A pesar de que Woody Allen es un director
excepcional, a veces no acaba de crear películas redondas, como lo era esa
Annie Hall que encandilaba a cualquiera. Vicky
Cristina Barcelona es una de esas películas no-redondas, que, sin embargo,
encierra unos diálogos magistrales. Desde mi punto de vista, claro. Y he venido
a rescatar aquí unas palabras que pronuncia Cristina, la diosa rubia, inocente y despampanante, encarnada por Scarlett Johansson. Sentada enfrente de un Javier Bardem
tremendamente sexy, le suelta: “Yo no sé lo que quiero, solo sé lo que no
quiero”. Un poco más adelante, también Cristina, dice: “Siento que tengo mucho
que expresar, pero no tengo ese don.” Resulta que Cristina, o la inocente
Scarlett, está diciendo lo que a tantas personas les pasa por la cabeza. De
hecho, esto me decía una amiga mía, una
vez, tomando unas cervezas, después de que yo le dijera que por qué no quería
actuar en mi corto: “Mira, Sofía, no sé en tu caso, pero yo solo sé que no
valgo. Es como esa escena de Vicky
Cristina Barcelona. Siento que tengo muchas cosas que expresar, pero que no
tengo esa capacidad, esa vena artística, ¿sabes? Búscate a otra.” Sin quererlo,
o queriendo desesperadamente, Woody había puesto en boca de la diosa rubia lo
que la frustración creaba en las mentes de los artistas, y no tan artistas,
todos los días. Yo no valgo, yo no sé, yo no puedo, yo no quiero poder.
La primera frase, esa en la que
Scarlett decía susurrando que no sabía lo que quería, solo lo que no quería,
también encierra otra verdad. Una verdad incómoda que acecha a toda persona. La
verdad de no saber qué queremos hacer, o peor, de saberlo y tener miedo, vergüenza,
inseguridad de hacerlo. “Yo solo sé lo que no quiero, tía. Yo no quiero
trabajar porque sí, trabajar para alguien que me importa una mierda. Trabajar
para no-vivir, vivir para trabajar. Yo solo sé lo que no me gusta. No sé qué
quiero, pero esto no.”, me decía otro amigo mientras sorbía el café con leche.
Otra vez, Woody lo había vuelto a hacer. Había puesto en los labios carnosos de
una Cristina perdida y sexy, las palabras que sacudían la mente de mis amigos.
Esto venía un poco a raíz de que
el otro día me preguntaron que qué quería ser, a qué me quería dedicar, por qué
estaba haciendo lo que hacía. Yo, con mi insegura seguridad, respondí: “No sé.
No sé qué estoy haciendo. No sé lo que quiero. Solo sé lo que no quiero.” Eso
no es una respuesta, me dijeron. No lo es. No lo es. No lo es. Lo sé. Pero qué.
Decidme por favor que estáis tan perdidos como Scarlett, como yo, como mi amiga
de las cervezas, y mi amigo el del café. Decidme, por favor, que no sabéis lo
que queréis, o que lo sabéis y tenéis miedo, o que habéis visto Vicky Cristina Barcelona y pensáis que
es una mierda, a pesar de que os acostaríais con cada uno de los actores independientemente
de vuestra orientación sexual. Dadme algo de esperanza, o miradme como Bardem
mira a Scarlett antes de follar con ella. Por favor.
Todo esto venía también por Julio
Cortázar. Julio sí que tenía el talento magistral de crear cuentos redondos. El
otro día venía en el avión leyendo uno de sus relatos. En él, relataba el
encuentro entre un hombre maduro conduciendo un coche y una joven haciendo autostop.
Él la recogía en la carretera, e iban a un motel a charlar. Ella, llena de
vitalidad, la osita la llamaba, quería ir a Copenhague y vivir con unos hippies
que no conocía, y no estudiar. Él, trabajaba de corredor de materiales
prefabricados, odiaba su trabajo, la osita le hace recordar su juventud, sus
sueños, y las cosas que no hizo. Por eso no le gustaba que le hablara de
Copenhague y de los sueños de la osita. El final del relato (os hago spoiler)
es trágico y cómico. Después de la pasión, ella queda sola en una gasolinera
esperando un nuevo transporte. Él, estampa su coche contra un tronco de árbol.
