nos sujeta a la vida lo suficiente como para coger fuerzas de cara a la siguiente embestida. 
No creo mucho en intangibles. Pero creo en las personas. Y en el arte. Que quizás, poniéndonos metafísicos, sean la misma cosa. Por eso me amarro a ambas cuando veo que la vida se escapa a mi control. Y el recuerdo en su lado menos hijo de puta me dibuja un escenario más amable, más humano, menos raro.

El arte y el recuerdo me resultan una representación más realista de la vida de lo que creemos, porque nosotros los creamos y nosotros sacamos todas nuestras ideas del vivir. Juraría que nunca he escrito algo que no haya sentido antes. Puede que por eso, las representaciones y los titiriteros nos ayuden a sobrellevar estos momentos; porque todo lo que sentimos al entrar en contacto con el arte, está intrínsecamente en contacto con la vida. Permitidme que no me fíe mucho de aquellos que hoy basan su vida en el lamento y la ira, y tachan los necesarios momentos de evasión humano de escandalosa superficialidad. ¿Acaso ellos no sueñan? Me niego a pensar que no tengan ni siquiera el recuerdo-armadura en su mente, aquel que les evoca tiempos mejores sin olvidar los peores.

En fin. El desayuno me encantó. Aunque acabé un poco empachada, todo hay que decirlo. Mañana parece que vuelve a llover. Quizás me dé igual porque no piso la calle, pero es triste recordar el verano sin sentirlo. Hoy, apoyada en la barandilla del balcón, se me confundió en la cara una lágrima con una gota de lluvia (no es que quiera hacer poesía cursi, es que es la verdad); y decidí que tenía que ver otra vez "Cuatro bodas y un funeral". Al acabar, me puse a Aute, porque el reír y el llorar me gusta combinarlos a partes iguales. 
Y pensé que en estos días es "terriblemente absurdo estar vivos". Sobre todo sin algunos latidos. Pero que resistiremos porque el ser humano es jodidamente cabezota cuando se trata de seguir viviendo. 

Solo espero que me vuelvan a dejar re-desayunar en casa de mi amiga este verano, la verdad.


P.D.: me adelanto a las posibles críticas y recuerdo: sigo creyendo en el poder de la medicina. Pero si solo confiara en la ciencia, y en nada más, no podría seguir viviendo.




21 de febrero de 2020

Persona

Resulta que no quiero ser yo. O sea, está guay serlo a veces. Hay momentos salvables, bonitos, cojonudos, lo más grande. Pero, en general, es un asco ser yo. Es jodido ser tú mismo. De verdad.
Generalmente esto lo pienso 1000 veces al día. Las mismas en las que pienso qué pensarán de mí, qué me querrán decir con eso, ¿querrán la hora o follar?, ¿querrán ser amables o condescendientes?, ¿se estarán riendo de mí con una argumentación contundente o solo serán gilipollas? Cositas.

Es una mierda pensar. Pensar mucho. En plan mucho que te dicen: joder no pienses tanto las cosas. Y tú dices JAJAJA como broma es the best pero es que no me conoces ni un poquito, por favor... Pensar antes de hacer, pensar antes de hablar, pensar cuántas preguntas tengo que acertar, fallar y dejar en blanco para aprobar (la vida o un examen), pensar si no me han saludado porque les caigo mal o tienen miopía magna o simplemente son despistados o gente idiota porque de eso hay en todos lados. Pensar si por el camino de la derecha llegaré antes a clase o quizá por el de la izquierda porque el semáforo dura más pero hay menos coches. Pensar qué pensó de mí, si yo pensé bien, si hice las cosas correctamente o probablemente me equivoqué. Pensar la razón de todo, sacar conclusiones erróneas pero tan preciosas que dices joder qué verdad más cristalina acabo de pensar después de cinco horas de ideas rumiantes de autodestrucción. Guay. Nada, eso.

Hasta aquí, habrá un sector de la población (hola, gente) que diga: esta tía está como una cabra. Hola, extrovertidos, amantes de la vida, terapeutas sin título. ¿Qué tal? Me dais bastante envidia.
Por otro lado, habrá alguien que quizá crea estar representado (o sea, igual no, no me juzguéis con mano de hierro). Hola, amigos, reyes de la introversión, el pensamiento circular y el drama. Me ponéis mucho pero siento pena por vosotros. Es una puta mierda ser como yo.

