18 de febrero de 2017

Vicky Cristina Barcelona

A pesar de que Woody Allen es un director excepcional, a veces no acaba de crear películas redondas, como lo era esa Annie Hall que encandilaba a cualquiera. Vicky Cristina Barcelona es una de esas películas no-redondas, que, sin embargo, encierra unos diálogos magistrales. Desde mi punto de vista, claro. Y he venido a rescatar aquí unas palabras que pronuncia Cristina, la diosa rubia, inocente y despampanante, encarnada por Scarlett Johansson. Sentada enfrente de un Javier Bardem tremendamente sexy, le suelta: “Yo no sé lo que quiero, solo sé lo que no quiero”. Un poco más adelante, también Cristina, dice: “Siento que tengo mucho que expresar, pero no tengo ese don.” Resulta que Cristina, o la inocente Scarlett, está diciendo lo que a tantas personas les pasa por la cabeza. De hecho, esto me decía  una amiga mía, una vez, tomando unas cervezas, después de que yo le dijera que por qué no quería actuar en mi corto: “Mira, Sofía, no sé en tu caso, pero yo solo sé que no valgo. Es como esa escena de Vicky Cristina Barcelona. Siento que tengo muchas cosas que expresar, pero que no tengo esa capacidad, esa vena artística, ¿sabes? Búscate a otra.” Sin quererlo, o queriendo desesperadamente, Woody había puesto en boca de la diosa rubia lo que la frustración creaba en las mentes de los artistas, y no tan artistas, todos los días. Yo no valgo, yo no sé, yo no puedo, yo no quiero poder.

La primera frase, esa en la que Scarlett decía susurrando que no sabía lo que quería, solo lo que no quería, también encierra otra verdad. Una verdad incómoda que acecha a toda persona. La verdad de no saber qué queremos hacer, o peor, de saberlo y tener miedo, vergüenza, inseguridad de hacerlo. “Yo solo sé lo que no quiero, tía. Yo no quiero trabajar porque sí, trabajar para alguien que me importa una mierda. Trabajar para no-vivir, vivir para trabajar. Yo solo sé lo que no me gusta. No sé qué quiero, pero esto no.”, me decía otro amigo mientras sorbía el café con leche. Otra vez, Woody lo había vuelto a hacer. Había puesto en los labios carnosos de una Cristina perdida y sexy, las palabras que sacudían la mente de mis amigos.

Esto venía un poco a raíz de que el otro día me preguntaron que qué quería ser, a qué me quería dedicar, por qué estaba haciendo lo que hacía. Yo, con mi insegura seguridad, respondí: “No sé. No sé qué estoy haciendo. No sé lo que quiero. Solo sé lo que no quiero.” Eso no es una respuesta, me dijeron. No lo es. No lo es. No lo es. Lo sé. Pero qué. Decidme por favor que estáis tan perdidos como Scarlett, como yo, como mi amiga de las cervezas, y mi amigo el del café. Decidme, por favor, que no sabéis lo que queréis, o que lo sabéis y tenéis miedo, o que habéis visto Vicky Cristina Barcelona y pensáis que es una mierda, a pesar de que os acostaríais con cada uno de los actores independientemente de vuestra orientación sexual. Dadme algo de esperanza, o miradme como Bardem mira a Scarlett antes de follar con ella. Por favor.

