6 de septiembre de 2019

Todavía

Puede que alguien nos diga algún día: oye, yo le conozco. Y ni puta idea. Oye, que usted me atendió el día "x" en la consulta "y" a la hora "z", y me curó el resfriado. Oh, vaya. Pues de nada, señor. Y gracias por acordarse de mí. Siento no recordarle. No, es que ese mismo día murió mi hija y me acuerdo mucho de todo lo que hice. Joder, lo siento. Pero usted me curó el resfriado y eso está bien.

Estaba pensando que hay cosas aparentemente insignificantes que te marcan para siempre. Bien, mal, regular, en el recuerdo, en tu forma de ser. O cosas que para ti no tienen importancia pero para otra persona sí. Es tan difícil ser empático, que darte cuenta de que tu saludo le importa a otra persona es un ejercicio de maestría.

Por ejemplo, a mi me marcó la primera vez que escuché "Copenhague" y ya no puedo pensar en esa canción con neutralidad. También el día que decidí que me gustaba ir más al cine que al botellón viendo la nueva de James Bond con 13 años. Luego recuerdo a mi padre cantando "La hoguera" de Krahe mientras yo estudiaba matemáticas de 1° de bachillerato. Y una conversación que tuve con una amiga sobre lo celosa que estaba de que yo me llevara tan bien con su novio, cuando aún no lo eran. O escuchar hablar a Jonás Trueba en un coloquio sobre "Los ilusos" y querer dedicarme al cine. También recuerdo gestos, una pregunta en un autobús que me descubrió a la primera persona que me gustó, una sonrisa en el recreo del instituto, un abrazo en bruto de cuando mi hermano era tan pequeño que aún era yo la mayor, el comentario de mi profresor de música sobre mi forma de tocar que me ofendió, una primera caña con mis padres, unos ojos vidriosos en una conversación en aquel café, una caricia en la mano, la foto que me hicieron sin saberlo ese día que estaba tan triste.
Es tan relativo todo lo que sentimos que no podemos establecer una ley para regular cómo nos van a afectar las cosas. Porque cosas, cosas, van a pasar. Cada cual las vivirá a su manera. Y si hay suerte, algo será igual de importante para ti que para el otro. Pero también puede pasar que a alguien le haga mega feliz que le saludes, y tú ni te acuerdes de quién es. Qué chungo. O al revés, que se olviden de tu nombre, y odiar a esa persona de por vida. Puede ser.
No sé de qué estaba hablando. Creo que de que a mí me gusta el indie porque a alguien se le ocurrió decirme que me parecía a Lana del Rey. O de que mi amiga empezó con su novio comentando con él la conversación que había tenido conmigo.
Porque ocurren muchas cosas, y nosotros seleccionamos las que nos da la puta gana. Pero no vamos a enfadarnos porque otros no se den cuenta de eso. Tú no te das cuenta de que ayer atendiste en la consulta a ese señor y él se va a acordar de ti para siempre.
La relatividad de los hechos. Da miedo. O es una gilipollez. Pero algo debe de ser. 
Pensé en esto porque a mí me ofendía mogollón que un tío no se acordara de que me besó hace dos años. Pero luego me di cuenta de que yo no recordaba el nombre de otro tío que conocí el mes pasado.
La relatividad de los hechos. 
Lo sé. He mezclado la necesidad de la empatía en la profesión médica con mis recuerdos melancólicos de niñez y mis frustadas aventuras amorosas. Y esto ya ha perdido el sentido.
Es que recordando esas cosas chorras que me han marcado, pensé de nuevo en "Los ilusos" (peli maravillosa), y viendo la nueva peli de Jonás Trueba volví a sentir lo mismo exacto clavado que sentí con 17 años. Esa sensación de que la vida es rara, sus personajes caóticos, las relaciones difíciles, las circunstancias cambiantes, las personas y sus personalidades complejas, todo, en fin, una putada con momentos menos malos en los que una vocecilla te canta: "Todavía queda tiempo, todavía estás aquí". Y aún así, merece la pena, porque una gilipollez insignificante que solo tú recordarás, es relevante para ti en ese momento.
Eso. Quería decir que aguantéis. Que recordéis. Que os han pasado mil cosas, sí, aunque no todos lo sepan. Que a los demás también le pasan cosas trascendentales en su vida, solo que distintas a las vuestras. Y eso es guay, porque más cosas que contar, más cosas que descubrir. Y qué maravilla, a pesar de todo, que algo, que alguien, nos marque y que nos dé la vuelta para construirnos y así, quizás, marcar tú a otra persona. Y hacer de esto un bonito continuo interminable hasta la muerte.
Yo qué sé, algo de esta mierda tiene que tener sentido.
Porque, como veis, en los momentos en los que no me apetece cortarme las venas, estoy de muy buen rollo.