26 de octubre de 2017

Salud

La OMS define salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. La salud mental se define así, como “un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.”


Mientras googleaba y leía esto, me sorprendía al darme cuenta de que rara vez estoy sana, física, mental, y socialmente. Quizá lo más subjetivo, y por eso, variable, sea el concepto de salud mental. ¿Qué entiende cualquier persona de la calle por eso? Pues claramente, “que yo no estoy loco, tío.” Best definition ever.


Y básicamente si optamos por el reduccionismo, es eso. Qué maravilla la gente que goza de un estado de bienestar tan pleno que es capaz de afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera, y es capaz de contribuir a su comunidad. Enhorabuena, de verdad. Yo gozo de ese estado, más o menos, casi nunca. Ahora, llevar la definición a rajatabla es ponerse quisquilloso, es cierto. Pero ahí está, lo dice la OMS. Por favor, que levante la mano quien se encuentre sano siempre. Y luego que levante la mano quien diga “que yo no estoy loco, tío”. Gracias.

Todo esto venía a cuento por un tema que me viene rondando en la cabeza desde hace varias semanas. Se ha dado la casualidad de que tengo varios amigos que están estudiando psicología, y otros que, simplemente, se interesan por el tema de la salud mental, ya sea porque les toca de cerca, o porque poseen ese don tan escaso en la actualidad al que llamamos empatía. Es algo tan complejo de tratar que hasta me da cierta vergüenza hablar sin saber a ciencia cierta de lo que hablo. Sin embargo, me veo casi en la necesidad de aclarar ciertos aspectos que claramente necesitan ser aclarados. Claro. 

En fin. Se podría decir que en la actualidad, cada vez es más frecuente los trastornos de ansiedad, depresión, etc. Algo tan común y tan ocultado al mismo tiempo, que me hace dudar de nuestros avances como especie. No es raro oír que un amigo ha sufrido ansiedad porque no puede más con la carrera, o que otro ha tenido una depresión, o que le dio un brote psicótico, o que empezó a consumir y no podía parar… Nadie puede decir que no haya oído hablar de ello. Otra cosa es que lo haya querido oír. 

En la carrera de medicina, por ejemplo, es ya reconocido en numerosos estudios la cantidad de trastornos de estrés, ansiedad, depresión, y hasta suicidios. ¿Estamos haciendo algo mal? Sí. Y doblemente mal. Primero, es urgente que se tomen medidas para evitar que los estudiantes estén sometidos a este tipo de situaciones límite, estudiando una carrera, que, en potencia, debería de fomentar todo lo contrario. Pero sobre todo, y es a lo que quiero referirme, debemos dejar de estigmatizar algo que es tan común, como que el 27% de los alumnos de medicina sufran depresión, o que el 11% tengan pensamientos suicidas a lo largo de la carrera. NO debemos de guardar esto debajo de la alfombra y hacer como que aquí no pasa nada. Hay que saber. El conocimiento es la llave para todo en la vida, y, en un sentido, la estigmatización de estas enfermedades es sinónimo de ignorancia. Y todo se convierte en un círculo vicioso. Nadie sabe que tengo un problema, el problema acaba conmigo, nadie sabe que el problema ha acabado conmigo. Al día siguiente otro tiene el mismo problema, no entiende a qué se debe, no sabe cómo tratarlo, así que asume que debe dejarlo pasar, que no es un problema, y el problema acaba con él. Y así.

Esto es solo un ejemplo. Podría enumerar mil. Si se dejara de señalar con el dedo a las enfermedades mentales, quizás estas se reducirían, quizás todos seríamos menos ignorantes, quizás la empatía se convirtiera en el bien común que siempre debió ser. Pero seguimos siendo cabezotas. Admitir que tienes que ir al psicólogo es similar a admitir que el demonio te ha poseído y en cualquier momento vas a empezar a echar sapos por la boca. Admitir que necesitas ayuda es tan vergonzoso que ojalá hubieras pillado la tuberculosis. Admitir que estás tomando pastillas es como decir que se te ha ido la olla por completo. Y claro, claro que estoy siendo exagerada. Pero hemos recibido una educación tan errónea y escasa, que todos en el fondo pensamos eso en el interior de nuestras cabecitas. 

Este verano, un chico que había acabado la carrera de psicología me dijo que todo el mundo debería de ir al psicólogo. Y es cierto. Que levante la mano quien no ha pasado “una mala época”, que es el eufemismo que ponemos cuando no queremos o no sabemos nombrar a algo malo que nos pasa. Ir a ver a un profesional está tan extendido en América del Norte y Sudamérica que casi cada persona tiene uno asignado. Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? Algo está mal. O aquí todos estamos sanísimos y lúcidos siempre, o somos unos ciegos y tozudos.

