16 de diciembre de 2019

Joder, no sé


Sería sencillo que una cosa fuera siempre una cosa. Yo imagino que me seguís. Una cosa es una cosa. Un plato es un plato. Una verdad es la verdad.  Me levantaba hoy soñando que un cantante me hacía el amor vestido como Harry Styles en su última aparición pública. ¿Qué mierda tendremos en la cabeza? ¿Qué me quiero decir a mí misma con eso? Me desperté muy feliz, eso sí. Después de dos semanas de café y melatonina, pesadillas de todos los colores, y despertazos a las 5, 6 y 7 de la mañana; he conseguido dormir con relativa fluidez. Y resulta que mi mente es una hija de puta, pero a veces me quiere. Me da el gusto del sueño que me quita en la vida real. Y yo se lo agradezco y apago el despertador para ver si llego al orgasmo. No nos importan tus sueños. Lo entiendo. Un plato es un plato. La verdad es que odio madrugar al mismo nivel que a la gente falsa. Y eso es un poco bastante mucho que te cagas. Así que cuando el despertador suena a las 8 quiero hacerme el harakiri. Si además le sumas el insomnio, es como vivir jugando a la ruleta rusa. Hoy me mato, hoy no, hoy me mato, hoy no.

Ay, vamos a hablar ahora de la ansiedad, y de la soledad de los jóvenes en la era de la globalización. Qué ganas. Os prometo que todo esto llega a tener algo de sentido en algún momento, pero tenéis que aguantar leyendo.

Pues mira, “Carolina Durante” ha pegado el bombazo este año. Entre otras cosas por el pedazo de disco que han sacado, que es un disco generacional que te cagas, y mola la vida, y por dios ¿no sabéis quiénes son? Googlead: “Cayetano”. So. ¿Por qué estos chavales han tenido tanto éxito, si, con perdón, son 4 pringados (yo también lo soy, don´t worry) que se han juntado y han dicho vamos a aporrear instrumentos de una manera brillante y a cantar en mayúsculas, que eso es moderno? Pues porque, aparte de la calidad musical, en la cual no me meto porque hace años que acabé el Conservatorio y a veces se me olvida la armadura de Sol Mayor; tienen unas letras que nos recuerdan a algo. Qué será. Que un plato es un plato. Y una cosa es una cosa. Es decir, que saliste de fiesta y te encontraste con ella, y joder la vida qué dura saliendo de fiesta, follando y escuchando música. Y la resaca y la crisis existencial de los veinte. Lorezepam y vitaminas. No tan jóvenes. Ansiolíticos y lubricante (esta es de “Rusos blancos”). Siento si no me seguís, me he vuelto una moderna y hablo medio en clave de indie-mierdas. Resumen: su maravilloso disco habla de la crisis existencial de los jóvenes sin problemas. Y eso no sé por qué, nos encanta. Ay, no sé si lo venís adivinando, pero voy a hablar de Amaia. Ok, tía. Amaia y su nuevo disco es tan sencillo como complejo. A parte la voz maravillosa y la música cuidadísima; unas letras directas, que podría haber escrito en su diario, y que resulta que eres tú cuando te enamoraste o cuando viviste eso aquel verano. Y un poco de crisis existencial veinteañera. Pero no pasa nada. Cierro esta crítica musical.

Resulta que la soledad es atronadora. Voy a llamarla así. ¿Qué te pasa? Si no tengo ningún problema. Justo por eso. La soledad es atronadora. Ruido blanco, chispas, la mente sonando.  Es tormenta en silencio. Es equivocarte y que nadie te corrija. Apabulla sin gritar, y te borra el pensamiento.

