11 de septiembre de 2016

Generación Y

Dicen de nuestra generación que somos la de la depresión fácil, la de estresarse por salir un jueves e ir a clase un viernes, la de entristecerse cuando llueve, o la de enfadarse porque se nos ha estropeado el wifi. Lo dicen sobre todo los que han vivido otra época, así, como con tono despectivo, como queriendo decir: "millennials de mierda, espabilad, y aprended a haceros bien un huevo frito". Y te da una sensación como de que eres un inútil ahora y serás un muerto de hambre en el futuro, una sensación de tremendo vacío existencial, un escalofrío que te recorre el cuerpo cada vez que te dicen eso de: "estos jóvenes de ahora...". Y es un círculo vicioso. Otra vez vuelve la depresión fácil, las ansias de salir de fiesta, la vagueza de los domingos, la bronca de los ajenos a esta vida, la depresión fácil...

El resultado de todo ello, es que te sientes un incomprendido fuera de tu círculo de alcohólicos y vagos. Pero no nos equivoquemos. Las generaciones de mierda siempre han existido. Se suceden sin pausa en un continuo de broncas y excesos. Desde Rimbaud hasta Kerouac. Y ellos tenían el hada verde, los hippies, el rock and roll y la cocaína. Tengo la impresión de que no estamos tan mal. 

Todo ha sido criticado, y todo ha pasado. Desde luego, los likes pasarán, los botellones pasarán, los realities pasarán, lo de no querer nunca emanciparse pasará, esta generación de mierda pasará. Y entonces nos atropellarán unos chavales que ni siquiera han nacido aún, nos dirán que son la mejor generación que ha existido nunca, nos reprocharán que no veamos bien lo que hacen, cómo visten y cómo hablan, y les reprocharemos que eso en nuestra época no pasaba, que esta juventud se va a la mierda, y que dónde han quedado los festivales y las cañas. 

Pues sí, esta generación se va a la mierda. Lo sé desde que los botellones molan más que los bares, desde que el ruido mola más que la música, desde que bailar de lejos no es bailar y follar de cerca no es follar, desde que la cinco se ve más que la dos, desde que levantar la tapa del ordenador es más fácil que abrir la de un libro, desde que los amigos se cuentan en likes, desde que los campana están de moda, y luego los pitillo, y luego los campana, y luego... Lo sé desde que un día que estoy sin wifi es peor, mucho peor, que un día sin pan, desde que el mejor día del mes es el día en el que te cargan los datos, desde que el móvil ya no sirve para llamar, desde que vivir del dinero de los padres es la forma de vida más habitual.

Y aún así, me encanta que me digan que no sé nada de la vida, que solo sé gastar y salir, que cómo voy a salir así de casa, que cómo me gusta esa música, que si puedo estar un minuto sin mirar el whatsapp, que si algún día sabré lo que quiero. Me gusta sentirme diferente y, al mismo tiempo, tan igual a todos. Estoy segura de que a pesar de lo que nos separa, Bukowski y Elvis sientieron lo mismo. Y sin ir tan lejos, nuestros padres sintieron lo mismo. Estamos, sin saberlo, condicionados por una época que nos define, nos deforma y nos delata. Mil veces he dicho que odio la época que me ha tocado vivir, y sin embargo, mil y una diré que en otra generación no sería yo.

Y aunque, días tras día, grite que no quiero seguir al rebaño, y necesite hacerme la inconformista, la independiente y la guay bailando canciones pasadas, bebiendo bebidas pasadas, y leyendo libros pasados; nunca nadie podrá sentir lo que es estar dentro de una época que no es la suya. Se necesita vivirlo como nuestro, explorarlo desde dentro. Estoy segura de que Dylan odiaba a su generación, y sin embargo, no cabría imaginarlo fuera de ella. Yo tengo una relación de amor-odio con la mía, y sin embargo, sigo sufriendo de adicción a las redes sociales, depresión fácil, y vagueza extrema.

Así que, por lo que parece, nuestra generación se va a la mierda, y qué bien.






