7 de marzo de 2021

C. Tangana o el cuestionamiento del sentimiento

Al hilo del último disco de El Madrileño se me vinieron ciertos pensamientos a la cabeza. ¿Por qué escribimos? ¿Por qué y para qué creamos? O, ¿para quién? ¿Para nosotros, nuestros monstruos, nuestro pasado, nuestro futuro, nuestros crushes, nuestros ex, nuestros abuelos, nuestros muertos, nuestros amigos?

Escuchando la canción raíz del disco, que dice: "Yo he nacido bohemio, pero tu amor me ha cambiado y ahora quiero triunfar y ganar y salir en la tele y la radio." Y más tarde: "Es un veneno que llevo dentro en la sangre metido que va a hacer que me mate sin que me hayas siquiera querido". Puede que 'escribimos para que nos quieran' sea una buena respuesta.

A nivel usuario: ¿para qué escribimos un tweet? Seguramente que porque sabemos que alguien lo va a leer. Lo sé, vosotros escribís en Twitter porque os gusta escribir y punto. Pero la libretita que tenéis en la mesilla de noche sigue en blanco.

O dicho de otra manera: ¿puede que el acto de escribir o de crear sea un acto puramente egoísta? Porque ya más que alimentar nuestro ego, quizá nos aporte cariño, comprensión, reconocimiento por parte de los demás. Amor, al fin y al cabo. Incluso las críticas si son constructivas nos pueden reportar cosas buenas. O puede que nos conceda identidad, seguridad, exorcice nuestros fantasmas, calme nuestras tristezas, canalice nuestra excitación, reconozca nuestros fracasos y nos ayude a avanzar.

Entonces: ¿cabe la posibilidad de que el oficio del artista sea llevar la vida hasta la extenuación? Es decir, vivimos para nosotros pero hacemos de todo (hasta lo impensable) para que nos quieran. O para aprender a querernos. Quizás el arte solo trate de llevar eso hasta las últimas consecuencias. Como una manera de expresarse, de soltar lastre, de mostrarnos y de encontrar. Y casi siempre ofrece recompensas, ya sea el aplauso de un teatro o un whatsapp de tu crush. Es natural, algo intrínseco al ser humano, que necesitemos ser tanto emisores como receptores de creaciones. ¿Cómo podemos criticar que alguien escriba, cante, baile, actúe para que le quieran? ¿Pero es que acaso no nos hemos dado cuenta de que su vida gira en torno a la exposición y su creación comienza a llamarse "arte" en el momento en que otra persona ejerce de receptora?


Todo esto me llevó a pensar en el tema de la interpretación de la obra de arte. Y aquí es donde surge el germen de las encarnizadas discusiones cuyo lugar de culto son actualmente las redes sociales. ¿Desde qué ángulo la miramos? ¿La interpretamos según la historia, según nuestros sentimientos, según el propio autor, según la RAE? Interpretar una obra más allá de su calidad objetiva (según unos cánones que hemos establecido previamente, ojo) requiere de recursos incontables (hello, historiadores del arte) y de los que, por supuesto, carezco. Así que mi limitación hace que interprete todo según mi propio criterio. El que me han dado los años, las películas, otras personas, mis padres. Y como cada uno tiene su criterio, pues el conflicto está servido. ¿Partíamos de que creábamos para molar a nuestros crushes, no? Básicamente. El problema es infinito. Se critica todo, tire del palo que tire. Y se critica mal. Porque claro, es arte. Y quizá se nos olvide el fondo: el acto creador. La raíz y el quid de todo.

El oficio de crear, tan unido al sentimiento, se vuelve necesario. Nos aporta una identidad. Nos ofrece un aprendizaje. Nos conecta y nos ennoblece, aunque quizás partamos de un objetivo egoísta. Necesitamos sentirnos queridos. Algunos lo llevamos como podemos. Y otros se dedican a transformar frustraciones en hermosas obras de arte. Solamente por la valentía y la falta de pudor que este hecho requiere, considero que ninguna creación debiera de ser repudiada. Sí criticada duramente (y argumentadamente) si es necesario, no me entendáis mal. Pero criticar la soberbia de un artista (refiriéndose a su obra en exclusiva) es un sinsentido en sí mismo. Lo que debiera de criticarse es su falta de sangre, su falta de ambiciones, su falta de sentimiento. Y es que es justamente allí donde entra en juego el sentimiento, donde la moralidad levita.