Una amiga me contaba el año pasado sobre la ansiedad que empezó a tener con los exámenes. Yo entiendo de estrés, pero he de reconocer que nunca he llegado a más. Sin embargo, cuando me contaba sus ataques de ansiedad, sentía una congoja que llegaba a asfixiarme. De verdad lo había pasado mal, de verdad que yo no podía entender, pero de verdad que yo podía respetar y empatizar con ella. Y ahora me vuelve a decir que tratar ese problema le ha ayudado de una manera inimaginable. Y ya no tiene esa agonía en su vida. Y me alegro. Pero mientras tanto, no es raro escuchar: “pues esa ayer fue a ver al loquero”, “pues no entiendo cómo por esa chorrada puede estar así”, “pues no me lo creo”, “pues a ver si deja ya de montar el espectáculo”. Quizá he dramatizado un poco. Pero básicamente es eso, eso es lo que resuena en el interior de nuestras mentes. Y algunos lo dicen, y otros no. 

Andamos faltos de empatía, educación y ganas. Todos somos enfermos. El estado de salud es tan variable que es casi imposible que lo mantengamos toda la vida. Si me duele la garganta, lo digo, y voy al médico de familia. Si me he roto un hueso, lo digo, me quejo, y voy al traumatólogo. Si veo cada vez peor la pizarra de clase, lo digo, le pido los apuntes al compañero, y voy al oftalmólogo. Si me encuentro en una situación límite, incontrolable, de ayuda urgente, de depresión o ansiedad, ¿me callo? ¿Lo oculto? ¿Sonrío y sigo adelante? ¿Me aíslo? ¿Me suicido?

Creo que queda bastante claro. La lógica desaparece. Ayudemos. Queramos. Comprendamos.

Salud, amigos.