8 de agosto de 2016

Qué bien

Ayer me di cuenta de que llevo sin escribir casi un mes y no me acuerdo ni de cómo se coge el bolígrafo. De hecho, coje hasta me sonaba bien antes de que la revisión ortográfica del Word me dijera amablemente, con un subrayado en rojo bastante sonrojante, que se me ha olvidado conjugar el puto verbo coger. Y mientras que estos días mi cerebro jugaba a las palas con las ges y las jotas, yo he estado tragándome series, cerveza y sol a partes iguales.

Y eso, que todo esto venía a que qué bien que es verano. Nada que hacer excepto si trabajas, nada estresante excepto si te estás sacando el carnet de conducir, o ese curso de monitor de mierda, nada por lo que preocuparte excepto si tu love de verano ha conocido a una australiana de metro ochenta, nada por lo que llorar excepto cuando en un arranque de valentía y necesidad decides pelar tu primera cebolla, y nada que lamentar excepto haber perdido la maleta en el aeropuerto, haberte cruzado con una medusa que te ha dejado marcado el brazo izquierdo, o haberte dado cuenta de que nunca vas a conocer a tu crush, más que nada porque te saca veinte años y vive en LA. Así que qué bien que es verano, ¿verdad?

Qué bien que solo nos tengamos que preocupar de nosotros mismos y de pasarlo bien. Qué bien que haga calor y existan los chiringuitos. Qué bien que veamos a esos amigos que creíamos perdidos durante el año. Qué bien que podamos salir de noche y no tengamos que madrugar. Qué bien la playa, la montaña, Guadalajara o Tokio. Qué bien perderse en un festival o encontrar al amor de tu día en una barra. Qué bien aprender a tocar la guitarra y a bailar claqué. Qué bien salir a la calle sin llaves o estrenar la bicicleta nueva. Qué bien nadar de espaldas y mancharte las gafas de arena. Qué bien bailar sevillanas y aprender a decir palabrotas en chino. Qué bien creer que queda mucho para septiembre y tragarte todas las temporadas de todas las series que puedas. Qué bien cenar palomitas y desayunar macarrones. Qué bien decir hasta el próximo verano. Qué bien que en mis pupilas siga entrando luz del sol. Qué bien que en mi cerebro se produzcan intercambios de información.


Y ya paro, porque no me gustaría que me acusasen de mal plagio y peor escritora.
No quiero ser la idiota de turno y decir que el verano está ahí ahí, que si sí que si no, que si se va que si se queda. Pero os recuerdo que el tiempo vuela, time flies, carpe diem, tempus fugit, sarandonga, finito, no, azúcar no, qué genial, qué astuto, qué indecente, qué maravillosamente oportuno, tu puta madre.

Así que sí, estamos en agosto. Espabilad. Quemaros por dentro de alcohol, música, besos, arena, sudor y netflix, porque sí, nos vemos en septiembre.
No me odiéis. 


19 de abril de 2016

Que se mueran los feos

Últimamente me asusto mucho con la gente. No es que sea nada nuevo, creo que tengo alergia al mundo desde que nací; pero lo cierto es que a veces me cuesta reconocer que podamos actuar como idiotas en situaciones la mar de sencillas.

Bueno, os acorto los preliminares, no sea que os vayáis a pensar que esto es un texto de calidad. El caso es que en una de mis incursiones por la noche universitaria acabé en uno de estos bares en los que ponen ruido y dan de beber cerveza aguada y fanta de limón por ginebra. Estaba parada moviendo la cabeza al ritmo de los bamboleos del suelo, y como siempre, observaba a la multitud con cara de falsa superioridad. Mientras miraba, empecé a asustarme. No es que hubiera descubierto nada nuevo en ese momento, pero una reflexión de madrugada, y bebida, siempre es más profunda y reveladora que en cualquier otro momento. Total, que allí estaba yo, parada como en una escena de esas en las que aparece una borracha en una discoteca rodeada de gente que baila a cámara lenta, y que parece que va a potar de un momento a otro. Allí estaba, clavada, y anonadada con los rituales de ligoteo que se reproducían en cada puta esquina. Y algo que así dicho debería de ser bonito, o al menos divertido, era una auténtica pena. Una pena deforme a la vista, con toda la gama de adjetivos que van desde la grima al horror.  A ver, no os confundáis. No voy por ahí mirando a la gente en plan morboso. Pero cuando te tiran dos copas por la espalda porque dos criaturas se están morreando detrás de ti como si no hubiera un mañana, entonces no te queda más remedio que girarte a mirar y llamarles de todo, aunque no quieras. Y si por otro lado, se te cruza tu amiga que va a hombros de un chaval que necesitaría que le llevaran a hombros a él, y, aparte, parece que otro paisano se te acerca por un lateral e intenta camelarte arrimando la entrepierna, entonces, entonces no te queda otro remedio que mirar. En este momento sí que me asusté. No sé por qué estaban así las cosas, ni cómo habíamos llegado hasta esa escena entre grotesca y lamentable, pero solo quería encerrarme en mi habitación y ver películas de Hugh Grant hasta que no recordara nada de aquello.