Ya sea la angustia de vivir, la felicidad de encontrar, el dolor de perder, el orgullo de seguir, el placer de triunfar. Todo ello tiene cabida en la vida y, por supuesto, tiene cabida en el arte. Hay quien lo lleva a cabo de manera más o menos brillante en términos exclusivamente objetivos (¿objetivos?). Hay quien lo guarda para sí, y hay quien, si tiene suerte y ganas, lo expulsa de su interior y lo comparte con los demás. Y la pureza de este acto justifica la flaqueza o la soberbia del contenido. De verdad. Qué cosas nos habremos perdido porque alguien decidió avergonzarse y resetear el ordenador, o quemar el boceto, o eliminar la escena de un montaje por miedo a. A qué dirá quién. Qué diré yo mismo entonces.


Así que, y sé que estoy divagando, intento volver a mi idea central (si es que acaso existía en algún momento). La pureza del acto de crear (y que no nos equivoquemos, todos tenemos) es la pureza que intentan tirar por la borda los proclamadores de verdades inamovibles; cuando, bien sabemos, que si hay una sola verdad, esta no existe en el arte. Me aterra pensar que mi gusto sea exacto al de los demás y perder así mi individualidad, quizá mi albedrío. Vamos a ver. Dejemos ser libres a quien debe ser libre. Dejemos crear en paz. Dejemos disfrutar del acto de crear. Dejemos que alguien peque, o más bien, ejerza su derecho a la soberbia al escribir o al cantar. Que recicle, que fusione, que repita lo mismo, que estampe papeles en cada esquina, que innove o que vuelva a lo de siempre. Si hay que juzgar algo, que sea solo el no haber podido disfrutar de su obra antes.

Ojo, cada uno está en su derecho de que algo le guste más o menos. Y los entendidos están en su derecho (o en su deber) de remarcar los aciertos o corregir los fallos académicamente. Pero dejemos el sentimiento a parte. Cuestionar el sentimiento es como cuestionar la vida. Y si la vida no tiene puto sentido, tampoco el sentimiento. Aunque tu sentimiento tenga como objetivo la riqueza, el placer, el número de tu vecino o un Ford Fiesta.


Una última cosa que me ha venido a la cabeza, en relación a la esencia del disco, es un problema que creo que trasciende lo generacional y nos empapa las entrañas desde la cuna. Es algo de lo que ya he hablado más veces y en lo que servidora cae una y otra vez: el hecho de relacionar lo español con la caspa, un señor bajito o el atraso. Algo que últimamente nos estamos intentando sacudir de encima (al menos, en la música). Devolver el folclore a lo que es: folclore. Sin peyorativos. Sin segundas interpretaciones. Escuchar copla sin retrotraernos al 1936 de los fusiles. Creo que esto es algo que se está haciendo y, lo mejor, se está consiguiendo en todos los estilos, artistas y colores posibles (estrategias de marketing a parte). Es en esto en donde creo que el disco antes nombrado se convierte en un acierto, o al menos, en un intento muy mediático de acercarse a la raíz del problema. Y a mí, me vale (según mis propios criterios. Remitirse a líneas anteriores). Pero esto es otro tema.


No le hace falta al señor Tangana que yo le defienda, faltaría más. Las interpretaciones son odiosas. Creo que el hecho de escribir estas líneas es un acto intrínsecamente egoísta. Quizá una justificación de mis contradicciones y equivocaciones. Quizá un discurso al que agarrarme cuando alguien cercano critique mis poemas. Quizá una manera de sentirme querida. O quizá una manera de combatir soledades y salidas del tiesto.


En fin, como iba diciendo: " lo hice por ti."