17 de abril de 2015

Por una canción...


Ayer vi una película. En el final de ella, sonaba la canción ‘Just in time’ de Nina Simone. Mientras, una chica bailaba imitando a Simone en un concierto que había visto años atrás, y un chico la observaba y reía sentado en un sofá. La canción acompañaba al momento perfectamente. Y en ese instante no sabía si era la canción la que formaba parte del momento, o el momento el que formaba parte de la canción.

Y entonces empecé a pensar en las canciones que me gustan, las que de verdad me gustan, esas que como a alguien a quien te importa no le gusten, se te revuelve el estómago. Y me di cuenta de que la mayoría tenían su momento. El momento en el que estabas estudiando un domingo para el examen del lunes y te estabas desesperando, sudando, y al borde de un ataque de nervios delante de los jodidos apuntes, y llegaba tu padre con la guitarra y cantaba a Chavela Vargas. Y tú que no sabías qué narices era eso de la Llorona, irremediablemente tenías que agradecerle que te hiciera olvidar las putas integrales. Y ya está, a partir de entonces esa era una canción-momento. Una más de esas que vas a amar toda la vida y no solo por una voz rasgada, o una letra profunda.

Y ese otro día, en el que estás viendo una película con tus amigos, esos de cuando eres tan joven que de verdad piensas que son únicos y perfectos, y la película también va de eso, de amigos y gilipolleces, y suena una canción de David Bowie, y entonces la canción recorre tus pensamientos, y capta el momento como una polaroid. Otra canción-momento para el recuerdo.

O ese otro momento, en el que tienes seis años y suena La oreja de Van Gogh en el coche de camino al colegio, y cantas al ritmillo junto a tus padres porque, joder, ese año es un puto éxito y está en todos los lados la cancioncita. Pero bueno, puede que hasta los doce seas la mayor fan y todos tus momentos se reduzcan a eso, a momentos-canciones o viceversa.

Y ese bar ochentero en el que al principio te sientes como un intruso modernillo, pero al que vas porque tampoco hay tanto para elegir. Y entonces escuchas lo de “Dame una sonrisa de complicidad” o lo de “A quién le importa lo que yo haga”, y empiezas a saltar como un loco con tus amigos, y las cervezas se van amontonando, y ya no quieres salir del maldito bar porque los momentos son demasiado guays como para bailar reggaeton.

Y esa tarde oscura en la que no tienes ganas de hacer nada, y te pones a buscar canciones en spotify porque para qué vas a hacer cosas productivas. Y descubres LA canción perfecta para esa tarde. Y ya no es una tarde cualquiera.

O esos amigos artistas que tocan y cantan de una manera que te hace creer en que la música es la mejor y más eficaz arma, y entonces empiezan a cantar sobre dejarse llevar y aeropuertos y jugar al azar. Y ya sabes que ese momento estará para siempre en esa canción. Podrás escucharla cien veces en todos los lugares y situaciones posibles, y siempre te recordará a un verano granadino.

Y así, con cada una de las canciones que no puedes parar de escuchar sin recordar una cara, una puesta de sol, una farola, un color, una sonrisa, una voz, una habitación, una carcajada, un bar, un gesto. Una canción que no puedes olvidar, porque si te la roban, te quitan el momento, el recuerdo de tu vida, tu propia biografía.

Soy consciente del nivel de cursilería del discurso, pero cuanto más crezco más idiota me 
vuelvo. Solo sé que ahora amo a Nina Simone, y es por algo.