Me niego a creer que a alguien le pueda gustar estar en un bar así. Si sois de estas personas, ya podéis dejar de leer. O no. Como veáis.

Vamos a ver ¿en qué momento hemos pasado a ser unos imbéciles? Y ahora os explico. No me da pena que dos personas se enrollen y vayan a caballito o lo que cojones les apetezca hacer. Lo que me deja un poco desconcertada es que el concepto de ligar hoy en día se reduzca al estereotipo de estar en un bar, ser guapo y dejarse hacer. No es que sea una romántica, que lo podría ser, pero no me va; es que me parece terrible el que haya que ajustarse a unas reglas prefijadas para establecer contacto. Está comprobado que cuanto más guapo se es, más bueno se está, y más se sale, más se te acerca la gente. Me parecía que los roles y estereotipos que se sucedían en el instituto: el cachas, el friki, la guapa, la empollona… no los volvería a ver jamás, y sin embargo, se siguen reproduciendo por todos lados. Y este sentimiento entre de miedo e ira, al que muy probablemente contribuyó el alcohol, me dejó ver que a cada bar que iba, la gente solo se dedicaba a mirar al horizonte en busca de algún buen partido: guapo/a, alto/a y soltero/a. Y lo reconozco, yo también lo he hecho. Y mil veces me he arrepentido.

Quiero pensar que en otro mundo, la gente habla, se conoce, y es libre de decidir de qué rol quiere formar parte en la vida. Quiero pensar que el tener una belleza desproporcionada y una inteligencia dividida por cero, te lleva o a tener que esforzarte para enamorar a alguien, o a asumir que no lo tienes todo hecho. En un mundo justo, ideal y sin prejuicios, la mayoría de las parejas, o líos de una noche, estarían unidos por algo más que un vistazo en un bar y una disponibilidad de agendas. Y que quede claro, me refiero solo al terreno sentimental, porque parece que cada vez estamos avanzando más en todo lo demás. Que cada vez a los amigos los une una verdadera relación de amistad y no un estatus social, y que cada vez el conseguir trabajo depende más de tu esfuerzo que de tu aspecto. Y menos mal.

Y eso, yo solo lo comentaba para que no salgáis esta noche y os enrolléis con un partidazo que no sabe dónde está Toledo. O que, y puede que sea lo más probable, haya visto demasiadas películas de Hugh Grant últimamente y me haya quedado tonta. 




17 de marzo de 2016

¿Horror o deseo?

Siempre he creído que esperamos demasiado de la vida. Nuestras expectativas son como una pesada ancla que no nos deja avanzar y nos hace perder oportunidades. Cuando miro por la ventana y veo que llueve, pienso en que ojalá hiciera sol. Cuando hace sol pienso que qué bien estaría que hiciera un poco de viento. Y así siempre. En todos los ámbitos de la vida.

“No eres feliz porque piensas mucho las cosas.” “No tienes novio porque eres muy exigente.” “No disfrutas de lo que haces porque estás pensando en lo que harás mañana.” “Envidias a los demás pero no te das cuenta de lo que tienes.” “Te quejas continuamente pero no haces nada para cambiar.” “Quieres una vida que no existe.”

