6 de octubre de 2015

Pensar es gozar

Vivimos en unos tiempos en los que ser joven ya no significa ser crítico o rebelde, simplemente ser pobre y estar de más. Unos tiempos en los que los niños cargan con kilos de apuntes al cole, y después se llaman empollones entre sí. Una época en la que muchos han perdido las ganas de proponer nuevas ideas, clamar ante las injusticias y contradecir a los políticos. Un tiempo en el que pensar por uno mismo equivale a ser un antisistema. En el que hacer huelga es no preocuparse por la estabilidad del país y de tu propia economía familiar. Vivimos en una sociedad que tiene mucho que decir pero que tiene miedo a decirlo. 
Pero se avecinan tiempos más oscuros, de esos de los que se hablaban en 'V de Vendetta', de los de la muerte de toda capacidad de pensar por nosotros mismos, de ser críticos y de argumentar nuestras opiniones, y al fin y al cabo, de los del fin de nuestra libertad.
Ahora, yo solo venía a deciros que criticar siempre está de moda. Solo hace falta dirigir esa crítica hacia temas más importantes que la nueva temporada de Gran Hermano. Lo veo factible. Y luego, un poco más difícil, criticar respetando las ideas de los demás. Criticar con sentido común, dando razones para decir que la sopa está fría, que no te merecías ese suspenso, que la nueva pareja de tu ex no te llega a la suela de los zapatos, que hace frío pero más frío hace en tu pueblo, que como las lentejas de tu madre ninguna, que esos pantalones no han sido su mejor elección, que no quieres decirlo pero ese bebé es feo y punto, que la concepción virginal de Cristo no tiene bases lógicas, que la economía va regular, que decidir qué hacer con tu cuerpo es cosa tuya, que la nueva reforma de educación es una mierda, o que la filosofía es la clave para formar personas independientes y con sentido crítico.
Y eso, que estoy muy nerviosa porque ya me han dicho varias veces que qué bien que no van a tener que volver a estudiar en su vida ese tochazo de asignatura. Y yo solamente pienso en su futuro, los pobres, qué vida más insulsa tienen que llevar opinando sin saber, hablando por hablar, y diciendo que sí delante del televisor. Me dan penica. 

Y ahora me tacharéis de demagoga pura, pero por lo menos habré conseguido que me critiquéis.



22 de julio de 2015

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

"No creo en nada ni en nadie."
Reflexionemos un momento. Nada es nada y nadie es nadie. No creer en nada significa creer en algo, y ese algo es la nada. No creer en alguien significa creer en alguien, y ese alguien es el nadie.
"Nada ni nadie pueden detenerme."
A ver. Sí pueden detenerte. Nada y alguien pueden detenerte. No es que sean dos algos, en realidad son dos nadas. Dos nadies. Dos vacíos.
"Nadie sabe nada."
¿Entonces ese nadie sabe algo acerca de esa nada?

Podría seguir pero nada contribuiría más a la exasperación que os está produciendo leer estas mierdas.

Así que más o menos he empezado a escribir porque me aburría y lo primero que se me ha pasado por la cabeza ha sido esa primera frase de protagonista/héroe/galán/villano de película: "No creo en nada ni en nadie". Y de ahí, he tirado para adelante. Sin más.
Lo que yo de verdad quería deciros es la maravillosa tranquilidad con la que soltamos frases de héroe o más bien de abuelito frustrado tales como: "A nadie le importan mis desgracias" o "Nadie me comprende." o "Nada podrá jamás saciarme.". Y ale. Sentenciado. Tú te quedas tan a gusto y los demás ponen cara de gran respeto hacia unas palabras a primera vista profundas pero que en su cabeza no son más que monos haciendo sonar unos platillos. 
O sea que todas las palabras que intentan expresar tu rabia o insatisfacción para/con el mundo, tu familia, tu pareja, tus vecinos, la cajera del Carrefour, o esa señal de Stop tan mal puesta, todo esas frases profundas, se convierten en simples atracciones de feria en la cabeza de tus oyentes. Y bueno, si eres sincero, y te escuchas cuando hablas, ciertamente suenan más como un chiste que como una expresión sincera de tus sentimientos reprimidos. No creo que a nadie le produzca realmente congoja el que una niña de cinco años diga: "nadie me comprende.", sino más bien algo de gracia. Y el que tú digas que "nadie ni nada pueden detenerte" no creo, sinceramente, que impida a tus padres prohibirte ir a una fiesta en tu adolescencia. Sin más. Más que palabras son sentencias. Pero sentencias para nada reales, sino más bien palomiteras, ficticias, anticuadas, jocosas. Que no tienen valor alguno. Nada. 
Así que no quejarse. Salid, infieles del mundo. Salid y gozad de todo aquello de lo que se os priva. Gozad de ser libres y de la certeza de estar vivos. Bailad, malditos. Bailad hasta que se os muera la vida, y se os congele el alma. Corred y quemad los caminos, derribad los muros, militad el tiempo, acorralad vuestros miedos. Y luego, sí, volved a vuestras casas, abrid una cerveza, tumbaros en el sofá y decid: "nada ni nadie podrán levantarme de aquí". 