La soledad puede estar en la sala vacía, o en muchos lugares llenos. Cuando la gente rodea la soledad, ésta se crece. Y es más soledad que nunca. Avanza a sus anchas, se trae sus maletas, se arrincona y echa raíces. Profundiza por caminos que nadie sabía que existían e invade hasta los matices.  Es atronadora, e irrespetuosa. No te deja escuchar sin hablar ella antes. También es muy presumida, algo histriónica. Te cuenta continuamente que ella existe, que la mires. Se viste muy llamativa, se maquilla perfectamente y te convence con su conversación aduladora. Tiene muchos años de experiencia y su especialidad es captar seguidores. Es atronadora. Y un poco pesada. Te persigue a todos lados. Tú quieres odiarla, pero te convence para que odies a los de alrededor. Porque se crece con las masas. Tú la observas, de reojo. No quieres hacerle demasiado caso. Pero los oídos te pitan. Giras la cabeza y allí te ha vuelto a seguir.

Es avasalladora, rompe, te rompe, se amolda y te amolda, desata, ordena, impone, establece leyes, sentencia.  Tú quieres hacerle un hueco, porque te convence de que nadie se fija en ella. Y empiezas a dedicarle un rato de vez en cuando. Te cae bien, no entiendes por qué tenía esa fama. Los ratos se convierten en días. Notas que te absorbe. Empiezas a pasar con ella casi todo el tiempo. Es maja. Empiezas a quererla, ya forma parte de tu rutina. La sala vacía, ella y tú. Apenas puedes pensar en nada más. Echas de menos la libertad pre-soledad. Pero ella te ha pedido que por favor no la abandones, que no tiene a dónde ir, que de verdad te quiere. Y no te deja salir, ni llamar, ni hablar. Pero la tienes a ella. Tan atronadora, convincente y peripuesta como siempre. Sabes que esta relación tóxica no va a acabar bien pero, ¿cómo vas a dejarla?

No sé, igual a vosotros no os pasa. Pero siento un poco de esto cuando escucho a los chavales de Carolina. Como que me quieren gritar que ellos también lo sienten, pero que luego se van de fiesta y se les pasa. Bueno, yo esto lo dejo por aquí, como si nada. Como veis, no saco conclusiones. Eso es cosa vuestra.

Puede que en realidad no estéis solos. Pero la cabeza, vuelvo a decir, es muy hija de puta. Se inventa muchas cositas. La mayoría malas, no os voy a engañar. Saca unas conclusiones, que dices: ¿pero hija de puta, qué cojones dices? Y luego, empiezas a mirarla, así como con lascivia. Oye, ¿sabes? Igual tienes razón, ¿eh? Dios mío. ¿Y si tienes razón? Dios mío, un plato es un plato. Lo sabía. Dios mío, una cosa es una cosa. Dios mío, ¡una verdad es la verdad! ¿Te encuentras bien? ¿Yo? Sí, claro. ¿Salimos esta noche? Bucle terrible de inseguridad. Y resaca asegurada.

Pero, ¿la verdad era la verdad? Hija de puta. Te lo inventaste, ¿a qué sí? Como no tengo problemas, crees que puedes jugármela inventando cositas. Pero, ¿y si tenías razón? Joder, no sé. Ay, qué cuca, la mente.

De verdad, no tengo ni idea qué estoy escribiendo. Espero que hayáis sacado conclusiones porque yo, desde luego, me he perdido desde que hablé de Harry Styles. Por cierto, ¿habéis visto la nueva peli de Noah Baumbach? Dicen que está muy bien. Aunque os aviso, no ayuda mucho en todo esto. Es decir, las crisis se tienen también de mayores, no os vayáis a creer que esto es porque estáis en los veinte. Así que, bueno, eso, ahí os lo dejo. Y prestadme un poco de ansiolíticos y música para sobrevivir otra década.





6 de septiembre de 2019

Todavía

Puede que alguien nos diga algún día: oye, yo le conozco. Y ni puta idea. Oye, que usted me atendió el día "x" en la consulta "y" a la hora "z", y me curó el resfriado. Oh, vaya. Pues de nada, señor. Y gracias por acordarse de mí. Siento no recordarle. No, es que ese mismo día murió mi hija y me acuerdo mucho de todo lo que hice. Joder, lo siento. Pero usted me curó el resfriado y eso está bien.