El otro día salí para hacer un experimento sociológico: intentar no ser borde, y aprovechar las oportunidades de mierda que me ofrece la vida. Así que, allí estaba yo, tomando algo tranquilamente y tarareando palabras sueltas de algún éxito indie mientras movía la cabeza y los pies al ritmo de un bajo y de las carcajadas de un bar. Observando, me daban ganas de salir por la puerta y meterme en mi cama, cerrar los ojos, y seguir soñando una vida mejor que la que estaba viviendo. Pero putada, estaba en medio de un experimento. Así que me resigné a echar miradas fútiles por el bar y seguir moviendo la cabecita mientras sorbía más azúcar que vozka. Mientras mi amiga miraba detrás de mí, y parecía encontrar una posible pareja interesante con la vista, yo me divertía mirando a los solteros desesperados, a los novios atontados, a los maduritos nada interesantes, a las chicas uh, al chico pelirrojo rodeado de chicas probablemente homosexual, o al camarero ligón. Hasta aquí, el espectáculo que estaba presenciando me daba ganas de quedarme solo un ratito más y ver cómo se desarrollaba la trama. Mi amiga, delante de mí, seguía camelándose a los chavales de detrás, y yo, ni me coscaba, lo cual es una bonita metáfora de mi vida. Pero bueno. Yo seguía observando. En este momento ya habían pasado unas horitas, y habíamos escuchado casi toda la lista de éxitos indies del Spotify. El camarero, según mis criterios, nos reconoció como las típicas chicas que le dan buena publicidad al bar, no por tías buenas borrachas, sino por tontas amantes de la música independiente, y nos invitó a un chupito. Hasta aquí normal. Luego a una copa. Era momento de experimentar y aprovechar oportunidades de mierda, así que por qué no. Ahora, dejé de observar al camarero. Esa oportunidad no se mostraba interesante. Seguía observando. Ahora, dos amigas borrachas empezaron a darnos conversación. Que si venían de no sé qué sitio de mierda de Zaragoza, que si se iban de viaje, que si yo que sé. Bailamos unos pasitos para que las pobres no se dieran por ignoradas, pero al final las ignoramos. Mientras, uno de los susodichos a mi espalda por fin entró al lío. Que si hola, que si yo os conozco. Era el momento de poner en práctica mis penosos hábitos sociales. Así que sí, dejé que mi amiga hablara mientras yo les miraba con cara de pocos amigos. Resultaron ser decepcionantemente tontos. Una pena.

Siguiente bar. Allí estábamos de nuevo. Había aprendido bastante y el alcohol había hecho que ya no echara de menos mi cama. Bueno, más o menos. Apenas dimos un par de zancadas dentro del bar, un grupito se nos acercó. Que si hola, que si cómo te llamas. Ahora mi amiga era la que no se coscaba de una mierda. Y mientras uno me hablaba de no sé qué cojones, yo pensaba en si había sido buena idea pasar por allí, y en lo que me gustaría seguir en el bar indie con mis amigos los cortos. Pero total, que eso parecía que iba a ser el epicentro de la noche. Así que, muy decentemente, le di mi número y nos piramos. Tampoco quería experimentar a lo loco.

A partir de entonces, la noche la recuerdo a trazos. Fuimos al bar más decadente que había en la ciudad. Y ahora ya sí, si no querías experimentar, lo hacían por ti, no había problema. Que si te hablaban de sus amigos que estaban en tu carrera pero que ya habían acabado, que si su abuela era de tu ciudad, que si querías un cigarrillo, que si molaba tu camisa, que si no eras demasiado pequeña para estar allí. Y mientras, yo: “estás experimentando, estás experimentando, estás experimentando…”. Pero la noche seguía, y como siempre me ha parecido, a partir de las 5 de la mañana, solo quedaban despojos. Y eran las 6. Así que dijimos adiós a nuestros compañeros de fiesta, a los baños inundados, a las calles llenas de vómito, a las oportunidades de mierda y al experimento, y nos fuimos a la cama.

Y bueno, al día siguiente tenía varias experiencias que guardar en mi mente para escribir en alguna entrada de blog prescindible como esta, y poco más. Y sí, me habló el chaval del día anterior, el del número. Y sí, no le contesté. Así se resume mi vida.

Así que bueno. Sigo sin ser feliz, sin novio, sin disfrutar de lo que hago, envidiando a los demás, quejándome continuamente, e imaginando una vida que no tengo. Y eso, es irremediable. Prefiero poner el listón lo más alto posible, para llevarme continuas decepciones, y ser infeliz de por vida, y sentir más profundo, y probar de todo para saber lo que quiero, y lo que no quiero, y no conformarme nunca, y así, algún día, vivir la vida que deseo. O a lo mejor resulta que mi vida va a ser siempre una mierda, y que soy una borde caprichosa y pedante que nunca va a ser feliz. Puede. Que cada uno juzgue.