6 de mayo de 2017

1 reason why

Algo que he aprendido estas semanas, es que no estamos preparados para enfrentarnos a la muerte. Y mucho menos si, como yo, no confías en eso del más allá. Es terrible. Duele. Cansa. Frente a frente, da mucho miedo. Te encoges, te derrumbas, te acojonas, no sabes cómo reaccionar, qué hacer, qué decir. Y es que, ¿cómo puedes reaccionar de alguna manera cuerda cuando sabes que es el final?. Porque eso es, básicamente. Es terrible. 
Pero bueno, no quiero ahondar en las desgracias porque es algo a lo que creo que nunca debiéramos de dar un morbo innecesario. 
Lo que yo quería decir es que solo cuando experimentas de cerca la muerte, empiezas a apreciar la vida. Tengo la sensación de que vivimos por inercia. Aquí estamos. Hala. Hello life, nice to meet you. Estamos por aquí dando vueltas y después de un rato, nos vamos. Está claro. Para mucha gente la vida no significa gran cosa. Para otros, la vida, dicen, es un regalo. Y lo es. Y es terrible. Es terrible que tengas que pasar por cosas no tan buenas para darte cuenta de la suerte de haber aterrizado por aquí. 
Ejemplo. Yo no suelo apreciar la suerte de estar viva. Justo a principios de este mismo año escribí: "Me sigue sorprendiendo que la gente encuentre razones para vivir cuando las hay a raudales para suicidarse." Y esta es básicamente mi forma de razonar irracionalmente cuando las cosas no van como yo quiero. Vamos, cuando la vida me hace la puñeta, o, más bien, cuando la vida sigue su curso y resulta que a mí me viene mal. 
Desde luego, cuando te dejan, suspendes, enfermas, te peleas con alguien, pierdes tu trabajo, o te quedas sin vacaciones, la vida es una mierda. Y bueno, que no sea algo más grave. Que no te roben, peguen, insulten, acosen, o derriben. Entonces sí que es una mierda. Lo pillo. Soy 100% consciente de que entonces la vida puede escocer, y no se calma diciendo que existir es un regalo. Soy consciente porque yo misma tiendo a la melancolía, a ser un poco Hannah Baker, a ser una "drama queen" cuando las cosas no me salen bien. Y resulta que no me pasa nada. Nada que no le pase a los demás. Nada que no se pueda solucionar en esta vida. ¿Entonces, qué me puede llevar a querer acabar conmigo? Está claro que mi propia mente y la sociedad se encargan de ello. Tengo ideas en mi cabeza que no quisiera tener, y, cuando me asaltan las dificultades, me derrumbo, pienso que esto solo me pasa a mí, que nadie me comprende, que ojalá no sintiera, no pensara, no molestara a nadie con mis problemas. Ideación suicida lo llaman. ¿Lo peor? Es una cosa bastante común. Dicen que los índices de suicidios han subido en los últimos años. Se encuentra entre las diez primeras causas de muerte a nivel mundial, y entre los 15 y los 24 años es en torno a la segunda o tercera causa de muerte. Una época muy mala, se justifican. 
Ahora estaréis pensando que he visto demasiado cierta serie que invade las redes sociales en los últimos meses. Pues sí. La he visto. Y ejerciendo de pacificadora, a pesar de ciertos guiones rarunos, me gusta. Lo que plantea es real. Quizá exagerado por el formato serial. Pero real. Y pone los pelos de punta. Ahora, lo que da lástima, o, más bien, rabia, es que tenga que venir Selena Gómez a hablar de algo que es tan esencial. A hablar de la muerte. Del por qué del suicidio. ¿A qué os recorre un escalofrío al leerlo? ¿Y si lo decís en voz alta? Terrible. 
Es terrible que alguien pueda llegar a pensar que morir es la única solución a sus problemas. Pero, vamos a ver, ¿qué podemos esperar de una sociedad que habla de este tema como un tema tabú, casi más que el sexo y las drogas, que piensa que los únicos que se suicidan son los niñatos y los artistas? ¿Qué se puede esperar de una sociedad que enseña a competir para ganar o perder en vez del trabajo en equipo y la solidaridad, que nos divide en simples buenos o malos, en vez de aceptar los matices de nuestra propia naturaleza, que perdona los pecados pero no los derechos humanos? ¿Qué se puede esperar de una sociedad que clasifica a las personas por su apariencia física, que adora el éxito y el dinero, que gira la cabeza a los débiles, que escupe a los distintos, que no da apoyo pero tampoco enseña a apoyarse a uno mismo, y que, al fin y al cabo, ningunea la vida? Pues eso, más bien poco. Se obtiene lo que se cultiva. Y nosotros no cultivamos nada. Por eso buscamos la nada. Porque no nos engañemos. Morir es el final. Y tener fe no puede cambiar eso. Es el final de tu familia, de tus amigos, de tu pareja, de tu trabajo, de tus viajes, de tus aficiones, de tus sueños. Y si alguien decide renunciar a eso por propia voluntad, es que algo estamos haciendo mal.
Enseñemos a querer, a ser empáticos, a ayudar a los demás, a ver a los demás; pero también a tener confianza en uno mismo, crear autoestima, valerse por sí mismo, ganar inteligencia emocional. De poco me puede servir aprender cómo funcionan las conexiones que se producen dentro de mi cerebro, si no sé primero cómo controlarlas. 
Entonces resulta que 13 razones llevan a una persona a acabar con su vida. Algunas graves, como el acoso o la difamación; otras leves, como el enfado con un amigo. Si es que alguna se puede considerar leve. Dice James Rhodes, pianista que intentó quitarse la vida en hasta cinco ocasiones, que para explicar el por qué de ello, necesita contar las cosas tal y como le pasan por su cabeza, a pesar de que parezcan locuras. Le han pasado cosas terribles y es la solución que le pareció más lógica. Por suerte sigue vivo, y dice, que la música le salvó la vida. 
Yo también os cuento las cosas tal y como se me pasan por la cabeza. Y pienso que necesitamos crear salvavidas. La música. Un amigo. Un colegio. Un padre. Es necesario que las personas nos sintamos arropadas. Necesitamos un refugio para huir de la inevitable frustración de la vida. Y ojo, refugio no significa salida, o cueva. Significa ayuda. Ayuda desde que nacemos. Ayuda para sobrellevar la vida y para comprender la muerte. 
La ideación ha rondado mi mente en mis años más débiles, y la sociedad me dice que eso es porque soy una niñata y una pseudoartista. Y yo me lo he creído. Suerte que tengo mi salvavidas a mano. Escribir es mi refugio. Me ayuda a entenderme y a entender. Pero eso no basta. También tengo mis apoyos en forma de seres humanos. ¿Entonces? ¿Qué coño has venido a decir aquí? ¿Qué eres la hostia por haber superado tu traumita? ¿Qué hagamos los demás lo mismo? ¿Qué empecemos a dar sermones a diestro y siniestro?
Está claro que no. Como siempre, no hay más responsable de vuestros actos que vosotros mismos. Ya sois mayorcitos. Sociedad 1- Individuo 0. Pero si me pedís mi opinión, la muerte no mola nada. Hoy lo veo claro. Me gusta ver y escuchar, y oler y sentir, y probar. Y echo de menos más que nunca a gente que ya no está a mi lado. Y eso sí que es algo irreversible. Sin embargo, la vida está llena de posibilidades. Así que si hay 13 razones para una cosa, yo digo que solo hay una razón para la contraria; y esa razón, es la más poderosa del mundo.

Como decía mi abuela: la vida es un regalo.
No la caguéis.







17 de marzo de 2017

Jueves

Esta entrada se iba a titular: "micromachismos", pero me parece mucho más poético y quizá engañoso, como queráis llamarlo, lo de "jueves". Es sencillo y concreto. Simple. Como lo que quiero contar.

Hoy es jueves. Me levanto a las 10 y media. Subo la persiana y miro por la ventana. Hace un buen día, una buena temperatura para ser esta ciudad. Veo a unos chicos en manga corta y pienso: "son hombres, a lo mejor no hace tan bueno". Luego miro al otro lado de la acera y veo a dos chicas en tirantes: "vaya, pues sí que hace bueno". Abro la ventana. Hace fresco pero no se está mal. Llevaré la chaqueta negra. Desayuno. Ayer vi "Kramer vs. Kramer" y me hago torrijas porque me dieron ganas al ver la peli. Meryl Streep y Dustin Hoffman hacen un papelón, pero ella es una bruja. Bueno, en realidad no tiene la culpa. Él no le hacía caso, necesitaba ser libre. No sé.