Estaba pensando que hay cosas aparentemente insignificantes que te marcan para siempre. Bien, mal, regular, en el recuerdo, en tu forma de ser. O cosas que para ti no tienen importancia pero para otra persona sí. Es tan difícil ser empático, que darte cuenta de que tu saludo le importa a otra persona es un ejercicio de maestría.

Por ejemplo, a mi me marcó la primera vez que escuché "Copenhague" y ya no puedo pensar en esa canción con neutralidad. También el día que decidí que me gustaba ir más al cine que al botellón viendo la nueva de James Bond con 13 años. Luego recuerdo a mi padre cantando "La hoguera" de Krahe mientras yo estudiaba matemáticas de 1° de bachillerato. Y una conversación que tuve con una amiga sobre lo celosa que estaba de que yo me llevara tan bien con su novio, cuando aún no lo eran. O escuchar hablar a Jonás Trueba en un coloquio sobre "Los ilusos" y querer dedicarme al cine. También recuerdo gestos, una pregunta en un autobús que me descubrió a la primera persona que me gustó, una sonrisa en el recreo del instituto, un abrazo en bruto de cuando mi hermano era tan pequeño que aún era yo la mayor, el comentario de mi profresor de música sobre mi forma de tocar que me ofendió, una primera caña con mis padres, unos ojos vidriosos en una conversación en aquel café, una caricia en la mano, la foto que me hicieron sin saberlo ese día que estaba tan triste.
Es tan relativo todo lo que sentimos que no podemos establecer una ley para regular cómo nos van a afectar las cosas. Porque cosas, cosas, van a pasar. Cada cual las vivirá a su manera. Y si hay suerte, algo será igual de importante para ti que para el otro. Pero también puede pasar que a alguien le haga mega feliz que le saludes, y tú ni te acuerdes de quién es. Qué chungo. O al revés, que se olviden de tu nombre, y odiar a esa persona de por vida. Puede ser.
No sé de qué estaba hablando. Creo que de que a mí me gusta el indie porque a alguien se le ocurrió decirme que me parecía a Lana del Rey. O de que mi amiga empezó con su novio comentando con él la conversación que había tenido conmigo.
Porque ocurren muchas cosas, y nosotros seleccionamos las que nos da la puta gana. Pero no vamos a enfadarnos porque otros no se den cuenta de eso. Tú no te das cuenta de que ayer atendiste en la consulta a ese señor y él se va a acordar de ti para siempre.
La relatividad de los hechos. Da miedo. O es una gilipollez. Pero algo debe de ser. 
Pensé en esto porque a mí me ofendía mogollón que un tío no se acordara de que me besó hace dos años. Pero luego me di cuenta de que yo no recordaba el nombre de otro tío que conocí el mes pasado.
La relatividad de los hechos. 
Lo sé. He mezclado la necesidad de la empatía en la profesión médica con mis recuerdos melancólicos de niñez y mis frustadas aventuras amorosas. Y esto ya ha perdido el sentido.
Es que recordando esas cosas chorras que me han marcado, pensé de nuevo en "Los ilusos" (peli maravillosa), y viendo la nueva peli de Jonás Trueba volví a sentir lo mismo exacto clavado que sentí con 17 años. Esa sensación de que la vida es rara, sus personajes caóticos, las relaciones difíciles, las circunstancias cambiantes, las personas y sus personalidades complejas, todo, en fin, una putada con momentos menos malos en los que una vocecilla te canta: "Todavía queda tiempo, todavía estás aquí". Y aún así, merece la pena, porque una gilipollez insignificante que solo tú recordarás, es relevante para ti en ese momento.
Eso. Quería decir que aguantéis. Que recordéis. Que os han pasado mil cosas, sí, aunque no todos lo sepan. Que a los demás también le pasan cosas trascendentales en su vida, solo que distintas a las vuestras. Y eso es guay, porque más cosas que contar, más cosas que descubrir. Y qué maravilla, a pesar de todo, que algo, que alguien, nos marque y que nos dé la vuelta para construirnos y así, quizás, marcar tú a otra persona. Y hacer de esto un bonito continuo interminable hasta la muerte.
Yo qué sé, algo de esta mierda tiene que tener sentido.
Porque, como veis, en los momentos en los que no me apetece cortarme las venas, estoy de muy buen rollo. 