27 de febrero de 2016

Musa en paro busca poeta

Cuando parece que ya te has olvidado de las cosas que te reconcomían la conciencia el día anterior, surgen nuevos dilemas que no te dejan dormir. Siempre me he preguntado por qué no podemos estar a gusto con nuestras vidas de mierda, y seguir adelante aprovechando las mínimas oportunidades que nos ofrece una mirada o un botellín de cerveza. La verdad es que cada cual se agarra a lo que puede, entendiendo lo que puede a cualquier cosa, cualquier banalidad que te recuerde que la vida aún puede sorprenderte y hacerte sonreír en plan moñas como cuando ves una película de Hugh Grant.

Así que bueno, digamos que esta semana ha sido una gran mierda. Una de esas mierdas oscuras que te alegras de haber expulsado de tu interior. Perdón por ser tan gráfica, pero resulta más fácil decir eso que inventarme una trabajada metáfora pseudointelectual. Bueno, y tal. Que entre los dilemas sobre la vida cotidiana, sobre el futuro incierto, sobre la dieta saludable en días de estrés, sobre la crisis presidencial, sobre las horas de proyector interminables, sobre la cantidad de alcohol que se puede ingerir en un mes para no rayar el alcoholismo, y sobre la situación sentimental y personal en la que me encuentro (y digo me, pero sabéis que es nos), esta sucesión de seis días interminables ha sido horrible, descorazonadora, ridícula y dura al mismo tiempo. No se han salvado ni los amigos, ni la familia, ni la carrera, ni la señora maja de la inmobiliaria, ni el conserje, ni el camarero guapo. Así que he tenido que asimilar que sí, que la vida es esa mierda, cosa que no quería reconocer, y bueno, que no sé por qué no podemos estar a gusto con nuestras vidas de mierda, y seguir adelante aprovechando las mínimas oportunidades que nos ofrece una mirada o un botellín de cerveza.

Así que, después de sobredosis de lágrimas, ibuprofeno y palabras chungas, me había decidido a tirar la toalla, y a asimilar que no se encuentran cosas bonitas en cada esquina, que no hay gente especial en los bares, y que no existe el futuro ideal ni la vida esperada. Pero, boom. Lo sé, sorpresa. Vais a alucinar. Ayer puede que volviera a considerar la existencia de la magia de las cosas pequeñas que nos ofrece nuestra tortuosa existencia (o nuestra puta vida, así nos entendemos).

Ayer estaba en algún lugar de mierda probablemente, como casi siempre, y me di cuenta de que estaba rodeada de gente sonriente y desenfadada. Eran personas, como yo, y joder, reían a carcajadas, y bailaban, y tocaban las palmas. Y parecía que era el micromundo de la felicidad. Total, que ya puestos, y un poco a regañadientes al principio, no pude evitar sumarme a la excitación de la música, las guitarras, la cerveza, las miradas, las risas, y los móviles de última generación tomando constancia de ese evento imprevisto y maravilloso. Y allí estaba, después de mi semana de suicidio planeado, colorada de reír a carcajadas, y ansiosa de vivir todo lo que se me pusiera por delante.

Ya, bueno, lo sé, qué cojones digo. Me veo obligada a adornar la vida en todo lo que escribo, porque, entre nosotros, pocas cosas son tan bonitas como las pintas. Sin embargo, esto era la vida real. No hay adornos, ni aditivos. Solo he venido a contaros que ayer estuve escuchando cantar a dos artistas desenfadados y que parecían amar la vida y las guitarras más que un padre a su hijo, y que tuve el privilegio de estar rodeada de gente bonita y cerveza, y coplas. Y que agoté las risas que se me habían tornado en llantos durante la semana. Y que hice amigos y conocidos. Y que algunos entendimos la magia de nuestra existencia, la magia de la pequeñas cosas, la necesidad de aprovechar las oportunidades más inesperadas, la felicidad de hablar de cualquier cosa y de todo con gente a la que acabas de conocer y de la que ya te sientes parte, las ventajas de tomar 4 botellines y un tequila, las imprevisibles palabras de complicidad, la belleza de los gorros hipsters de nuestros abuelos, la enigmática cortesía de un desconocido, la perfección de cuatro acordes bien puestos, la sabiduría de cualquier persona que te resulte interesante, la necesidad del cariño y la comprensión mutua, la facilidad para vender sentimientos y llevarse recuerdos a cambio, la nostalgia de una noche única en un bar de mierda, o la devastadora sensación de que hoy no es ayer.