Ejemplo. Alguien me dijo algo. Lo removí unas 1000 veces en mi cabeza. A la 1001 volví a empezar. ¿Qué hubieran pensado los demás? No creerían lo que piensan. A la una ya sabrían. Luego, quizás vendría el golpe, pero a ellos ya no les dolería. Quizá a los demás.
Y por otro lado, están mis 2000 pensamientos seguidos, sin pausa ni concierto. Se me amontonan en la cabeza. Y decido, tras grandes cavilaciones, vueltas, idas, venidas, salidas, cagadas, dolores, pensamientos pseudosuicidas, imaginaciones de mi futuro final cayéndome por las escaleras delante de todo el mundo; entrar en la clase cinco minutos después de que empiece.
Exagerada. Por dios, chiquilla. Ya. Bueno. Es una putada cuando te importa más lo que podría pasar y lo que quizá esté pasando, que lo que pasa.

Todo venía a raíz de que acabo de escribir algo así como que me va como una puta mierda siendo como soy pero que no puedo ser de otra manera. He estado cerca de poner esto en mi currículo. Es una descripción bastante acertada de mi vida. Os digo, he aburrido a mucha gente. Oye, amiga, ¿crees que se ha enfadado conmigo? Oye, mamá, ¿crees que aprobaré? Oye, amigo, ¿crees que alguna vez me quiso? Oye, psicólogo, ¿crees que alguna vez podré cambiar? Shut the fuck up.

Siempre hay cosillas en la vida. Cosillas malas, digo. Que oye, las cosas no salen como querías o la gente es medio gilipollas, o mala, a secas. Qué le vamos a hacer. Habrá que adaptarse. Cada uno con sus mecanismos, mejores o peores. ¿Sabéis eso que dicen de que no somos lo que nos pasa sino cómo afrontamos lo que nos pasa? Pues un poco así. ¿Tiene sentido?

Bueno, otra vez no sé lo que estoy diciendo. O sea, no sé si estaréis flipando más con mi falta de recursos lingüísticos suplida por medio de vocablos malsonantes, o con mi terrible perorata sobre la introversión y sus consecuencias. Porque de eso iba un poco el rollo. Quizá ahora vais entendiendo. No os preocupéis, a mí me cuesta bastante seguirme el rollo también. Con el tiempo te acostumbras.
EN FIN. La cosa. Que resulta que no quiero ser yo. Estás jodida. Lo sé. Pero vamos a ver, ¿quién quiere ser esa persona que para un minuto de felicidad tiene que pasar por horas de ansiedad? ¿Quién quiere ser esa persona que para poder llegar a decir hola a la persona que le mola tiene que hacer un ejercicio de tremenda superación y autoconfianza? ¿Quién quiere ser alguien que entra en una clase con pánico a saludar a gente poco conocida mientras ve como el idiota que solo va los días impares coleguea hasta con el profesor? ¿Quién quiere ser esa persona que piensa cada palabra que va a decir antes de decirla y cuando no lo hace, se fustiga por las posibles equivocaciones que podría haber evitado? Yo, desde luego, no.

Ahora bien. Pros. Cositas buenas. "He apuntado diez razones por las que yo valgo. Parecen muchas pero luchan contra cien de lo contrario." (No, esto es solo una mierda de indie-pop.) Ahora, en serio. Empezaba diciendo que hay momentos salvables. Así como lo máximo. Los hay.
Pasa algo, que cuanto más te fustigas, más vives lo que te sale bien, más sientes la belleza. Quiero decir. Esto no es un rollo sado. Solo digo que a veces escucho una canción y empiezo a pensar en 1001 cosas y me pongo a llorar, y lo paso mal que te cagas. Pero luego salgo del círculo depresivo y me siento como si fuera Ana de Armas (referencia: en su mejor momento y guapa a rabiar). Qué cosas. También me pasa que veo una comedia romántica y me dices tía eso sí que no, pero qué pasa a mí me gusta, y oye, hora y media en la que pensando o sin pensar he sido algo así como feliz. También, esto, lo de sentir mucho, me sirve bastante para escribir. Quiero decir, no os sintáis discriminados si sois extrovertidos y os gusta el arte. Lo capto 100%. Pero es que a mí el subidón que me da al recitaros poemas pues como que no me lo da hablar mucho con mucha gente a diario. Es difícil explicaros todo esto. Solo digo que mi sentir no es mejor que el de nadie, pero a mí me mola más.
Pero claro, estos son mis pros. Contadme los vuestros, si queréis.

