27 de febrero de 2016

Musa en paro busca poeta

Cuando parece que ya te has olvidado de las cosas que te reconcomían la conciencia el día anterior, surgen nuevos dilemas que no te dejan dormir. Siempre me he preguntado por qué no podemos estar a gusto con nuestras vidas de mierda, y seguir adelante aprovechando las mínimas oportunidades que nos ofrece una mirada o un botellín de cerveza. La verdad es que cada cual se agarra a lo que puede, entendiendo lo que puede a cualquier cosa, cualquier banalidad que te recuerde que la vida aún puede sorprenderte y hacerte sonreír en plan moñas como cuando ves una película de Hugh Grant.

Así que bueno, digamos que esta semana ha sido una gran mierda. Una de esas mierdas oscuras que te alegras de haber expulsado de tu interior. Perdón por ser tan gráfica, pero resulta más fácil decir eso que inventarme una trabajada metáfora pseudointelectual. Bueno, y tal. Que entre los dilemas sobre la vida cotidiana, sobre el futuro incierto, sobre la dieta saludable en días de estrés, sobre la crisis presidencial, sobre las horas de proyector interminables, sobre la cantidad de alcohol que se puede ingerir en un mes para no rayar el alcoholismo, y sobre la situación sentimental y personal en la que me encuentro (y digo me, pero sabéis que es nos), esta sucesión de seis días interminables ha sido horrible, descorazonadora, ridícula y dura al mismo tiempo. No se han salvado ni los amigos, ni la familia, ni la carrera, ni la señora maja de la inmobiliaria, ni el conserje, ni el camarero guapo. Así que he tenido que asimilar que sí, que la vida es esa mierda, cosa que no quería reconocer, y bueno, que no sé por qué no podemos estar a gusto con nuestras vidas de mierda, y seguir adelante aprovechando las mínimas oportunidades que nos ofrece una mirada o un botellín de cerveza.

Así que, después de sobredosis de lágrimas, ibuprofeno y palabras chungas, me había decidido a tirar la toalla, y a asimilar que no se encuentran cosas bonitas en cada esquina, que no hay gente especial en los bares, y que no existe el futuro ideal ni la vida esperada. Pero, boom. Lo sé, sorpresa. Vais a alucinar. Ayer puede que volviera a considerar la existencia de la magia de las cosas pequeñas que nos ofrece nuestra tortuosa existencia (o nuestra puta vida, así nos entendemos).

Ayer estaba en algún lugar de mierda probablemente, como casi siempre, y me di cuenta de que estaba rodeada de gente sonriente y desenfadada. Eran personas, como yo, y joder, reían a carcajadas, y bailaban, y tocaban las palmas. Y parecía que era el micromundo de la felicidad. Total, que ya puestos, y un poco a regañadientes al principio, no pude evitar sumarme a la excitación de la música, las guitarras, la cerveza, las miradas, las risas, y los móviles de última generación tomando constancia de ese evento imprevisto y maravilloso. Y allí estaba, después de mi semana de suicidio planeado, colorada de reír a carcajadas, y ansiosa de vivir todo lo que se me pusiera por delante.

Ya, bueno, lo sé, qué cojones digo. Me veo obligada a adornar la vida en todo lo que escribo, porque, entre nosotros, pocas cosas son tan bonitas como las pintas. Sin embargo, esto era la vida real. No hay adornos, ni aditivos. Solo he venido a contaros que ayer estuve escuchando cantar a dos artistas desenfadados y que parecían amar la vida y las guitarras más que un padre a su hijo, y que tuve el privilegio de estar rodeada de gente bonita y cerveza, y coplas. Y que agoté las risas que se me habían tornado en llantos durante la semana. Y que hice amigos y conocidos. Y que algunos entendimos la magia de nuestra existencia, la magia de la pequeñas cosas, la necesidad de aprovechar las oportunidades más inesperadas, la felicidad de hablar de cualquier cosa y de todo con gente a la que acabas de conocer y de la que ya te sientes parte, las ventajas de tomar 4 botellines y un tequila, las imprevisibles palabras de complicidad, la belleza de los gorros hipsters de nuestros abuelos, la enigmática cortesía de un desconocido, la perfección de cuatro acordes bien puestos, la sabiduría de cualquier persona que te resulte interesante, la necesidad del cariño y la comprensión mutua, la facilidad para vender sentimientos y llevarse recuerdos a cambio, la nostalgia de una noche única en un bar de mierda, o la devastadora sensación de que hoy no es ayer.