Mientras pienso en esto, voy al baño, me peino, me hago un moño cinco veces hasta que queda como creo que debe quedar, me pinto la raya, el rímel. Me miro al espejo y me digo: "vaya, esta eres tú, vaya cara, vaya pelos." Pero no me da tiempo a más, miro el reloj, tengo 2 minutos. Me visto corriendo. Bueno, corriendo no. Busco un pantalón campana. Me miro al espejo: "vaya culo, qué horror. Pero bueno, los pantalones molan." Cojo una camiseta de manga corta porque recuerdo que hacía bueno, me pongo la chaqueta. Salgo corriendo, pero antes de salir me vuelvo a hacer el moño. 

Entro en el ascensor. Me miro en el espejo otra vez. Me ajusto el pantalón, la camisa, la chaqueta. Envío un whatsapp: "salgo". Salgo corriendo del portal. Bajo por la calle y miro alrededor. No hay mucha gente. Bueno. Pasa una furgoneta. Me silban. "Oye, guapa ¿no dices nada?". Sigo caminando. No digo nada. Miro a lo lejos. Hay dos señores mayores. ¿Me cambio de acera? Bueno, da igual. Paso entre los dos. La acera es estrecha. "Pasa, guapa. Esas piernas..." Sigo caminando. Me cambio de acera. Estoy llegando casi a la facultad. En realidad no hacía tanto calor. Hace fresco. Menos mal que no salí sin chaqueta. El moño se me ha ido cayendo, me lo hago otra vez. Entro por la puerta y bajo corriendo las escaleras hacia la clase. Me siento. Saco el móvil para silenciarlo. Me llega una notificación de El País: "Última víctima de violencia machista...". No sigo leyendo porque la profesora me está mirando. Me quito la chaqueta, saco las cosas. Escucho. Apunto. "Lo más importante es enseñarle al paciente a usar los inhaladores de forma correcta porque...". Estoy sentada con las piernas abiertas. Pienso que es una forma de sentarse muy varonil. Pero me encanta. Soy idiota, pienso. Ya he desconectado. Pienso en que esta noche salimos. Acaba la clase. Voy al baño. Según entro está un compañero secándose las manos. Le saludo. Es majo. Me sigue sorprendiendo que nuestros baños sean unisex. O por lo menos sean usados por hombres y mujeres. Solo los de esta planta. Me encanta. Aunque siempre están llenos de mujeres. "Dios, somos unas meonas." Me miro al espejo. Vuelvo a clase. Me siento. Escucho. Escribo. Dios, este profesor solo lee las diapositivas. Bueno, ya acaba. Salimos de clase. Me voy a casa. Miro los escaparates. Veo una tienda de electrodomésticos con una mujer en su escaparate haciendo las tareas del hogar. Pienso en mis cosas. Vuelvo en mí cuando oigo a un niño llorando. Su madre: "cállate ya, que pareces una niña." Me giro. Cinco años, creo yo. El niño no para de llorar. Sigo caminando rápido porque tengo hambre. Siempre de camino a casa tengo que pasar por un parque que da mal rollo. Suele haber dos o tres hombres pobres y borrachos hablando y riendo a voces a cualquier hora del día. Hoy hay seis, así que rodeo el parque aunque tarde unos minutos más. Sigo caminando y entro en el portal. Subo corriendo. En el ascensor me miro en el espejo. "Qué horror." 

Entro en casa. Me hago unos tallarines. Mientras como, hablo con mi compañera de piso. "Ayer volví al final a las dos." Joder, sí que se alargó, pienso. No volvió sola al menos, pienso. Me cuenta cosas del día de ayer, de clase, nos reímos. "Friego" dice. Vale. Miro el telediario. Trump sigue con sus vetos. Veo a Melania a su lado. ¿Pero, cómo? No lo entiendo. Apago la televisión. Friego y llamo a mis padres. Están bien. Estoy bien. Cuelgo y me pongo a hacer skype con una amiga. Todo bien. Cierro skype y abro facebook. Nosequién ha ido a Malasia, nosequién ha corrido 3 km. Bueno. Sale una noticia. Un artista sirio ha insertado frases machistas de Donald Trump en anuncios de los años 50. Quedan totalmente factibles. Me asusto. Son frases que ni sabía que las había pronunciado. Me asusto más. ¿Hasta dónde vamos a llegar?, me pregunto. Sigo mirando. Después de varias fotos de viajes veo un vídeo de un youtuber entrevistando a jóvenes por la calle. Le pregunta a uno que qué le parece que se celebre el día de la mujer. "Pues me parece mal. Pues, porque no hay día del hombre. Pues, ¿por qué de la mujer?..." Dejo de ver el vídeo. Normalmente me río. Pero ahora me enerva. Cierro facebook. 