De verdad, esta entrada no tiene ningún valor. Ni literario ni social. Solo tenía cosas que soltar. Ayer me acordé de lo que hablé con alguien extrovertido en un café aquella vez. Se quedó impresionado cuando dije que pensaba las cosas 1001 veces. Y la verdad, me daba mucha envidia cómo era. Hablar mucho y muy bien, salirte con la tuya sin causar dolor, decir las cosas sin censura sin apenas insultar. Joder, quiero ser como tú.
Muchas veces quiero ser como tú.
Pero nos explican en algún punto de la carrera que hay ciertos aspectos de nuestra personalidad que no podemos cambiar. Mientras eso sea así, estoy jodida. Intentaré adaptarme pero no puedo ser como tú.
Resulta, que, algunas veces, sí quiero ser yo.

(Solo para acabar, tengo que decir que todo este rollo está inspirado en un poema que no voy a escribir entero porque no quiero aburrir y además, si quiero publicar cosillas tienen que ser inéditas y no me dejan ponerlo por aquí así que en el futuro pagaréis por él...en fin. Buenas noches y buena suerte:

Ojalá ser como eres,
ojalá sentir igual,
ojalá decir amor
y querer decir amor.

Pero esa, no soy yo.)




16 de diciembre de 2019

Joder, no sé


Sería sencillo que una cosa fuera siempre una cosa. Yo imagino que me seguís. Una cosa es una cosa. Un plato es un plato. Una verdad es la verdad.  Me levantaba hoy soñando que un cantante me hacía el amor vestido como Harry Styles en su última aparición pública. ¿Qué mierda tendremos en la cabeza? ¿Qué me quiero decir a mí misma con eso? Me desperté muy feliz, eso sí. Después de dos semanas de café y melatonina, pesadillas de todos los colores, y despertazos a las 5, 6 y 7 de la mañana; he conseguido dormir con relativa fluidez. Y resulta que mi mente es una hija de puta, pero a veces me quiere. Me da el gusto del sueño que me quita en la vida real. Y yo se lo agradezco y apago el despertador para ver si llego al orgasmo. No nos importan tus sueños. Lo entiendo. Un plato es un plato. La verdad es que odio madrugar al mismo nivel que a la gente falsa. Y eso es un poco bastante mucho que te cagas. Así que cuando el despertador suena a las 8 quiero hacerme el harakiri. Si además le sumas el insomnio, es como vivir jugando a la ruleta rusa. Hoy me mato, hoy no, hoy me mato, hoy no.

Ay, vamos a hablar ahora de la ansiedad, y de la soledad de los jóvenes en la era de la globalización. Qué ganas. Os prometo que todo esto llega a tener algo de sentido en algún momento, pero tenéis que aguantar leyendo.

Pues mira, “Carolina Durante” ha pegado el bombazo este año. Entre otras cosas por el pedazo de disco que han sacado, que es un disco generacional que te cagas, y mola la vida, y por dios ¿no sabéis quiénes son? Googlead: “Cayetano”. So. ¿Por qué estos chavales han tenido tanto éxito, si, con perdón, son 4 pringados (yo también lo soy, don´t worry) que se han juntado y han dicho vamos a aporrear instrumentos de una manera brillante y a cantar en mayúsculas, que eso es moderno? Pues porque, aparte de la calidad musical, en la cual no me meto porque hace años que acabé el Conservatorio y a veces se me olvida la armadura de Sol Mayor; tienen unas letras que nos recuerdan a algo. Qué será. Que un plato es un plato. Y una cosa es una cosa. Es decir, que saliste de fiesta y te encontraste con ella, y joder la vida qué dura saliendo de fiesta, follando y escuchando música. Y la resaca y la crisis existencial de los veinte. Lorezepam y vitaminas. No tan jóvenes. Ansiolíticos y lubricante (esta es de “Rusos blancos”). Siento si no me seguís, me he vuelto una moderna y hablo medio en clave de indie-mierdas. Resumen: su maravilloso disco habla de la crisis existencial de los jóvenes sin problemas. Y eso no sé por qué, nos encanta. Ay, no sé si lo venís adivinando, pero voy a hablar de Amaia. Ok, tía. Amaia y su nuevo disco es tan sencillo como complejo. A parte la voz maravillosa y la música cuidadísima; unas letras directas, que podría haber escrito en su diario, y que resulta que eres tú cuando te enamoraste o cuando viviste eso aquel verano. Y un poco de crisis existencial veinteañera. Pero no pasa nada. Cierro esta crítica musical.

