Últimamente me asusto mucho con
la gente. No es que sea nada nuevo, creo que tengo alergia al mundo desde que
nací; pero lo cierto es que a veces me cuesta reconocer que podamos actuar como
idiotas en situaciones la mar de sencillas.
Bueno, os acorto los
preliminares, no sea que os vayáis a pensar que esto es un texto de calidad. El
caso es que en una de mis incursiones por la noche universitaria acabé en uno
de estos bares en los que ponen ruido y dan de beber cerveza aguada y fanta de
limón por ginebra. Estaba parada moviendo la cabeza al ritmo de los bamboleos
del suelo, y como siempre, observaba a la multitud con cara de falsa
superioridad. Mientras miraba, empecé a asustarme. No es que hubiera
descubierto nada nuevo en ese momento, pero una reflexión de madrugada, y
bebida, siempre es más profunda y reveladora que en cualquier otro momento.
Total, que allí estaba yo, parada como en una escena de esas en las que aparece
una borracha en una discoteca rodeada de gente que baila a cámara lenta, y que
parece que va a potar de un momento a otro. Allí estaba, clavada, y anonadada con
los rituales de ligoteo que se reproducían en cada puta esquina. Y algo que así
dicho debería de ser bonito, o al menos divertido, era una auténtica pena.
Una pena deforme a la vista, con toda la gama de adjetivos que van desde la
grima al horror. A ver, no os
confundáis. No voy por ahí mirando a la gente en plan morboso. Pero cuando te
tiran dos copas por la espalda porque dos criaturas se están morreando detrás
de ti como si no hubiera un mañana, entonces no te queda más remedio que
girarte a mirar y llamarles de todo, aunque no quieras. Y si por otro lado, se
te cruza tu amiga que va a hombros de un chaval que necesitaría que le llevaran
a hombros a él, y, aparte, parece que otro paisano se te acerca por un lateral e
intenta camelarte arrimando la entrepierna, entonces, entonces no te queda otro
remedio que mirar. En este momento sí que me asusté. No sé por qué estaban así
las cosas, ni cómo habíamos llegado hasta esa escena entre grotesca y
lamentable, pero solo quería encerrarme en mi habitación y ver películas de
Hugh Grant hasta que no recordara nada de aquello.
Me niego a creer que a alguien le
pueda gustar estar en un bar así. Si sois de estas personas, ya podéis dejar de
leer. O no. Como veáis.
Vamos a ver ¿en qué momento hemos
pasado a ser unos imbéciles? Y ahora os explico. No me da pena que dos personas
se enrollen y vayan a caballito o lo que cojones les apetezca hacer. Lo que me
deja un poco desconcertada es que el concepto de ligar hoy en día se reduzca al
estereotipo de estar en un bar, ser guapo y dejarse hacer. No es que sea una
romántica, que lo podría ser, pero no me va; es que me parece terrible el que
haya que ajustarse a unas reglas prefijadas para establecer contacto. Está
comprobado que cuanto más guapo se es, más bueno se está, y más se sale, más se
te acerca la gente. Me parecía que los roles y estereotipos que se sucedían en
el instituto: el cachas, el friki, la guapa, la empollona… no los volvería a
ver jamás, y sin embargo, se siguen reproduciendo por todos lados. Y este
sentimiento entre de miedo e ira, al que muy probablemente contribuyó el
alcohol, me dejó ver que a cada bar que iba, la gente solo se dedicaba a mirar
al horizonte en busca de algún buen partido: guapo/a, alto/a y soltero/a. Y lo
reconozco, yo también lo he hecho. Y mil veces me he arrepentido.
Quiero pensar que en otro mundo,
la gente habla, se conoce, y es libre de decidir de qué rol quiere formar parte
en la vida. Quiero pensar que el tener una belleza desproporcionada y una
inteligencia dividida por cero, te lleva o a tener que esforzarte para enamorar
a alguien, o a asumir que no lo tienes todo hecho. En un mundo justo, ideal y
sin prejuicios, la mayoría de las parejas, o líos de una noche, estarían unidos
por algo más que un vistazo en un bar y una disponibilidad de agendas. Y que
quede claro, me refiero solo al terreno sentimental, porque parece que cada vez
estamos avanzando más en todo lo demás. Que cada vez a los amigos los une una
verdadera relación de amistad y no un estatus social, y que cada vez el
conseguir trabajo depende más de tu esfuerzo que de tu aspecto. Y menos mal.