Los sueños de ella se desmoronan porque se ha enamorado de él, y él desmorona
sus sueños porque se estampa contra un árbol, sabiendo que su vida ha pasado
sin pena ni gloria, y sus sueños, también. Triste historia. Real. Como la vida.
Triste. Triste y sádica. Triste.
A todo esto. ¿He dicho ya que
Julio es un maestro en contar historias? Porque ha metido el tema de la
madurez, los sueños, el amor, la tragedia y la desesperación. Todo en uno. En
otras palabras: la vida.
La vida recogida por Woody Allen
o por Julio Cortázar. Esa vida que pasa, que acaba, que nos mata en vida.
Pensemos. Qué trágico todo. “Sofía, qué tragedia te estás armando tú sola, tía.”
Y eso me dicen. Eso oigo. Risas. Inseguridad y conformismo que se transforman
en vanas risas. Risas o reprobación ante la dificultad de la vida. Qué rayada,
qué lío.
O sea que mi amiga no tenía ese
don, o creía no tenerlo, que mi amigo no sabía lo que quería, que yo no sé qué
estoy haciendo. La vida es trágica y cómica. Cristina era la definición de la
inocencia en la vida, de la inseguridad y del quasi conformismo. Yo la
entiendo. La defiendo. No me río. Sabe lo que no quiere. Ayudadla.
El vendedor que estampó su coche
tampoco sabía lo que quería. O eso quiero imaginar. Es un cuento, tía, no es
real. Pasa. Tía, ¿qué haces? No te rayes.
Nadie sabe lo que quiere, solo lo
que no quiere. Nadie tiene un don. Esa es la única verdad que queremos ver.
Ayudadnos.
Así que todo esto viene a que la
vida es dura. No sabemos qué queremos. Pero ni lo intentamos. Por miedo. Por
inseguridad. Porque nos decimos que no valemos, nos dicen que no valemos, que
tenemos que saber lo que queremos, que no pierdas el tiempo intentando
descifrar lo que quieres. Ni siquiera te molestes en escuchar a la vocecita que
te dice que qué haces y por qué. Que pases. Que no te rayes. Que dejes de ser
la osita y seas el vendedor. Y que además, tengas la suficiente fuerza para no
estampar tu coche contra un árbol cuando te enteres de que la vida era eso. Eso
era todo. Nada. No ha valido la pena. Así es. La vida es dura. Aprende. No
aprendas. Enfréntate a ella. No te enfrentes. Sé fuerte. Olvida todo lo que
sepas. Empieza, crea, camina. Retrocede, no avances. Frena. Te lo digo yo, que
no vales, que no lo intentes, que sigas, que no te estampes contra un árbol. Olvida tus sueños, frena, sigue, olvídalo.
Deja la inocencia de Cristina, olvida a la osita, madura. Sé fuerte. No tienes
el don. No tienes, no puedes, no eres. No seas feliz, no seas capaz. Olvídalo.
Aparca, retrocede. No sueñes, no vivas. Confórmate pero no te quites la vida.
Disfruta del trayecto. Quedan diez minutos para aterrizar, por favor,
abróchense los cinturones. Hace 10 grados en Madrid. Deja de leer. Cortázar,
qué bueno. Ya aterrizamos. Sí. Ayer vi Vicky
Cristina Barcelona. Cómo está Scarlett. Y Pe. Y Bardem. Pero qué mierda.
Pero sí. No sé lo que quiero yo tampoco. Solo lo que no quiero. Barcelona. Pero
10 grados en Madrid. Olvida tus sueños.
Y básicamente resulta que Woody
Allen sigue creando monólogos magistrales y que yo sigo estando perdida.
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