Y eso, los que hayáis llegado hasta aquí, solo os digo que la vida es una grande y oscura mierda, y entre ella, a veces, encontramos un placer efímero, un segundo de éxtasis, un reducto de felicidad instantánea. Y joder, puede que merezca la pena. Pensadlo.

Ah, y escuchad a Antílopez (no hago spam, es que son los jodidos amos).





13 de febrero de 2016

Idiotas sin futuro

Hacía tiempo que no oía hablar a nadie que fuera digno de ser considerado soñador. Según la RAE, que para estas cosas es la puta ama:

Soñador, ra  Del lat. somniātor, -ōris.
1. adj. Que sueña mucho.
2. adj. Que cuenta patrañas y ensueños o les da crédito fácilmente. 
3. adj. Que discurre fantásticamente, sin tener en cuenta la realidad. 

A pesar de venerar a todos los entendidos en lengua castellana, no puedo más que entrar en desacuerdo con esta mierda de definición, que deja totalmente de lado el ámbito más humano del calificativo de soñador.

Un soñador debería ser toda persona que se atreviera a pensar y a vivir la vida según los dictados de su propia mente, que viviera el presente y creara su futuro de acuerdo a sus propias convicciones como un artista crea el borrador de su obra. Y bueno, poco más. En el lenguaje popular podemos encontrar sinónimos como “muerto de hambre, idiota sin futuro, persona sin recursos, parado que no da un palo al agua, loco egocéntrico, gilipollas que siempre está en las nubes, rarito, friki, artista de poca monta, …”.

Pero, sin embargo, no creo que haya persona que sea más envidiable en el mundo que un soñador, de los de verdad, no de esos pseudotontos que un día deciden hacer un “simpa” para experimentar. Y bueno, que vaya gozada haber nacido un soñador de los que no se preocupan por las críticas, por las malas caras, por el agujero en el bolsillo, por los ojos entornados, por el no en un bar a las 5 de la mañana, por los calcetines de colores que asoman por encima de las botas, por el rímel corrido, por los corazones rotos al irse de Erasmus, por la depilación láser, por el futuro incierto y el trabajo casi gratis, por las recuperaciones en verano, por el amor no recíproco, por las ojeras y los ojos rojos, por levantarse a las seis de la mañana, por beber diez copas de más, por la gotas de lluvia en las gafas, por las arrugas de la camisa, por la pareja a los veinte, la casa a los ventipocos, los hijos a los treinta, la jubilación a los setenta, o la muerte repentina. Y, en fin, que se preocupan tan poco por las gilipolleces a las que los demás les damos relevancia vital, que viven casi al borde de la muerte sin morir, experimentando las situaciones cotidianas a un nivel que la mayoría ni podríamos imaginar.

Y todo esto viene de que yo estaba ayer en algún lugar de mierda probablemente, y descubrí a un soñador de los de verdad. Y habló de muchas cosas de las cuales filtré la mitad porque mis conocimientos socioculturales aprendidos desde mi infancia me decían que era un rarito, un excéntrico y un muerto de hambre, pero sé que me dijo que persiguiera mis sueños. Joder, con lo bien que estaba yo, allí, viviendo mi vida socialmente aceptable y acomodada, y llega un mierdas y me dice que no, que mi existencia es un error 404 not found. Y según hablaba me di cuenta de que era de los de verdad, nada de loco ni egocéntrico, sino soñador según la definición más radical del término. Así que me quedé allí, escuchando sus tonterías durante quizá demasiado tiempo, sabiendo que todo lo que decía lo sentía de verdad, y que quizás yo nunca pudiera llegar a vivir nada de lo que él me contaba. Me dieron ganas de salir de allí, empezar a dejar de buscarme la vida de acuerdo a la situación económica mundial, y ser lo que de verdad sería si mi vida fuera una película de Godard. Pero luego me di cuenta de que tenía que marcharme corriendo a seguir estudiando y me despedí del soñador con una risa de complicidad y poco más.

Y nada, yo que me considero amante de la vida y esclava de la realidad aplastante, solo tengo como aspiración en la vida llegar a ser una pseudotonta que un día decide hacer un “simpa” para experimentar. Y es una putada.