7 de junio de 2019

Junio (canciones tristes, personas bonitas)


Hace un año, decía adiós a unas cúpulas de una catedral de una ciudad, mientras escuchaba una canción que nombraba la fecha exacta del día de mi partida. Hace un año, un 23 de junio, me daba cuenta de que me iba y me tocaba decir hasta luego a la gente que se quedaba. Hace un año, tenía una discusión sobre el destino o la casualidad. Yo, aférrima defensora de la casualidad, afirmaba que las cosas no pasan por una razón, que no nos miran desde el cielo, o desde otra dimensión, y nos dicen: oh, a ti te van a joder; oh, tú vas a suspender; oh, tú te vas a enamorar; oh, a ti se te va a morir el hámster; oh, tú vas a ganar la bonoloto. Porque no, joder, el destino no existe. Sin embargo, vislumbraba la existencia de una casualidad poética. Esa casualidad que hace que cuando un día 23 de junio estás abandonando personas y lugares en los que has sido feliz, a las 3 y media del mediodía, suene una canción que te dice que dejes el equipaje en la ribera, que no te va a servir cuando cruces la frontera. Es inevitable entonces, a mi parecer, creer en la casualidad poética. La misma que un agosto te hizo aterrizar en tierra extranjera, un diciembre te hizo casi conocer al cantautor de tu vida, la misma que un enero te trajo de vuelta casi completa. La casualidad.
Un año después, es difícil no creer en algo. Pones una lista de reproducción en aleatorio antes de salir de casa, la primera que encuentras, porque has quedado para despedirte y no quieres llegar tarde como siempre. Y entonces, suena la misma canción de la despedida. ¿Destino o casualidad?
Junio. 3 del mediodía. Lo que cambian las cosas en un año. O no.
Cuando eres de los que se van, las cosas son de otra manera. Hay tristeza, hay lágrimas, hay incertidumbre, pero también mucha curiosidad. Cuando eres de los que se quedan, la curiosidad ya no es una excusa para evadir el carpe diem. Ahora solo quedan los recuerdos tristes adornados con canciones de "La casa azul", los caminos de bar en bar pidiendo la última canción del grupo del año, y las conversaciones en frente de aquellas cúpulas de aquella catedral de aquella ciudad. Hace un año decía que, seguramente, mañana volveríamos a bailar a cualquier otra parte y a jugar al futbolín borrachos. Y lo hicimos. Volvimos a bailar, volvimos a jugar, volvimos a emborracharnos, y a estudiar, y a decir hola, y adiós. Todo eso que pronosticaba la poesía de la casualidad, volvió a suceder. Y no recordaba por qué había tenido tanto miedo hace un año, si, al fin y al cabo, todo iba a ser igual al volver.
Pero bueno, mientras que el destino se tomaba unas vacaciones, y la vida transcurría como si tú no le importaras una mierda, había cosas que no podían permanecer estáticas. También reflexioné sobre eso hace un año. Pensaba que hay que cambiar, deconstruirse, retorcerse una y mil veces, y luego, si eso, volver. Y eso es vivir. O aprender. EN FIN. Adiós melodramas. Volvimos, sí. Pero volvimos distintos; y eso, no está tan mal. Teníamos pendientes ese baile y ese futbolín, aunque la promesa de un juego igual que el de ayer hizo que la vuelta fuera una mentira. Pero volvimos. Y cambió la manera en la que los recuerdos se construían. Nada había cambiado, y sin embargo, todo era diferente. Y fuimos todo lo que la casualidad quiso que fuéramos.
Mirabas a las personas, recorrías las calles, cogías apuntes y comprabas en el Mercadona. Igual. Igual. ¿Igual? El fallo fue pensar que las cosas serían igual cuando nadie era el mismo.
Volvimos. A ese bar, a esa biblioteca, a esa sala de cine, a esas cúpulas de esa catedral. Y aprendimos a ser iguales en nuestros cambios. Nosotros, vosotros y ellos. Y hasta en los días más raros, siempre había una persona que te decía que por qué no te tomabas un descanso y unas cañas. Miedo a lo nuevo, miedo a lo desconocido, miedo a que las cosas hayan cambiado mientras no estabas, o a que tú hayas cambiado mientras todo el mundo estaba. La verdad, no fue para tanto. Ahora que es junio, lo podemos decir.
