16 de junio de 2014

Gracias



Época estival, desde luego. Verano de nuestras vidas, por favor. Inicio del adult(erio), sin duda. Placer sin compromiso, sí amigos.

La generación del desastre, nuestra generación, la del botellón y la de 'Lizzie McGuire', sale de su reducto para bachilleres con acné y empieza a comerse el mundo. El gorro al aire, las pegatinas a la basura, el mezcal con mucha sal, y se da comienzo a la verdadera juventud al más puro estilo 'Trainspotting'.
Pero no es más lo que nos queda por descubrir, destrozar, exprimir, experimentar y twittear, que lo que dejamos atrás. Si la mucha tontería que desprendemos por la piel, la empleamos en mirar atrás y echar de menos, nos podrían echar de nuestro grupo de amigos por exceso de gilipollez congénita.
Ahora bien, si damos unas vueltas por nuestra vida durante cinco minutos, y pensamos en todas las anécdotas que podemos recordar al momento; eso, eso no será melancolía o nostalgia injustificadas, sino una cura para todo lo que se nos viene encima.
Yo, por mi parte, decir que mi vida ha pasado de ser una mierda a ser una fiesta de una manera continuada. Los momentos y personas se agolpan en mi mente como la espuma de una caña recién tirada.
No puedo más que agradecer a esos niñatos (todos lo éramos, recordad) que ponían seudónimos a las personas que les gustaban, que lo único que disfrutaban del comedor era el postre, que inventaban coreografías para las canciones del  verano, que veían telenovelas a la hora de comer (unos más que otros), y se morían por quedar un viernes en el parque de al lado del colegio.
No puedo más que agradecer a esos amigos que iban los viernes a tomar un café, que salían al cine una vez a la semana, que soñaban con ser artistas, que sacaban cincos por poner más de lo que les pedían en un examen.
No puedo más que agradecer a esos músicos chiflados que me hacen parecer menos loca, que cantan por las esquinas, que recitan a Calderón de la Barca, que me hacen llorar con solo escucharles, que me hacen reír hasta morir y creer en que salir de fiesta no es solo escuchar a David Guetta.
No puedo más que agradecer a esos amigos que han hecho de un nombre compuesto lo más grande que me haya podido imaginar (MC), que me han hecho sonreír cuando mi gilipollez era tal que lloraba porque me habían puesto un negativo, que me han hecho creer que la biología puede ser divertida si sabes lo que significa el adenosín trifosfato, y que las tardes en un bar con ellos no tienen nada que envidiarle a un guión de 'Cómo conocí a vuestra madre'.
Y, por supuesto, no puedo más que agradecer a todos aquellos que no se han dado aún por aludidos ante estas líneas; porque, si habéis llegado hasta aquí después de todo este rollazo, es que también me llevo un pedazo de vosotros para siempre.


Solo puedo decir que espero la caña del reencuentro con impaciencia. Siempre.

Y gracias.