Resulta que la soledad es atronadora. Voy a llamarla así. ¿Qué te pasa? Si no tengo ningún problema. Justo por eso. La soledad es atronadora. Ruido blanco, chispas, la mente sonando.  Es tormenta en silencio. Es equivocarte y que nadie te corrija. Apabulla sin gritar, y te borra el pensamiento.

La soledad puede estar en la sala vacía, o en muchos lugares llenos. Cuando la gente rodea la soledad, ésta se crece. Y es más soledad que nunca. Avanza a sus anchas, se trae sus maletas, se arrincona y echa raíces. Profundiza por caminos que nadie sabía que existían e invade hasta los matices.  Es atronadora, e irrespetuosa. No te deja escuchar sin hablar ella antes. También es muy presumida, algo histriónica. Te cuenta continuamente que ella existe, que la mires. Se viste muy llamativa, se maquilla perfectamente y te convence con su conversación aduladora. Tiene muchos años de experiencia y su especialidad es captar seguidores. Es atronadora. Y un poco pesada. Te persigue a todos lados. Tú quieres odiarla, pero te convence para que odies a los de alrededor. Porque se crece con las masas. Tú la observas, de reojo. No quieres hacerle demasiado caso. Pero los oídos te pitan. Giras la cabeza y allí te ha vuelto a seguir.

Es avasalladora, rompe, te rompe, se amolda y te amolda, desata, ordena, impone, establece leyes, sentencia.  Tú quieres hacerle un hueco, porque te convence de que nadie se fija en ella. Y empiezas a dedicarle un rato de vez en cuando. Te cae bien, no entiendes por qué tenía esa fama. Los ratos se convierten en días. Notas que te absorbe. Empiezas a pasar con ella casi todo el tiempo. Es maja. Empiezas a quererla, ya forma parte de tu rutina. La sala vacía, ella y tú. Apenas puedes pensar en nada más. Echas de menos la libertad pre-soledad. Pero ella te ha pedido que por favor no la abandones, que no tiene a dónde ir, que de verdad te quiere. Y no te deja salir, ni llamar, ni hablar. Pero la tienes a ella. Tan atronadora, convincente y peripuesta como siempre. Sabes que esta relación tóxica no va a acabar bien pero, ¿cómo vas a dejarla?

No sé, igual a vosotros no os pasa. Pero siento un poco de esto cuando escucho a los chavales de Carolina. Como que me quieren gritar que ellos también lo sienten, pero que luego se van de fiesta y se les pasa. Bueno, yo esto lo dejo por aquí, como si nada. Como veis, no saco conclusiones. Eso es cosa vuestra.

Puede que en realidad no estéis solos. Pero la cabeza, vuelvo a decir, es muy hija de puta. Se inventa muchas cositas. La mayoría malas, no os voy a engañar. Saca unas conclusiones, que dices: ¿pero hija de puta, qué cojones dices? Y luego, empiezas a mirarla, así como con lascivia. Oye, ¿sabes? Igual tienes razón, ¿eh? Dios mío. ¿Y si tienes razón? Dios mío, un plato es un plato. Lo sabía. Dios mío, una cosa es una cosa. Dios mío, ¡una verdad es la verdad! ¿Te encuentras bien? ¿Yo? Sí, claro. ¿Salimos esta noche? Bucle terrible de inseguridad. Y resaca asegurada.

Pero, ¿la verdad era la verdad? Hija de puta. Te lo inventaste, ¿a qué sí? Como no tengo problemas, crees que puedes jugármela inventando cositas. Pero, ¿y si tenías razón? Joder, no sé. Ay, qué cuca, la mente.

De verdad, no tengo ni idea qué estoy escribiendo. Espero que hayáis sacado conclusiones porque yo, desde luego, me he perdido desde que hablé de Harry Styles. Por cierto, ¿habéis visto la nueva peli de Noah Baumbach? Dicen que está muy bien. Aunque os aviso, no ayuda mucho en todo esto. Es decir, las crisis se tienen también de mayores, no os vayáis a creer que esto es porque estáis en los veinte. Así que, bueno, eso, ahí os lo dejo. Y prestadme un poco de ansiolíticos y música para sobrevivir otra década.