Destino, casualidad, me la suda. La mierda de vivir en continuas novatadas, la vida dándote por detrás, los relojes que se sincronizaron al cruzar el Océano, las cosas que permanecieron o que mejoraron, los nuevos sabores del alcohol, el nuevo indie, y el flamenco-trap que ahora lo petaba, los programas de la 2 que te perdiste, los amigos que descubriste en cinco meses después de cinco años, y los que perdiste tras esos mismos años, las oportunidades que tuviste, y las que dejaste pasar, las risas en las noches del principio, y las lágrimas del final, los conciertos de vuelta frente a las cúpulas, y los paseos de madrugada escuchando canciones tristes. 
Pero.
Al final.
Qué lujo poder estar escribiendo esto mientras el sol asoma por la ventana, veo a la vecina colgar las sábanas blancas y suena un premonitorio "tu recuerdo es un taladro a las 3 del mediodía". Es junio. Son las 3. Los días han pasado como meses, y los meses, como días. Y no sé cómo he llegado a estar en el mes del buen tiempo, los conciertos y las bibliotecas. Marzo fue lo que no quisimos que fuera, y Sabina ya describió a la perfección lo que pasa con el abril de cada año. Mayo voló entre apuntes y despedidas. Y ahora, tú, que estás leyendo esto, lo tienes que saber, si es que no lo sabes ya; si has entrado en mi vida, es que eres una persona bonita que inspirará un relato triste. Porque la felicidad no es adecuada para los poemas, y la vida no puede basarse en la sonrisa. Tú, que estás leyendo esto, lo sabes.
Si sois de esas personas que melancolizan todas las situaciones posibles, apartando la vista, caminando por Compañía, y escuchando canciones tristes en bucle hasta cansaros los ojos; bienvenidos, esta es vuestra cinta. Os diría que sí, que olvidarais el sufrimiento, el dolor en el pecho no asociado a una enfermedad cardíaca, los recuerdos tristes mirando el mar, las canciones de Iván Ferreiro, las despedidas con lágrimas en los ojos o congoja en el corazón, la mirada de desaprobación de vuestros padres en la última discusión que tuvisteis, la última película que visteis antes de iros, las palabras que dijisteis o las que no, las novatadas de primero, ser veterano en segundo, el grupo de amigos definitivo en tercero, la adaptación en cuarto justo antes de marchar, y las despedidas del final; os diría que lo olvidarais, pero ambos sabemos que si eres de mi clan, te va a importar una mierda lo que te diga. 
Ahora, todo esto se ve desde la primera fila, y da un vértigo que te cagas. No sabes cuántos de los adioses serán definitivos, y no quieres saber, la verdad.  Al final, lo que queda, no será la palabra hiriente, la mirada esquiva o el corazón roto. Todo fue bien. El viaje fue bonito, las personas también, al menos las que importaban, los lugares no podrían haber sido más preciosos, y las canciones molaron tanto. Melancoliza lo justo, y triunfarás. O al menos, ese debería de ser el dicho.
Sofía, joder, a mentir a tu puta casa. 
De verdad, de verdad, que no os miento. Ser intenso que te cagas es lo mejor que os puede pasar. Pero ya. Ya pasó. Vamos a echarnos de menos un tiempo, y volveremos a bailar (en cualquier otra parte), y a jugar al futbolín borrachos. Y no seremos los mismos, pero eso me da igual. 
Vais a ser los profesionales más humanos del universo. O los humanos más profesionales que haya visto. O las personas que queráis ser. Y no recordaremos la mitad de esto, pero ya no importará. El destino no existe. Pero la casualidad poética puede que sí.
Todo está en regla esta vez. No hay error.

