12 de noviembre de 2013

Un error vale más que mil palabras

Joder.
Joder.
Joder.
¿Por qué tenemos que hacer siempre cosas de las que luego nos arrepentimos?
En un momento parecen correctas, y al instante, se han convertido en una losa que arrastrarás el resto de los días. Y lo mismo que te lamentas por lo que has hecho mal, te lamentas por lo que NO has hecho. Y eso es peor. Mucho peor.
Sabes de sobra que deberías haber escrito a) en vez de c), o haber rellenado la solicitud a tiempo, o haberte leído todo el temario, o haber girado la cabeza al despediros y haber mantenido la mirada un poco más. Incluso deberías haberte atrevido a callar en el momento oportuno, y a hablar cuando deberías. Pero no. Tu puta timidez, cabezonería, orgullo o atrevimiento te ha hecho equivocarte una y otra vez.
Y a veces no es tan grave. Simplemente lo pagas con un castigo leve que apenas hace mella en tu vida, y que rápidamente borras con otras elecciones más oportunas. Pero hay fallos que te condenan, o al menos parecen condenarte para toda la vida. Esos errores que hacen que una palabra fugitiva acabe con una amistad de años, que un beso al aire difumine una futura relación, que un gesto grotesco te animalice delante de tus conocidos. Incluso las cosas que no has hecho, pero deberías, tales como una visita apropiada para demostrar tu preocupación por alguien, o una palabra en el momento indicado, parecen marcar tu futuro constantemente.
Y todo esto da vueltas en tu cabeza durante poco o largo rato, dependiendo del sujeto y del crimen, divagando entre las telarañas de tu mente, acechándote y haciendo trizas cualquier abismo de amor propio. 

Y ahora me diréis que no os ha pasado nunca. Que sois dioses sobre la Tierra. Que pasáis por alto vuestras equivocaciones sin darles más vueltas y seguís como si nada. Que nada de eso os afecta. Claro.

Sabéis que no es verdad.

Sé que esperáis una moraleja, una lección moral, o algo que os ayude en vuestro sufrimiento continuo de malas elecciones y promesas incumplidas. Pero a estas alturas ya deberías saber que las personas somos gilipollas, que nos tomamos a pecho algo de lo que al día siguiente nos reímos, que soñamos más de lo que la vida nos ofrece, y que creemos que pasando impunes por el mundo seremos más felices. En eso nos equivocamos. Son los errores los que nos ayudan a ser felices en la vida. 

Así que ya sabéis, salid ahí afuera y decid burradas, porque en realidad, a nadie le importa más que a vosotros mismos, y además, os estaréis haciendo un favor perdiendo el miedo a equivocaros.


Sed felices, amigos.