26 de mayo de 2015

Descanso de estudiar

Menos mal que aún se aprecia el valor de las pequeñas cosas.

Puede que ahora mismo estemos recluidos en una isla, lejos de todo y de todos, y que hayamos arrasado con todas las barcas que nos podrían salvar de esta continua desidia.
Pero bien, yo he venido aquí a hablar de mi libro. Os resumo. Ya sé que estáis ahí, sentados, con el facebook en una mano, y los apuntes en la otra, y bueno, el “qué coño está diciendo ésta” en la cabeza, “estoy perdiendo el tiempo leyendo esta basura y ya he desaprovechado 5 segundos de estudio”.  Pero bueno, no es culpa vuestra. Reconozco que yo, y cada vez más, siento tal necesidad de poseer cosas, gente y tiempo, que me reiría si viniera a mí un genio y me regalara la mismísima felicidad eterna. Cuando meto la cabeza en un libro sabiendo que tengo un reloj que pone al tiempo contra mí, cada segundo que pierdo mirando por la ventana, me reconcome la conciencia. Si habéis leído hasta aquí, os felicito, puede que ya no aprobéis vuestro siguiente examen.

Pero una cosa, oye. Al lío que hay prisa. Si cada segundo de mi vida estuviera pensando en que he desaprovechado ese segundo, la vida sería una mierda. Pensando, rápidamente, las mejores cosas de la vida no necesitan ser medidas ni preparadas. Las mejores cosas, las que cuando te están pasando sientes que nada podría perturbarte en ese instante, y que cuando pasan, necesitas refugiarte en ellas si estás agobiado; esas cosas, son las que hacen que la vida sea menos estresante, irritante y desesperanzadora.

Sin embargo, ahora, el amor por las cosas tan tangibles que nos queman supera cualquier atisbo de aprecio por las pequeñas cosas. 
Por eso, solo he venido aquí para que separéis un minutito (60 segundos) la cabeza de los libros, el subrayador de los apuntes y el red-bull de vuestras bocas; y deciros, que algún día, cuando estéis asentados en vuestra acomodada vida de adultos de clase media, recordéis el rayito de sol que os despierta por las mañanas,  el olor a suavizante de vuestra camisa favorita, las cañas que os tomasteis con vuestros amigos del insti, de la universidad, del trabajo, la risa de vuestra madre, ponerse al sol en primavera, vuestro 'gogo' preferido de infantil, el acogedor tacto de vuestra cama al volver de fiesta, el zumo de naranja del desayuno, la mirada antes de un beso, la forma de correr tan graciosa de vuestro mejor amigo, la letra de vuestra canción favorita, la brisa en un día de calor inaguantable, el olor a palomitas calientes, el sonido del timbre del instituto, la primera palabra pronunciada por vuestro hermano pequeño, primo o hijo, el sonido del corazón contra el pecho en vuestro primer enamoramiento, las lágrimas de vuestra primera crisis emocional, el día que os quitasteis la bata de infantil para empezar primaria, la fotografía borrosa de vuestro antiguo grupo de amigos, o la melodía de vuestra serie de televisión favorita.
Y bueno, si consigo que recordéis esto para ese momento, entonces, sí , podré decir que: 'menos mal que aún se aprecia el valor de las pequeñas cosas'.

Bueno, y eso, ya. Seguid estudiando y dejad de leer estas basuras, joder.





17 de abril de 2015

Por una canción...


Ayer vi una película. En el final de ella, sonaba la canción ‘Just in time’ de Nina Simone. Mientras, una chica bailaba imitando a Simone en un concierto que había visto años atrás, y un chico la observaba y reía sentado en un sofá. La canción acompañaba al momento perfectamente. Y en ese instante no sabía si era la canción la que formaba parte del momento, o el momento el que formaba parte de la canción.

Y entonces empecé a pensar en las canciones que me gustan, las que de verdad me gustan, esas que como a alguien a quien te importa no le gusten, se te revuelve el estómago. Y me di cuenta de que la mayoría tenían su momento. El momento en el que estabas estudiando un domingo para el examen del lunes y te estabas desesperando, sudando, y al borde de un ataque de nervios delante de los jodidos apuntes, y llegaba tu padre con la guitarra y cantaba a Chavela Vargas. Y tú que no sabías qué narices era eso de la Llorona, irremediablemente tenías que agradecerle que te hiciera olvidar las putas integrales. Y ya está, a partir de entonces esa era una canción-momento. Una más de esas que vas a amar toda la vida y no solo por una voz rasgada, o una letra profunda.