Nos vemos en el futuro.


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3 de marzo de 2019

Marzo

Ya ha pasado febrero. Tempus fugit y a la mierda. Mi febrero ha sido mi mes fantasma. "Qué ganas tengo de que llegue marzo". Cállate ya, puta pesada. Como ya estamos en marzo, he tenido que revisar mis ideas, cambiar de título y mudarme el sentimiento. Ahora soy éxtasis mezclado con estado de resaca permanente. Y un poco de melancolía. Y no sé. Puta pesada. 
El caso es que como mi ánimo modula según el día, aprovecho los momentos en los que no estoy enfrente de libros o cervezas para escribir cosas insustanciales. 
La verdad, yo lo llamo enero y febrero. Pero podría decir caos y vacío, respectivamente. No sé vosotros cómo lo denomináis. Esos meses en los que la vida te cansa, y el camino a la biblioteca es el mejor momento del día. No sé si para vosotros fue puto septiembre. Pero haced como que ha sido febrero para que podáis meteros en el mood. 

Era caos, y llevaba unos días encerrada y pensando en lo que podría ser si yo no fuera yo. Salía un jueves, y no sabía si debía estar allí o en mi casa pensando. Pero estaba. Y me costó entrar en la noche unas dos jarras de Estrella Galicia. Pensaba tanto que si fuera un dibujo animado me hubiera salido humo por la cabeza. Pensaba. Y entonces, todo se paró. Mis amigos tenían una Estrella Galicia en la mano y la música y las risas rodaban a cámara lenta. El alcohol ayuda, sí. Pero yo qué sé, pensar que la vida es poética me pone. Era caos, pero estaba sentada, bebiendo cerveza y riendo. Y no pensaba.

Y luego, fue vacío. Caminaba hacia un lugar que los ajenos consideran que tiene nombre de bar, pero que en verdad es una puta biblioteca. Y en este vacío hacía sol, y buen tiempo, y la gente andaba como si fuera verano. Y joder, el cambio climático. Pero tú solo pensabas. Y querías que caos no fuera caos, pero en fin, la vida es una cabrona. Pensabas. Y caminabas por calle Zamora escuchando "Turnedo". Porque, mira, cómo cambia la vida con una banda sonora. Y te sientes imbécil, y cuentas los años que te quedan de caos y todas las personas que has conocido. Y entonces llegas a esa plaza. Y te giras a mirar el reloj, aunque vayas hacia las Conchas; porque cuánto pasará hasta que te vuelvas a girar. Y caminas, y piensas, pero no. Y cuántos carteles has imitado en la Imprenta, y cuántas veces no recuerdas haber ido a Bisú a las cinco de la mañana. Y caminas. Y no puedes evitar decir "me encanta" cuando caminas por la calle Compañía. Y llegas. Al mismo lugar que te descubrió a Iván y que hizo que Coque te tirara su púa tras dejarte marchar. Y los turistas japoneses buscando la rana, y te ríes, y la buscas sabiendo de antemano que nunca la van a encontrar. Y piensas que, joder, vaya privilegiados somos de solo tener que abrir libros y cerrar bares. 

