20 de abril de 2014

Los desdichados

Un día más para ellos es un día menos. No hay que tratar de entenderlo. La vida no puede entenderse. Solo hay que tratar de sobrevivir, poco a poco, como cada persona hace cuando la realidad le da una bofetada en la cara y le dice que despierte. Pero ahí siguen. Muertos del asco, saboreando un triunfo que aún no han conseguido, celebrando un amor que nunca han experimentado.

Y entre tanto, los desdichados sueñan por las esquinas, desaparecen debajo de un tren, y recorren las calles bajo la lluvia. Una y otra vez, por los siglos de los siglos. Y parece mentira, que los desdichados, son los enamorados, y los que no quieren admitir que la vida les ha ganado el pulso, y los que sueñan despiertos y dibujan siluetas en el vaho de la ventana, y los que lanzan besos al aire y fuman sin compromiso, y los que roban almas a hurtadillas y se van siempre antes de que puedan descubrirles, y los que morirían por una persona de la que apenas conocen su reflejo, y los que prefieren apurar la copa antes de pedir la cuenta, y los que tiemblan sin que haga frío y cierran los ojos sin sueño, y los que no distinguen la mañana de la noche, y los que andan siempre con banda sonora, y los que creen en lugares sin verlos, y los que se revolucionan con una mirada fugitiva y una mueca sin destinatario, y los que prefieren despeinado a emperifollado, y los que prefieren choque de labios a choque de piernas, y los que descubren que la vida ha pasado en una sala con pantalla gigante, y los que caminan despacito y se giran después de haberse despedido, y los que saludan con la mirada y se quedan sin palabras, y los que convierten los silencios en fantasías de una vida, y los que edulcoran el café hasta el suicidio, y los que quieren llorar y no pueden, y a los que la mente les dice que sean amigos, y a los que el alma les dice que destrocen la cama. Esos.

Esos son los desdichados.