Cuando parece que ya te has
olvidado de las cosas que te reconcomían la conciencia el día anterior, surgen
nuevos dilemas que no te dejan dormir. Siempre me he preguntado por qué no
podemos estar a gusto con nuestras vidas de mierda, y seguir adelante
aprovechando las mínimas oportunidades que nos ofrece una mirada o un botellín
de cerveza. La verdad es que cada cual se agarra a lo que puede, entendiendo lo
que puede a cualquier cosa, cualquier banalidad que te recuerde que la vida aún
puede sorprenderte y hacerte sonreír en plan moñas como cuando ves una película
de Hugh Grant.
Así que bueno, digamos que esta
semana ha sido una gran mierda. Una de esas mierdas oscuras que te alegras de haber
expulsado de tu interior. Perdón por ser tan gráfica, pero resulta más fácil
decir eso que inventarme una trabajada metáfora pseudointelectual. Bueno, y
tal. Que entre los dilemas sobre la vida cotidiana, sobre el futuro incierto,
sobre la dieta saludable en días de estrés, sobre la crisis presidencial, sobre
las horas de proyector interminables, sobre la cantidad de alcohol que se puede
ingerir en un mes para no rayar el alcoholismo, y sobre la situación
sentimental y personal en la que me encuentro (y digo me, pero sabéis que es
nos), esta sucesión de seis días interminables ha sido horrible, descorazonadora,
ridícula y dura al mismo tiempo. No se han salvado ni los amigos, ni la
familia, ni la carrera, ni la señora maja de la inmobiliaria, ni el conserje,
ni el camarero guapo. Así que he tenido que asimilar que sí, que la vida es esa
mierda, cosa que no quería reconocer, y bueno, que no sé por qué no podemos
estar a gusto con nuestras vidas de mierda, y seguir adelante aprovechando las
mínimas oportunidades que nos ofrece una mirada o un botellín de cerveza.
Así que, después de sobredosis de
lágrimas, ibuprofeno y palabras chungas, me había decidido a tirar la toalla, y
a asimilar que no se encuentran cosas bonitas en cada esquina, que no hay gente
especial en los bares, y que no existe el futuro ideal ni la vida esperada.
Pero, boom. Lo sé, sorpresa. Vais a alucinar. Ayer puede que volviera a
considerar la existencia de la magia de las cosas pequeñas que nos ofrece
nuestra tortuosa existencia (o nuestra puta vida, así nos entendemos).
Ayer estaba en algún lugar de
mierda probablemente, como casi siempre, y me di cuenta de que estaba rodeada de
gente sonriente y desenfadada. Eran personas, como yo, y joder, reían a
carcajadas, y bailaban, y tocaban las palmas. Y parecía que era el micromundo
de la felicidad. Total, que ya puestos, y un poco a regañadientes al principio,
no pude evitar sumarme a la excitación de la música, las guitarras, la cerveza,
las miradas, las risas, y los móviles de última generación tomando constancia
de ese evento imprevisto y maravilloso. Y allí estaba, después de mi semana de
suicidio planeado, colorada de reír a carcajadas, y ansiosa de vivir todo lo
que se me pusiera por delante.
Ya, bueno, lo sé, qué cojones
digo. Me veo obligada a adornar la vida en todo lo que escribo, porque, entre
nosotros, pocas cosas son tan bonitas como las pintas. Sin embargo, esto era la
vida real. No hay adornos, ni aditivos. Solo he venido a contaros que ayer estuve
escuchando cantar a dos artistas desenfadados y que parecían amar la vida y las
guitarras más que un padre a su hijo, y que tuve el privilegio de estar rodeada
de gente bonita y cerveza, y coplas. Y que agoté las risas que se me habían
tornado en llantos durante la semana. Y que hice amigos y conocidos. Y que algunos
entendimos la magia de nuestra existencia, la magia de la pequeñas cosas, la
necesidad de aprovechar las oportunidades más inesperadas, la felicidad de
hablar de cualquier cosa y de todo con gente a la que acabas de conocer y de la
que ya te sientes parte, las ventajas de tomar 4 botellines y un tequila, las
imprevisibles palabras de complicidad, la belleza de los gorros hipsters de
nuestros abuelos, la enigmática cortesía de un desconocido, la perfección de
cuatro acordes bien puestos, la sabiduría de cualquier persona que te resulte
interesante, la necesidad del cariño y la comprensión mutua, la facilidad para
vender sentimientos y llevarse recuerdos a cambio, la nostalgia de una noche
única en un bar de mierda, o la devastadora sensación de que hoy no es ayer.
Y eso, los que hayáis llegado
hasta aquí, solo os digo que la vida es una grande y oscura mierda, y entre
ella, a veces, encontramos un placer efímero, un segundo de éxtasis, un reducto
de felicidad instantánea. Y joder, puede que merezca la pena. Pensadlo.
Ah, y escuchad a Antílopez (no
hago spam, es que son los jodidos amos).