Y eso, los que hayáis llegado hasta aquí, solo os digo que la vida es una grande y oscura mierda, y entre ella, a veces, encontramos un placer efímero, un segundo de éxtasis, un reducto de felicidad instantánea. Y joder, puede que merezca la pena. Pensadlo.

Ah, y escuchad a Antílopez (no hago spam, es que son los jodidos amos).





13 de febrero de 2016

Idiotas sin futuro

Hacía tiempo que no oía hablar a nadie que fuera digno de ser considerado soñador. Según la RAE, que para estas cosas es la puta ama:

Soñador, ra  Del lat. somniātor, -ōris.
1. adj. Que sueña mucho.
2. adj. Que cuenta patrañas y ensueños o les da crédito fácilmente. 
3. adj. Que discurre fantásticamente, sin tener en cuenta la realidad. 

A pesar de venerar a todos los entendidos en lengua castellana, no puedo más que entrar en desacuerdo con esta mierda de definición, que deja totalmente de lado el ámbito más humano del calificativo de soñador.

Un soñador debería ser toda persona que se atreviera a pensar y a vivir la vida según los dictados de su propia mente, que viviera el presente y creara su futuro de acuerdo a sus propias convicciones como un artista crea el borrador de su obra. Y bueno, poco más. En el lenguaje popular podemos encontrar sinónimos como “muerto de hambre, idiota sin futuro, persona sin recursos, parado que no da un palo al agua, loco egocéntrico, gilipollas que siempre está en las nubes, rarito, friki, artista de poca monta, …”.

Pero, sin embargo, no creo que haya persona que sea más envidiable en el mundo que un soñador, de los de verdad, no de esos pseudotontos que un día deciden hacer un “simpa” para experimentar. Y bueno, que vaya gozada haber nacido un soñador de los que no se preocupan por las críticas, por las malas caras, por el agujero en el bolsillo, por los ojos entornados, por el no en un bar a las 5 de la mañana, por los calcetines de colores que asoman por encima de las botas, por el rímel corrido, por los corazones rotos al irse de Erasmus, por la depilación láser, por el futuro incierto y el trabajo casi gratis, por las recuperaciones en verano, por el amor no recíproco, por las ojeras y los ojos rojos, por levantarse a las seis de la mañana, por beber diez copas de más, por la gotas de lluvia en las gafas, por las arrugas de la camisa, por la pareja a los veinte, la casa a los ventipocos, los hijos a los treinta, la jubilación a los setenta, o la muerte repentina. Y, en fin, que se preocupan tan poco por las gilipolleces a las que los demás les damos relevancia vital, que viven casi al borde de la muerte sin morir, experimentando las situaciones cotidianas a un nivel que la mayoría ni podríamos imaginar.

Y todo esto viene de que yo estaba ayer en algún lugar de mierda probablemente, y descubrí a un soñador de los de verdad. Y habló de muchas cosas de las cuales filtré la mitad porque mis conocimientos socioculturales aprendidos desde mi infancia me decían que era un rarito, un excéntrico y un muerto de hambre, pero sé que me dijo que persiguiera mis sueños. Joder, con lo bien que estaba yo, allí, viviendo mi vida socialmente aceptable y acomodada, y llega un mierdas y me dice que no, que mi existencia es un error 404 not found. Y según hablaba me di cuenta de que era de los de verdad, nada de loco ni egocéntrico, sino soñador según la definición más radical del término. Así que me quedé allí, escuchando sus tonterías durante quizá demasiado tiempo, sabiendo que todo lo que decía lo sentía de verdad, y que quizás yo nunca pudiera llegar a vivir nada de lo que él me contaba. Me dieron ganas de salir de allí, empezar a dejar de buscarme la vida de acuerdo a la situación económica mundial, y ser lo que de verdad sería si mi vida fuera una película de Godard. Pero luego me di cuenta de que tenía que marcharme corriendo a seguir estudiando y me despedí del soñador con una risa de complicidad y poco más.