Entra otra compañera de piso por la puerta. Durante casi dos horas hablamos de nosotras, de nuestra vida amorosa, y de la liberación de la mujer. Me gusta hablar así. Improvisando. Se va. Me pongo a ver una serie. Tengo muchas ganas de empezar la nueva temporada de "Girls", así que me pongo a ello. Me encanta. Lena Dunham es brutal. Me quedo mirándola embobada. Ella ha creado la serie, la protagoniza, dirige y escribe. En este capítulo enseña su cuerpo, para nada convencional, en varias ocasiones. Se muestra desnuda y le da igual. Revindica en cada frase que pronuncia. Y a la vez se frustra. (mini spoilers) En este capítulo acaba acostándose con un monitor de surf que está bastante bueno. No me engaño. Pienso: "¿Esto ocurriría en la realidad? Vamos a ver, ella no es el tipo de chica convencional: delgada, guapa y simpática." Pero luego pienso que estoy empezando a estereotiparla. Pienso que no sé si ocurriría en la vida real, pero quiero creer que sí. También hay una escena que me llama mucho la atención. Él le dice que se asombra de que tenga tanto vello púbico. Ella le dice: "¿Qué coño acabas de decir?".  Yo pienso que ole sus ovarios. Él le responde, excusándose: "Quiero decir, que he visto muchos coños por el mundo, pero ninguno tan poblado como el tuyo". Ella, muy ofendida: "Perdona, no sabía que tenía que disculparme por tener el coño tal y como Dios me lo hizo para lo que lo hizo", o algo así. Y él le responde sonriendo: "No, it`s pretty cool". "Thanks" dice ella. Acaba el capítulo. Ha sido genial.

Miro instagram. Justo me sale una publicación de Lena Dunham. La han criticado en muchas ocasiones por su peso, y acaba de publicar un post diciendo que "no le importa ni la menor de las mierdas lo que cualquiera piense de su cuerpo" y explica por qué nadie debe sentirse mal con su cuerpo. La aplaudo internamente. Me encanta. También recuerdo todas las publicaciones que he visto estos días de hombres y mujeres hablando sobre la igualdad de derechos, sobre la necesidad del día de la mujer, y de la visibilidad de las mujeres... Sonrío. Cierro instagram. Miro el reloj y son las 9. 

Me ducho, elijo la ropa que ponerme. Unos pantalones grises y una blusa blanca. Tiene un escote muy pronunciado. Qué mas da, pienso. Se me ve el sujetador negro de debajo y me gusta. Qué mas da. Me maquillo. Me miro al espejo. "Bueno, es lo que hay". Pienso en Lena Dunham y comprendo lo idiota que estoy siendo. Mientras me hago rizos bailo con mi compañera de piso. En la canción dicen: "adoro a las pijas de mi ciudad". Nos reímos. Recojo todo y me pongo a cenar. Termino y salgo corriendo con una botella en una bolsa del Mercadona. Voy sola a la casa de otras amigas. Son las 10 y media pero mi calle está vacía. Tengo el abrigo desabrochado. Me miro el escote, y me subo la cremallera. No hace tanto frío. Sigo caminando. En el paso de cebra un coche conducido por dos chicos jóvenes está parado. Los miro y me miran. Cruzo el semáforo rápidamente. "Parecían majos", pienso. Pienso en que soy idiota. Camino rápido. Llego al piso de mis amigas. Ellas están cenando aún, y yo me sirvo una copa. 