Y vacío pasa. Y llega marzo, que bien podría ser sobrevaloración. Y te sorprendes, porque sigues pensando. La vida es muy puta. Y piensas. Y vas de cañas con esa sensación de borrachera que te deja terminar de exámenes antes siquiera de probar la cerveza . Y la mierda, sobrevaloración parece que va a ser bueno, que no te jodan más. Spoiler: volverás a pensar. 

Solo quería decir que la vida es un poco cabrona. Pero no todo es malo. 

Pero pasarán los años y seguiremos siendo novatos en la vida. Nunca dejaremos de sufrir cuando la vida nos da por culo y resulta que no era para tanto. Nunca dejaremos de ponernos rojos cuando saludamos a alguien por equivocación. Seremos felices y tristes y luego felices, y más tristes. Y volveremos a sorprendernos y a creer en algo. Y puede que con suerte volvamos a sentir cosas bonitas, o nuevas. O feas maquilladas de belleza. Quién sabe. Puede que seamos un boceto de lo que imaginábamos ser, puede que nunca lleguemos a ganar el Nobel, puede que veamos que cada evento de nuestra vida es monótomo y que vivir en una ciudad grande con una compañera de piso vegana y lesbiana no era tan bohemio como creíamos. La vida, esa amiga bonita de corazón de hielo rodeada de un calefactor que se apaga cada vez que te acercas a la felicidad. Eso. La vida seguirá siendo y tú serás esa cosa prescindible que intenta cambiar la graduación del termostato.

Seguiremos siendo novatos. Y la vida una cabrona. Pero qué bien que haya llegado marzo.


Popopopom Shalalalá, Popopopom shalalalá.






17 de enero de 2019

Allí

¿Que qué tal por allí? Buah, genial.
¿Qué se supone que debo decir? ¿Que fue la experiencia de mi vida, que todo lo que veo me recuerda a allí, que ojalá volver algún día, que ahora toca readaptarse a lo de siempre? Sí, por qué no. Todo eso que pensáis antes de formularme siquiera la pregunta. Los tópicos más radicales de las experiencias en el extranjero, los he vivido. Todo eso. Ya está. Eso era. Pero pensando, sobre todo era tiempo que pasaba, personas que hablaban, coches que pitaban, música que sonaba. Eso. Y en medio, una turista ajena a todo.
Sin embargo, sería un atrevimiento y una gilipollez por mi parte intentar resumir lo que siento con palabras pasajeras, como parece que voy a disponerme a hacer. Why not.

