17 de marzo de 2016

¿Horror o deseo?

Siempre he creído que esperamos demasiado de la vida. Nuestras expectativas son como una pesada ancla que no nos deja avanzar y nos hace perder oportunidades. Cuando miro por la ventana y veo que llueve, pienso en que ojalá hiciera sol. Cuando hace sol pienso que qué bien estaría que hiciera un poco de viento. Y así siempre. En todos los ámbitos de la vida.

“No eres feliz porque piensas mucho las cosas.” “No tienes novio porque eres muy exigente.” “No disfrutas de lo que haces porque estás pensando en lo que harás mañana.” “Envidias a los demás pero no te das cuenta de lo que tienes.” “Te quejas continuamente pero no haces nada para cambiar.” “Quieres una vida que no existe.”

El otro día salí para hacer un experimento sociológico: intentar no ser borde, y aprovechar las oportunidades de mierda que me ofrece la vida. Así que, allí estaba yo, tomando algo tranquilamente y tarareando palabras sueltas de algún éxito indie mientras movía la cabeza y los pies al ritmo de un bajo y de las carcajadas de un bar. Observando, me daban ganas de salir por la puerta y meterme en mi cama, cerrar los ojos, y seguir soñando una vida mejor que la que estaba viviendo. Pero putada, estaba en medio de un experimento. Así que me resigné a echar miradas fútiles por el bar y seguir moviendo la cabecita mientras sorbía más azúcar que vozka. Mientras mi amiga miraba detrás de mí, y parecía encontrar una posible pareja interesante con la vista, yo me divertía mirando a los solteros desesperados, a los novios atontados, a los maduritos nada interesantes, a las chicas uh, al chico pelirrojo rodeado de chicas probablemente homosexual, o al camarero ligón. Hasta aquí, el espectáculo que estaba presenciando me daba ganas de quedarme solo un ratito más y ver cómo se desarrollaba la trama. Mi amiga, delante de mí, seguía camelándose a los chavales de detrás, y yo, ni me coscaba, lo cual es una bonita metáfora de mi vida. Pero bueno. Yo seguía observando. En este momento ya habían pasado unas horitas, y habíamos escuchado casi toda la lista de éxitos indies del Spotify. El camarero, según mis criterios, nos reconoció como las típicas chicas que le dan buena publicidad al bar, no por tías buenas borrachas, sino por tontas amantes de la música independiente, y nos invitó a un chupito. Hasta aquí normal. Luego a una copa. Era momento de experimentar y aprovechar oportunidades de mierda, así que por qué no. Ahora, dejé de observar al camarero. Esa oportunidad no se mostraba interesante. Seguía observando. Ahora, dos amigas borrachas empezaron a darnos conversación. Que si venían de no sé qué sitio de mierda de Zaragoza, que si se iban de viaje, que si yo que sé. Bailamos unos pasitos para que las pobres no se dieran por ignoradas, pero al final las ignoramos. Mientras, uno de los susodichos a mi espalda por fin entró al lío. Que si hola, que si yo os conozco. Era el momento de poner en práctica mis penosos hábitos sociales. Así que sí, dejé que mi amiga hablara mientras yo les miraba con cara de pocos amigos. Resultaron ser decepcionantemente tontos. Una pena.

Siguiente bar. Allí estábamos de nuevo. Había aprendido bastante y el alcohol había hecho que ya no echara de menos mi cama. Bueno, más o menos. Apenas dimos un par de zancadas dentro del bar, un grupito se nos acercó. Que si hola, que si cómo te llamas. Ahora mi amiga era la que no se coscaba de una mierda. Y mientras uno me hablaba de no sé qué cojones, yo pensaba en si había sido buena idea pasar por allí, y en lo que me gustaría seguir en el bar indie con mis amigos los cortos. Pero total, que eso parecía que iba a ser el epicentro de la noche. Así que, muy decentemente, le di mi número y nos piramos. Tampoco quería experimentar a lo loco.

A partir de entonces, la noche la recuerdo a trazos. Fuimos al bar más decadente que había en la ciudad. Y ahora ya sí, si no querías experimentar, lo hacían por ti, no había problema. Que si te hablaban de sus amigos que estaban en tu carrera pero que ya habían acabado, que si su abuela era de tu ciudad, que si querías un cigarrillo, que si molaba tu camisa, que si no eras demasiado pequeña para estar allí. Y mientras, yo: “estás experimentando, estás experimentando, estás experimentando…”. Pero la noche seguía, y como siempre me ha parecido, a partir de las 5 de la mañana, solo quedaban despojos. Y eran las 6. Así que dijimos adiós a nuestros compañeros de fiesta, a los baños inundados, a las calles llenas de vómito, a las oportunidades de mierda y al experimento, y nos fuimos a la cama.

Y bueno, al día siguiente tenía varias experiencias que guardar en mi mente para escribir en alguna entrada de blog prescindible como esta, y poco más. Y sí, me habló el chaval del día anterior, el del número. Y sí, no le contesté. Así se resume mi vida.

Así que bueno. Sigo sin ser feliz, sin novio, sin disfrutar de lo que hago, envidiando a los demás, quejándome continuamente, e imaginando una vida que no tengo. Y eso, es irremediable. Prefiero poner el listón lo más alto posible, para llevarme continuas decepciones, y ser infeliz de por vida, y sentir más profundo, y probar de todo para saber lo que quiero, y lo que no quiero, y no conformarme nunca, y así, algún día, vivir la vida que deseo. O a lo mejor resulta que mi vida va a ser siempre una mierda, y que soy una borde caprichosa y pedante que nunca va a ser feliz. Puede. Que cada uno juzgue.