Salimos. Hoy hay barra libre, así que vamos a ir a ese bar. No me gusta pero estoy con mis amigas. Caminamos hacia el bar. Es la 1. Por el centro nos asaltan los relaciones públicas. Les decimos que no, gracias. Llegamos al bar. No hay mucho ambiente. Miro alrededor y solo veo niños. Bueno, yo aparento 16, no sé qué estoy diciendo. Nos pedimos una copa. Vamos a bailar. "Si te pido un beso, ven, dámelo. Yo sé que estás pensándolo. Llevo tiempo intentándolo. Mami, esto es dando y dándolo." Lo odio. Escucho las letras y pongo mala cara. Mis amigas se ríen: "no las escuches, solo báilalas." Me pongo a bailar. No me lo paso mal, la verdad. Me río, bebo un poco, empiezo a perrear con una amiga. "Pasito a pasito, suave, suavecito...". Vuelvo a poner mala cara. Desconecto. Me fijo en las luces y en la gente. Hablo con mis amigas de que no hay nadie interesante. Seguimos bailando. Vamos hacia otro lado del bar así que nos metemos entre la marabunta de cabezas. Pasamos entre un grupo de niñatos. Empiezan a hacernos corrillo, se nos acercan. "Eh, eh, eh..." Yo pienso: "eh, tú, subnormal". No digo nada, ni les miro. Me cogen el pelo, lo miran y me dicen: "guapa" y se ríen. Sigo caminando. Estoy nerviosa. Más bien, enfadada. "Vaya gilipollas", suelto. "No les hagas caso." "Lo sé." Seguimos bailando. "Este party es un safari (a ella le gusta). Todos miran cómo bailas (a mí me gusta). Hoy tú andas, baila pa’ mi (a ella le gusta)". Si soy sincera me ha acabado gustando esta canción. Paso de la letra. Empiezo a bailar. Siento que alguien me dice algo. "Mira qué guapa con ese escote". Me voy a pedir una cerveza. En la barra se me intentan colar. La camarera me da preferencia a mí. Le doy las gracias. El chaval que se intentaba colar me pone un dedo en la cabeza y me dice que gire. Yo: "mira, no." Él se lo pone a mi amiga y también le dice que no. El chaval, extrañado, se lo pone a la chica de al lado. Ella se gira. Él se ríe y da palmas. Pienso que si estuviera borracha también hubiera girado. Me dan la cerveza. Un amigo del otro me dice: "Mírala. ¡Guapa!" y me toca el brazo. Le digo: "gracias". Pongo cara rara. Nos bajamos otra vez a la pista. Seguimos bailando. Tenemos ganas de ir al baño. Hay cola. Esperamos. Algunas chicas intentan ir al baño de chicos. Entramos al baño. Las borrachas empiezan a armar escándalo: "Acabad de mear, que no se tarda tanto, coño. ¿Por qué las mujeres son tan lentas?". "Gilipollas", pienso. Salimos del baño.

Volvemos a bailar. Nada destacable. Cada vez hay más gente y más borracha. Son las cuatro menos cinco y nos vamos. Unas amigas se van por un lado. A mi casa vamos tres. "Menos mal que vuelvo con ellas", pienso. Luego pienso que la calle está super iluminada y mucha gente vuelve de fiesta también. Pero esa calle siempre me ha dado miedo. En fin. 

Llegamos a casa. Buenas noches. Vamos a dormir. Pongo el despertador. Estoy contenta pero enfadada a la vez. Pienso que podría volcar esa frustración en una entrada de blog. Me duermo. Ha sido un día más.




18 de febrero de 2017

Vicky Cristina Barcelona

A pesar de que Woody Allen es un director excepcional, a veces no acaba de crear películas redondas, como lo era esa Annie Hall que encandilaba a cualquiera. Vicky Cristina Barcelona es una de esas películas no-redondas, que, sin embargo, encierra unos diálogos magistrales. Desde mi punto de vista, claro. Y he venido a rescatar aquí unas palabras que pronuncia Cristina, la diosa rubia, inocente y despampanante, encarnada por Scarlett Johansson. Sentada enfrente de un Javier Bardem tremendamente sexy, le suelta: “Yo no sé lo que quiero, solo sé lo que no quiero”. Un poco más adelante, también Cristina, dice: “Siento que tengo mucho que expresar, pero no tengo ese don.” Resulta que Cristina, o la inocente Scarlett, está diciendo lo que a tantas personas les pasa por la cabeza. De hecho, esto me decía  una amiga mía, una vez, tomando unas cervezas, después de que yo le dijera que por qué no quería actuar en mi corto: “Mira, Sofía, no sé en tu caso, pero yo solo sé que no valgo. Es como esa escena de Vicky Cristina Barcelona. Siento que tengo muchas cosas que expresar, pero que no tengo esa capacidad, esa vena artística, ¿sabes? Búscate a otra.” Sin quererlo, o queriendo desesperadamente, Woody había puesto en boca de la diosa rubia lo que la frustración creaba en las mentes de los artistas, y no tan artistas, todos los días. Yo no valgo, yo no sé, yo no puedo, yo no quiero poder.

La primera frase, esa en la que Scarlett decía susurrando que no sabía lo que quería, solo lo que no quería, también encierra otra verdad. Una verdad incómoda que acecha a toda persona. La verdad de no saber qué queremos hacer, o peor, de saberlo y tener miedo, vergüenza, inseguridad de hacerlo. “Yo solo sé lo que no quiero, tía. Yo no quiero trabajar porque sí, trabajar para alguien que me importa una mierda. Trabajar para no-vivir, vivir para trabajar. Yo solo sé lo que no me gusta. No sé qué quiero, pero esto no.”, me decía otro amigo mientras sorbía el café con leche. Otra vez, Woody lo había vuelto a hacer. Había puesto en los labios carnosos de una Cristina perdida y sexy, las palabras que sacudían la mente de mis amigos.