Allí, las cosas se veían muy reales. De eso que podías dibujarlas en tu cabeza nítidamente, y no hacer ridículos bocetos mentales como cuando estás en tu casa y repites monótonamente lo mismo. Los días pasaban a velocidad x32 pero recordabas cada detalle, porque joder, estabas allí y había que aprovechar el espacio mental. Allí la gente hablaba raro. Ahora lo echas de menos. ¿Por qué la gente hablaba ese español inventado? Ahora crees que utilizar las palabras que aprendiste te hace guay. Pero no, te hace más triste, y además, te hace quedar como una pedante. Pues allí el aguacate se dice palta. Voy a decir "palta" para siempre. Palta. Pedante. El mes que viene ni me acordaré y pediré aguacates en el "Mercadona". Allí la gente te da un beso en la mejilla para saludarte. Paciente, amigo, padre o vecino. Siempre. Ahora aquí os saludáis con la cabeza. Ey, qué pasa. Joder, echas de menos los besos que al principio odiabas. Allí, la gente te invita a sus casas, sus cumpleaños y sus asados. Aunque casi no te conozca. Aquí con suerte te saludan por los pasillos. Allí no todo era bueno. Allí había atascos de dos horas, allí tardabas en llegar al trabajo una hora con suerte, allí te gastabas los ahorros en comer y ubers. Allí no había calefacción. Amas la calefacción central. La has echado de menos. Pero también echas de menos los treinta grados que hacía en diciembre, la Navidad tomando helado, y el desierto al atardecer. Allí te creías rica cenando cada día en un restaurante distinto y yendo a todos los tours. Allí, hablabas con gente que ni se te hubiera ocurrido. Aquí, te lo piensas antes de dirigirte al chico del autobús y pedirle la hora. Allí, los meses no tenían nombre y los días eran números al azar, porque daba igual lunes, 16 o noviembre. Allí, podías cenar con vino hablando de política y no sentirte subnormal. Aquí, cinco chupitos a un euro. Allí, andabas una hora porque te apetecía desconectar. Aquí no vas a por leche porque el "Día" queda a cinco minutos. Allí, por fin hiciste treking, subiste cerros y caminaste por el desierto. Aquí, sueñas con salir un día siquiera a caminar. Allí, la vida parecía un simulacro de un futuro de trabajo y tiempo libre, un mundo en el que tenías amigos casados. Aquí, acabas de volver de la biblioteca, y sacas los tuppers de tu madre de la nevera. Allí, todo era rápido y lento, todo era relevante y trivial, los contrastes no lo eran porque nada era verdaderamente importante, o porque en realidad solo importaba eso. Allí, no pensabas en nadie de aquí, te sentías egoísta unos segundos al día, pero se te olvidaba con una "Torres del Paine". Allí, querías promocionar España porque qué buenas tortillas y morcillas. Aquí, haces pebre y guacamole a tus amigos. Allí, aprendiste medicina, la vida de los ubers, y algo de derecho internacional. Aquí, deberías estar aprendiendo lo que dicen en la clase a la que no has ido por dormir. Allí, puede que todo fuera más fácil cuando dejo de ser dificíl. Aquí, cuanto más fácil, más difícil lo ves. Allí, te tiraste a la piscina porque solo se vive una vez. Aquí, te da miedo porque no vaya a ser. Allí, las calles eran kilométricas y la gente corría hacia el metro a zancadas. Aquí, tienes cuatro calles a cada lado, y solo corren los universitarios porque llegan tarde a clase. Allí, creías por un momento que tu vida era eso, y no sabías cómo hacer para volver y no estar en la mierda; pero luego alguien te dijo que siempre es bueno volver a la realidad, y fuiste más feliz que nunca, y ganaste un amigo. Gracias. Aquí, la felicidad parece lejana pero está. Me la traje envuelta desde allí en mi miedo a volar y en mi ansiedad social, y la saludo por las mañanas antes de salir de casa.

Aquí, poco a poco, voy abriendo los libros sin miedo, y la gente me resulta familiar. Sigo llegando tarde a los sitios, yendo al cine los miércoles, bebiendo "Estrella Galicia" en los bares y comiendo pizzas del "Mercadona". Aunque mi vida no ha cambiado demasiado, yo puede que sí. Solo algo. Ese algo que no abandoné, sino que me traje de allí. Y eso sí que no lo puedo escribir. Sería una pedantería, y una cursilada. Pero aquí está, a mi lado, escribiendo esto. Me dice que ahora escucharé "bacan" por la calle, y me giraré a hablar con esa persona recordando que estuve allí; me dice que tomaré aguacates para desayunar los fines de semana; que no pensaré tanto en lo que piensen los demás; que tendré muchas personas para comentar los recuerdos de allí, y las noticias de aquí; que saldré a cenar para descubrir nuevos restaurantes; que no me quedaré en un lugar si tengo la oportunidad de descubrir otro; que querré aprender a bailar y a cocinar; que caminaré con más gusto y no me agobiaré más con las multitudes; que querré dedicarme a algo de lo que pueda vivir por gusto; que siempre querré volver pero que ahora estoy aquí.

Gracias a allí. Y digo allí, porque aunque yo y algunos que leéis sabéis a dónde me refiero; podría ser cualquier sitio. Igual que no hay un hombre/mujer de tu vida, sino muchos posibles que solo las circunstancias y la casualidad hacen reales; igual con los lugares. Podría haber sido otro año, podría haber sido otro lugar. Pero fue entonces y allí. Gracias.

Y en resumen: buah, genial.