Y ese otro día, en el que estás viendo una película con tus amigos, esos de cuando eres tan joven que de verdad piensas que son únicos y perfectos, y la película también va de eso, de amigos y gilipolleces, y suena una canción de David Bowie, y entonces la canción recorre tus pensamientos, y capta el momento como una polaroid. Otra canción-momento para el recuerdo.

O ese otro momento, en el que tienes seis años y suena La oreja de Van Gogh en el coche de camino al colegio, y cantas al ritmillo junto a tus padres porque, joder, ese año es un puto éxito y está en todos los lados la cancioncita. Pero bueno, puede que hasta los doce seas la mayor fan y todos tus momentos se reduzcan a eso, a momentos-canciones o viceversa.

Y ese bar ochentero en el que al principio te sientes como un intruso modernillo, pero al que vas porque tampoco hay tanto para elegir. Y entonces escuchas lo de “Dame una sonrisa de complicidad” o lo de “A quién le importa lo que yo haga”, y empiezas a saltar como un loco con tus amigos, y las cervezas se van amontonando, y ya no quieres salir del maldito bar porque los momentos son demasiado guays como para bailar reggaeton.

Y esa tarde oscura en la que no tienes ganas de hacer nada, y te pones a buscar canciones en spotify porque para qué vas a hacer cosas productivas. Y descubres LA canción perfecta para esa tarde. Y ya no es una tarde cualquiera.

O esos amigos artistas que tocan y cantan de una manera que te hace creer en que la música es la mejor y más eficaz arma, y entonces empiezan a cantar sobre dejarse llevar y aeropuertos y jugar al azar. Y ya sabes que ese momento estará para siempre en esa canción. Podrás escucharla cien veces en todos los lugares y situaciones posibles, y siempre te recordará a un verano granadino.

Y así, con cada una de las canciones que no puedes parar de escuchar sin recordar una cara, una puesta de sol, una farola, un color, una sonrisa, una voz, una habitación, una carcajada, un bar, un gesto. Una canción que no puedes olvidar, porque si te la roban, te quitan el momento, el recuerdo de tu vida, tu propia biografía.

Soy consciente del nivel de cursilería del discurso, pero cuanto más crezco más idiota me 
vuelvo. Solo sé que ahora amo a Nina Simone, y es por algo.








25 de marzo de 2015

La delgada línea entre el ser, y el querer ser, y el querer ser a cualquier costa


Siempre, a cada hora, soñaremos con un futuro incierto, de camillas de hospital, o bares de mala muerte, o clases de instituto, o juzgados, o edificios gubernamentales, o luces y cámaras, o partituras, o un ordenador sustituyendo a una máquina de escribir.  Y aún ni siquiera sabemos si viviremos para contarlo. Cada día que pierdes, la vida ha avanzado a un ritmo de 2x, y tu cabeza ya soñaba desde el 96 a 16x. Luchar, cantar y dormir es el resumen del hueco que queda entre el ser y el querer ser. Saber a ciencia cierta que tus libros y tus sueños sirven para algo es algo que no sabes hasta que ves a la parca.

No puedo vivir sin ti. No hay manera. 

Persona, cosa, idea o hierba, todo se reduce a creer que la vida se reduce a eso. Y no os encontraréis nunca satisfechos, porque la satisfacción es algo que solo puede alcanzar el que no quiere ser nada, y es por inercia. Vivir aparenta ser más fácil cuando ser a cualquier costa se encuentra por delante en tu lista de prioridades.

Y ahora piensas. Tu persona de referencia, la persona de tu vida sin saberlo, la que hace todo aquello que envidias, la persona por la que luchas, a la que sonríes, la persona que baila siempre en todas las fiestas, la que siempre cuenta esos chistes malos, la que te da buenos consejos, la que te los da malos, la que parece ser tu mejor amiga, la que trabaja en recepción, el conductor del autobús que coges todos los días, el autor de tu libro favorito, tu médico, el gordito de tu clase de primaria, el que te caía mal, las gemelas a las que siempre confundías, los novios que eran tan pegajosos, la profesora de la que no parabas de quejarte, el profesor al que adorabas por encima de tus posibilidades, cada una de las señoras que refunfuñaban en el autobús, el buenorro de los martes, la bailarina del ballet ruso que viste una vez, el cantante borracho y loco al que adorabas, tus compañeros del cole, del instituto, los de la universidad, tu novio, tu novia, tus amigos de paso, tus amigos de siempre, tus padres. ¿Solo eran, querían ser, o querían ser a cualquier costa? ¿De verdad las personas se dividen en tres categorías inútiles?