Esto venía un poco a raíz de que el otro día me preguntaron que qué quería ser, a qué me quería dedicar, por qué estaba haciendo lo que hacía. Yo, con mi insegura seguridad, respondí: “No sé. No sé qué estoy haciendo. No sé lo que quiero. Solo sé lo que no quiero.” Eso no es una respuesta, me dijeron. No lo es. No lo es. No lo es. Lo sé. Pero qué. Decidme por favor que estáis tan perdidos como Scarlett, como yo, como mi amiga de las cervezas, y mi amigo el del café. Decidme, por favor, que no sabéis lo que queréis, o que lo sabéis y tenéis miedo, o que habéis visto Vicky Cristina Barcelona y pensáis que es una mierda, a pesar de que os acostaríais con cada uno de los actores independientemente de vuestra orientación sexual. Dadme algo de esperanza, o miradme como Bardem mira a Scarlett antes de follar con ella. Por favor.

Todo esto venía también por Julio Cortázar. Julio sí que tenía el talento magistral de crear cuentos redondos. El otro día venía en el avión leyendo uno de sus relatos. En él, relataba el encuentro entre un hombre maduro conduciendo un coche y una joven haciendo autostop. Él la recogía en la carretera, e iban a un motel a charlar. Ella, llena de vitalidad, la osita la llamaba, quería ir a Copenhague y vivir con unos hippies que no conocía, y no estudiar. Él, trabajaba de corredor de materiales prefabricados, odiaba su trabajo, la osita le hace recordar su juventud, sus sueños, y las cosas que no hizo. Por eso no le gustaba que le hablara de Copenhague y de los sueños de la osita. El final del relato (os hago spoiler) es trágico y cómico. Después de la pasión, ella queda sola en una gasolinera esperando un nuevo transporte. Él, estampa su coche contra un tronco de árbol. Los sueños de ella se desmoronan porque se ha enamorado de él, y él desmorona sus sueños porque se estampa contra un árbol, sabiendo que su vida ha pasado sin pena ni gloria, y sus sueños, también. Triste historia. Real. Como la vida. Triste. Triste y sádica. Triste.
A todo esto. ¿He dicho ya que Julio es un maestro en contar historias? Porque ha metido el tema de la madurez, los sueños, el amor, la tragedia y la desesperación. Todo en uno. En otras palabras: la vida.

La vida recogida por Woody Allen o por Julio Cortázar. Esa vida que pasa, que acaba, que nos mata en vida. Pensemos. Qué trágico todo. “Sofía, qué tragedia te estás armando tú sola, tía.” Y eso me dicen. Eso oigo. Risas. Inseguridad y conformismo que se transforman en vanas risas. Risas o reprobación ante la dificultad de la vida. Qué rayada, qué lío.

O sea que mi amiga no tenía ese don, o creía no tenerlo, que mi amigo no sabía lo que quería, que yo no sé qué estoy haciendo. La vida es trágica y cómica. Cristina era la definición de la inocencia en la vida, de la inseguridad y del quasi conformismo. Yo la entiendo. La defiendo. No me río. Sabe lo que no quiere. Ayudadla.

El vendedor que estampó su coche tampoco sabía lo que quería. O eso quiero imaginar. Es un cuento, tía, no es real. Pasa. Tía, ¿qué haces? No te rayes.

Nadie sabe lo que quiere, solo lo que no quiere. Nadie tiene un don. Esa es la única verdad que queremos ver. Ayudadnos.

Así que todo esto viene a que la vida es dura. No sabemos qué queremos. Pero ni lo intentamos. Por miedo. Por inseguridad. Porque nos decimos que no valemos, nos dicen que no valemos, que tenemos que saber lo que queremos, que no pierdas el tiempo intentando descifrar lo que quieres. Ni siquiera te molestes en escuchar a la vocecita que te dice que qué haces y por qué. Que pases. Que no te rayes. Que dejes de ser la osita y seas el vendedor. Y que además, tengas la suficiente fuerza para no estampar tu coche contra un árbol cuando te enteres de que la vida era eso. Eso era todo. Nada. No ha valido la pena. Así es. La vida es dura. Aprende. No aprendas. Enfréntate a ella. No te enfrentes. Sé fuerte. Olvida todo lo que sepas. Empieza, crea, camina. Retrocede, no avances. Frena. Te lo digo yo, que no vales, que no lo intentes, que sigas, que no te estampes contra un árbol.  Olvida tus sueños, frena, sigue, olvídalo. Deja la inocencia de Cristina, olvida a la osita, madura. Sé fuerte. No tienes el don. No tienes, no puedes, no eres. No seas feliz, no seas capaz. Olvídalo. Aparca, retrocede. No sueñes, no vivas. Confórmate pero no te quites la vida. Disfruta del trayecto. Quedan diez minutos para aterrizar, por favor, abróchense los cinturones. Hace 10 grados en Madrid. Deja de leer. Cortázar, qué bueno. Ya aterrizamos. Sí. Ayer vi Vicky Cristina Barcelona. Cómo está Scarlett. Y Pe. Y Bardem. Pero qué mierda. Pero sí. No sé lo que quiero yo tampoco. Solo lo que no quiero. Barcelona. Pero 10 grados en Madrid. Olvida tus sueños.