Y nada, yo que me considero amante de la vida y esclava de la realidad aplastante, solo tengo como aspiración en la vida llegar a ser una pseudotonta que un día decide hacer un “simpa” para experimentar. Y es una putada.



1 de enero de 2016

¿Feliz? año nuevo

Estoy tan confundida que no tengo ganas ni de hablar. Pero no puedo callarme ni un segundo. La sensación contradictoria de ser tan feliz y tan triste al mismo tiempo es una putada. Y es lo que siento cada vez que se me va un año de vida. Os lo comento para que vayáis tomando nota. 
Quiero que todo el mundo al que conozco le toque la lotería y que me invite a cenar a uno de esos restaurantes en los que hay que reservar con meses de antelación. Quiero que os caséis los que tengáis edad y que os enamoréis los que aún estéis buscando una media naranja o un medio limón pocho o lo que sea que busquéis. Quiero que encontréis el trabajo soñado de vuestras vidas, o que saquéis los cincos que necesitéis para aprobar el grado, o que encontréis la puta vocación que no encontráis por ningún lado o que habéis perdido por culpa de los exámenes de enero. Quiero que conozcáis a mucha gente, pero solo a gente que os caiga bien. Quiero que hagáis muchos amigos, de esos que duran para toda la vida, o de los que te abandonan después de haber tomado demasiadas copas. Quiero que comáis de todo los que os guste hasta reventar y que conservéis el tipín, las curvas o los michelines que os apetezcan. Quiero que viajéis al lugar al que siempre habéis querido ir, a la Patagonia o a Berlín, o que os quedéis tumbados en el sofá viajando solo para alcanzar el mando de la tele. Quiero que vayáis al cine cada día, o al teatro, o al bar de la esquina, y que os evadáis de toda la mierda del mundo. Quiero que no os pase nada malo, que no tengáis accidentes, ni que se os muera vuestro primo tercero, ni que os cortéis con las tijeras de punta redonda, ni que suspendáis esa asignatura del segundo cuatri que todo el mundo suspende. Quiero que seáis libres, libres para elegir dónde cagar o a quién votar, libres para hablar de lo que queráis o con quien queráis, libres para criticar, cantar, mirar de reojo o besar lo que os de la gana. Quiero que no os equivoquéis nunca, sea eligiendo un postre o una carrera, una pareja o unos zapatos para la cena de fin de curso. Quiero que tengáis suerte, que os lluevan las oportunidades para trabajar en lo que queráis, o para ir de espectadores a la tele. Quiero que queráis con ganas y que os quieran de vuelta. Quiero que nunca tengáis que pedir perdón por rozar la teta de vuestra abuela o hablar en mitad de una misa. Quiero que no lloréis, que no tengáis nada de lo que preocuparos y que vuestro año sean solo risas, de la buenas, no de esas mierdas que hacemos cuando estamos asustados. Quiero que sintáis lo que queráis sentir, que probéis esa bebida o esos labios que nunca os habíais atrevido a probar, y que salgáis victoriosos del duelo. Quiero que viváis muchos años, que no me dejéis nunca, que no me olvidéis, que llevéis una foto mía en vuestra cartera y una grabación de mi risa en vuestra mente, quiero que me queráis como os quiero y que sepáis que os quiero más que a mi smartphone. 

Pero por si no os lo imaginabais ya, yo os lo digo. Yo no quiero un año lleno de alegría, amor y dinero. Quiero un año con momentos tristes, incómodos e imprevistos. Quiero que me hierva la sangre de ira cuando discuta con el limón pocho de mi vida, quiero frustrarme cuando acabe de ver mi serie favorita, quiero llorar cuando pierda mi móvil en algún bar después de una borrachera, quiero asustarme cuando crea que mis amigos se han olvidado de mí en una noche de fiesta, y quiero hacerme daño cuando baile un canción de los ochenta y me resbale y casi me mate. 

Pues eso, que quiero un año de mierda con pequeños momentos de felicidad extrema. Y bueno, os deseo lo mismo, y a parte de eso, mucha felicidad, amor y suerte.