Todo esto venía también por Julio Cortázar. Julio sí que tenía el talento magistral de crear cuentos redondos. El otro día venía en el avión leyendo uno de sus relatos. En él, relataba el encuentro entre un hombre maduro conduciendo un coche y una joven haciendo autostop. Él la recogía en la carretera, e iban a un motel a charlar. Ella, llena de vitalidad, la osita la llamaba, quería ir a Copenhague y vivir con unos hippies que no conocía, y no estudiar. Él, trabajaba de corredor de materiales prefabricados, odiaba su trabajo, la osita le hace recordar su juventud, sus sueños, y las cosas que no hizo. Por eso no le gustaba que le hablara de Copenhague y de los sueños de la osita. El final del relato (os hago spoiler) es trágico y cómico. Después de la pasión, ella queda sola en una gasolinera esperando un nuevo transporte. Él, estampa su coche contra un tronco de árbol. Los sueños de ella se desmoronan porque se ha enamorado de él, y él desmorona sus sueños porque se estampa contra un árbol, sabiendo que su vida ha pasado sin pena ni gloria, y sus sueños, también. Triste historia. Real. Como la vida. Triste. Triste y sádica. Triste.
A todo esto. ¿He dicho ya que Julio es un maestro en contar historias? Porque ha metido el tema de la madurez, los sueños, el amor, la tragedia y la desesperación. Todo en uno. En otras palabras: la vida.

La vida recogida por Woody Allen o por Julio Cortázar. Esa vida que pasa, que acaba, que nos mata en vida. Pensemos. Qué trágico todo. “Sofía, qué tragedia te estás armando tú sola, tía.” Y eso me dicen. Eso oigo. Risas. Inseguridad y conformismo que se transforman en vanas risas. Risas o reprobación ante la dificultad de la vida. Qué rayada, qué lío.

O sea que mi amiga no tenía ese don, o creía no tenerlo, que mi amigo no sabía lo que quería, que yo no sé qué estoy haciendo. La vida es trágica y cómica. Cristina era la definición de la inocencia en la vida, de la inseguridad y del quasi conformismo. Yo la entiendo. La defiendo. No me río. Sabe lo que no quiere. Ayudadla.

El vendedor que estampó su coche tampoco sabía lo que quería. O eso quiero imaginar. Es un cuento, tía, no es real. Pasa. Tía, ¿qué haces? No te rayes.

Nadie sabe lo que quiere, solo lo que no quiere. Nadie tiene un don. Esa es la única verdad que queremos ver. Ayudadnos.

Así que todo esto viene a que la vida es dura. No sabemos qué queremos. Pero ni lo intentamos. Por miedo. Por inseguridad. Porque nos decimos que no valemos, nos dicen que no valemos, que tenemos que saber lo que queremos, que no pierdas el tiempo intentando descifrar lo que quieres. Ni siquiera te molestes en escuchar a la vocecita que te dice que qué haces y por qué. Que pases. Que no te rayes. Que dejes de ser la osita y seas el vendedor. Y que además, tengas la suficiente fuerza para no estampar tu coche contra un árbol cuando te enteres de que la vida era eso. Eso era todo. Nada. No ha valido la pena. Así es. La vida es dura. Aprende. No aprendas. Enfréntate a ella. No te enfrentes. Sé fuerte. Olvida todo lo que sepas. Empieza, crea, camina. Retrocede, no avances. Frena. Te lo digo yo, que no vales, que no lo intentes, que sigas, que no te estampes contra un árbol.  Olvida tus sueños, frena, sigue, olvídalo. Deja la inocencia de Cristina, olvida a la osita, madura. Sé fuerte. No tienes el don. No tienes, no puedes, no eres. No seas feliz, no seas capaz. Olvídalo. Aparca, retrocede. No sueñes, no vivas. Confórmate pero no te quites la vida. Disfruta del trayecto. Quedan diez minutos para aterrizar, por favor, abróchense los cinturones. Hace 10 grados en Madrid. Deja de leer. Cortázar, qué bueno. Ya aterrizamos. Sí. Ayer vi Vicky Cristina Barcelona. Cómo está Scarlett. Y Pe. Y Bardem. Pero qué mierda. Pero sí. No sé lo que quiero yo tampoco. Solo lo que no quiero. Barcelona. Pero 10 grados en Madrid. Olvida tus sueños.


Y básicamente resulta que Woody Allen sigue creando monólogos magistrales y que yo sigo estando perdida.