Y básicamente resulta que Woody Allen sigue creando monólogos magistrales y que yo sigo estando perdida.


21 de enero de 2017

Me encanta

El otro día estaba en el sofá viendo la tele, y cambiando de canal me encontré con un programa de entrevistas en el que tenían de invitado a un actor que me gusta bastante. Y como haría cualquier persona normal, salté y grité: “¡Me encanta este actor!”.

En el otro sofá estaba mi compañera de piso, y, sobresaltada, se giró, me miró, y me dijo riendo: “¿Y quién no te gusta a ti?”
Touché.

Esta mierda de prólogo solo era para argumentar mediante el ejemplo de lo que va este texto.

No es la primera vez que me tachan de entusiasta. Es una palabra bastante ambigua, entusiasta. ¿Entusiasta porque me gusta todo y no discrimino? ¿Porque expreso excesivamente mis gustos y los grito a los cuatro vientos para que todo el mundo lo sepa? ¿Quiere decir que padezco de falta de gusto? ¿O peor  aún, que finjo un sentimiento excesivo para llamar la atención?

Estas son las cosas que se me pasaban por la cabeza, cuando mi amiga me respondió: “Devuélveme el mando, anda.” Crash. Paff. Já. Y ya no podía parar. Porque además de entusiasta, soy una obsesiva. Y me puse a darle vueltas y vueltas a esas palabras triviales, como hace la gente que tiene mucho tiempo libre o poco sentido común. Resulta que decían por ahí que yo era una entusiasta. Y no sabía cómo tomármelo.

Como en la RAE pone que entusiasta es uno que se entusiasma (oh, gracias, académicos), tampoco me aclaró mucho las cosas. Por otro lado, en sinónimos ponía: fanático, apasionado, fogoso. Lo de fanático me sonaba a secta, lo demás, a porno. Así que llegué a la conclusión de que, a la mierda, sea bueno o malo, yo soy así y así seguiré. Nunca cambiaré. Ieieie…

Muchas veces he tenido la sensación de que algo me llena más allá de lo terrenal. Me explico, a veces, cuando algo nos apasiona, no podemos expresar con palabras lo que nos hace sentir. Y no se puede formular, porque, o no tenemos la suficiente riqueza de vocabulario (usualmente), o es algo que se sale fuera de lo meramente sensorial. Dicho así, parece que intento filosofar, hablando de metafísica o alguna mierda de esas. Solo intento poner en palabras lo que yo siento cuando algo me entusiasma. Algo, alguien, ello, eso, tú, ella, libro, artista, cielo, patatas fritas. Cualquier cosa puede entusiasmarme. O no, mejor dicho, si algo me enamora, me trasporta, me volatiliza, me hace romperme, desdibujarme y volverme a reconstruir mucho más completa, en fin, me entusiasma, por qué no hacer una redundancia necesaria; si algo me hace sentir así, no puedo callarlo. Tengo que gritarlo, tengo que decir: ah, DIOS, sí, buff. Como un orgasmo, vamos (si lo releéis queda gracioso). Pero mejor, porque esta sensación dura mucho más tiempo.

Y esto era, y es, más o menos lo que yo siento cada vez que escucho a alguien hablar muy bien, leo un libro muy bueno, como queso frito, hablo con alguien que quiero de algo que me interesa, salgo a dar una vuelta con los cascos puestos, veo un capítulo de una serie que me ha enganchado, voy a un concierto de un grupo que me encanta, veo una película que me hace transportarme, salgo de fiesta con mis mejores amigos, veo el vestido más bonito de una tienda, o, por qué no decir lo que todos estamos pensando, siendo humanamente superficiales, veo a una persona muy guapa.

Y no logro entender como alguien no puede llegar a sentir algo así por algo, por alguien; no puede entusiasmarse por algo que le gusta mucho. Porque hay personas, las he visto, que no sienten así, a las que las cosas les pasan superficialmente por la piel, que consideran que nada es lo suficiente digno para su entusiasmo, que viven así, sin emociones sinceras. Esas personas, lo siento, es como si respiraran la mitad del oxígeno del que podrían. Y no digo que mi sentimiento sea mejor que el suyo, pero mola más.

Esa sensación de plenitud y a la vez de desasosiego, de no saber por dónde te da el aire, tan imprecisa, difícil y placentera, es lo que mueve mi mundo. Es el placer de la emoción, de sentir más profundo, más intenso, más de verdad. Y por qué no, de expresarlo, de sacarlo hacia fuera, de contárselo a todos para que puedan sentir como yo lo siento. O simplemente, para vaciarme de nuevo y poder reposar, en busca de una pasión nueva. Y al revés, puedo decir, que escuchar a alguien hablar de algo que le apasiona es una experiencia que todo el mundo debería vivir mil veces en su vida.

No quiero resultar pesada, ni aparentar complejo de superioridad; pero entusiasmaos, por alguien, por algo, por todo. Entusiasmaos, joder.

Así que sí. Cómo me gusta ese actor.