Siempre he creído que esperamos
demasiado de la vida. Nuestras expectativas son como una pesada ancla que no
nos deja avanzar y nos hace perder oportunidades. Cuando miro por la ventana y
veo que llueve, pienso en que ojalá hiciera sol. Cuando hace sol pienso que qué
bien estaría que hiciera un poco de viento. Y así siempre. En todos los ámbitos
de la vida.
“No eres feliz porque piensas
mucho las cosas.” “No tienes novio porque eres muy exigente.” “No disfrutas de
lo que haces porque estás pensando en lo que harás mañana.” “Envidias a los
demás pero no te das cuenta de lo que tienes.” “Te quejas continuamente pero no
haces nada para cambiar.” “Quieres una vida que no existe.”
El otro día salí para hacer un
experimento sociológico: intentar no ser borde, y aprovechar las oportunidades
de mierda que me ofrece la vida. Así que, allí estaba yo, tomando algo
tranquilamente y tarareando palabras sueltas de algún éxito indie mientras movía
la cabeza y los pies al ritmo de un bajo y de las carcajadas de un bar. Observando, me daban ganas de salir por la puerta y meterme en mi cama, cerrar
los ojos, y seguir soñando una vida mejor que la que estaba viviendo. Pero
putada, estaba en medio de un experimento. Así que me resigné a echar miradas fútiles
por el bar y seguir moviendo la cabecita mientras sorbía más azúcar que vozka.
Mientras mi amiga miraba detrás de mí, y parecía encontrar una posible pareja
interesante con la vista, yo me divertía mirando a los solteros desesperados, a
los novios atontados, a los maduritos nada interesantes, a las chicas uh, al
chico pelirrojo rodeado de chicas probablemente homosexual, o al camarero
ligón. Hasta aquí, el espectáculo que estaba presenciando me daba ganas de
quedarme solo un ratito más y ver cómo se desarrollaba la trama. Mi amiga, delante
de mí, seguía camelándose a los chavales de detrás, y yo, ni me coscaba, lo
cual es una bonita metáfora de mi vida. Pero bueno. Yo seguía observando. En
este momento ya habían pasado unas horitas, y habíamos escuchado casi toda la
lista de éxitos indies del Spotify. El camarero, según mis criterios, nos
reconoció como las típicas chicas que le dan buena publicidad al bar, no por tías buenas borrachas, sino por tontas amantes de la música independiente, y nos
invitó a un chupito. Hasta aquí normal. Luego a una copa. Era momento de
experimentar y aprovechar oportunidades de mierda, así que por qué no. Ahora,
dejé de observar al camarero. Esa oportunidad no se mostraba interesante.
Seguía observando. Ahora, dos amigas borrachas empezaron a darnos conversación.
Que si venían de no sé qué sitio de mierda de Zaragoza, que si se iban de
viaje, que si yo que sé. Bailamos unos pasitos para que las pobres no se dieran
por ignoradas, pero al final las ignoramos. Mientras, uno de los susodichos a
mi espalda por fin entró al lío. Que si hola, que si yo os conozco. Era el
momento de poner en práctica mis penosos hábitos sociales. Así que sí, dejé que
mi amiga hablara mientras yo les miraba con cara de pocos amigos. Resultaron
ser decepcionantemente tontos. Una pena.
Siguiente bar. Allí estábamos de
nuevo. Había aprendido bastante y el alcohol había hecho que ya no echara de
menos mi cama. Bueno, más o menos. Apenas dimos un par de zancadas dentro del
bar, un grupito se nos acercó. Que si hola, que si cómo te llamas. Ahora mi
amiga era la que no se coscaba de una mierda. Y mientras uno me hablaba de no
sé qué cojones, yo pensaba en si había sido buena idea pasar por allí, y en lo que
me gustaría seguir en el bar indie con mis amigos los cortos. Pero total, que
eso parecía que iba a ser el epicentro de la noche. Así que, muy decentemente, le di mi
número y nos piramos. Tampoco quería experimentar a lo loco.
A partir de entonces, la noche la
recuerdo a trazos. Fuimos al bar más decadente que había en la ciudad. Y ahora
ya sí, si no querías experimentar, lo hacían por ti, no había problema. Que si
te hablaban de sus amigos que estaban en tu carrera pero que ya habían acabado,
que si su abuela era de tu ciudad, que si querías un cigarrillo, que si molaba
tu camisa, que si no eras demasiado pequeña para estar allí. Y mientras, yo: “estás
experimentando, estás experimentando, estás experimentando…”. Pero la noche
seguía, y como siempre me ha parecido, a partir de las 5 de la mañana, solo
quedaban despojos. Y eran las 6. Así que dijimos adiós a nuestros compañeros de
fiesta, a los baños inundados, a las calles llenas de vómito, a las
oportunidades de mierda y al experimento, y nos fuimos a la cama.
Y bueno, al día siguiente tenía
varias experiencias que guardar en mi mente para escribir en alguna entrada de
blog prescindible como esta, y poco más. Y sí, me habló el chaval del día anterior, el del número. Y sí,
no le contesté. Así se resume mi vida.
Así que bueno. Sigo sin ser feliz,
sin novio, sin disfrutar de lo que hago, envidiando a los demás, quejándome
continuamente, e imaginando una vida que no tengo. Y eso, es irremediable.
Prefiero poner el listón lo más alto posible, para llevarme continuas
decepciones, y ser infeliz de por vida, y sentir más profundo, y probar de todo
para saber lo que quiero, y lo que no quiero, y no conformarme nunca, y así,
algún día, vivir la vida que deseo. O a lo mejor resulta que mi vida va a ser
siempre una mierda, y que soy una borde caprichosa y pedante que nunca va a ser
feliz. Puede. Que cada uno juzgue.