Somos simples. Son simples. Primero, quieres ser, luego ser a cualquier costa, y finalmente, eres; justo cuando te estabas empezando a dar cuenta de que nada ha merecido la pena. Te das cuenta de que todos han estado, están y estarán tan jodidamente perdidos como tú, solo que algunos lo esconden mejor que otros.






12 de marzo de 2015

Pero de verdad te quiero

Si las guerras dependieran de las dos palabras más odiadas de la tierra, seguramente nos hubiéramos extinguido. Cada persona de clase media, estudiante o trabajador, o rico, empresario, médico, cantante, presidente, o ¿sacerdote?, encuentran en estas letras un sin sentido ridículo, ansiado, extraño, incierto, pesado, oscuro, envenenado, animado, absurdo, prometedor, o incluso terrorífico. Por supuesto, hablamos de personas, y no podría ser de otra manera. Si fuera tan fácil ¿qué gracia tendría que en el Olimpo jugaran a los dados? Si los niños juegan creyendo más importante sus risas que un beso en la mejilla, los adolescentes se mofan inconscientemente de un algo absurdo, anticuado y ridículo, y los jóvenes se ciegan y sobrepasan el límite de sus lágrimas y sábanas, y los adultos pelean con la palabra tanto que la estrujan y la convierten en platos rotos y papel, y los ancianos vuelven a jugar creyendo que al fin y al cabo, la risa compensaba. Somos como niños, y jugamos a juegos de mayores, os diréis. Bueno, crecer nunca estuvo de moda. Y en el amor menos. Shakespeare, te quiero. 

Y luego diréis que somos cinco o seis. 

Y el amor juega a la ruleta rusa otra vez ¿Serás tú? Seguro, si todos somos reyes, todos somos esclavos de amar y ser amados.

Y ahora, el amor no existe, son los padres. Quizás, pero sigue pensando en sus ojos, y tú en su sonrisa, y tú ríete de sus chistes sin gracia otra vez, y tú finge una vez más que te encanta esa música horrenda. Hacedlo, de verdad. Me hacéis gracia cuando luego negáis ser presos de un Cupido estúpido y ridículo. 
Y la raza humana llora, de nuevo. Llora y ríe por eso. Qué cosita es. 






20 de febrero de 2015

Querido yo:

Veamos películas de Godard, y finjamos ser alguien que no somos.
No es que queramos adelantar o atrasar el reloj. Es que la vida es corta. O eso me dice todo el mundo. 
Caminemos descalzos por la calle, porque no sé, siempre he querido hacerlo, no se me ocurren razones.
Vayamos a un karaoke, hoy o mañana, pero si no vas a querer cantar desafinando, no vengas, que si no no me puedo reír de ti, contigo, eso.
Hagámonos pasar por famosos, tú la gabardina y las gafas de sol, y yo el vestido ese de Zara que parece de Elie Saab y los tacones de la suela roja.
Cojamos la cámara y fotografiemos a esos niños jugando en el parque de enfrente. Las fotos ya no se revelan, pero quedarían muy bien colgadas de la pared ¿no crees?
Recemos, no sé, nunca lo he hecho, será divertido; bueno, enriquecedor quería decir. Lo de confesarme no, eso ya sería demasiado. Estarás de acuerdo, espero.
Coge el coche. Vamos a París. Bueno, donde quieras, esta vez no te obligo. Pero no reserves hotel, que si no, vaya mierda de aventura.
Riámonos de la gente esa que se parece a sus perros. Ser educados es muy difícil en esos momentos, siempre me acabo poniendo roja, y es peor.
Juguemos otra vez al parchís, como cuando éramos pequeños. El ajedrez es para pensar, y no me apetece, qué quieres que te diga.
Robemos algo. No sé, ¿unas bragas de los chinos? Bueno, en los chinos mejor no.
Durmamos un día entero, 24 horas. Y luego no pensemos en que hemos perdido el tiempo, por favor.
Comamos con las manos. Sé que es raro, pero dime que nunca has querido hacerlo. Eso, y estirarme en la mesa son mis dos ambiciones más preciadas.
Bailemos ahí, bajo la lluvia. Lo sé, qué típico. Si no quieres, ya voy yo, y si me divierto te aguantas. Puede que me ponga mala, pero bueno, Gene Kelly estaría orgulloso.
Hablando de bailar, esas clase de claqué que siempre quisimos tomar, creo que ya va siendo hora.
Vayamos otra vez a aprender francés. A este paso el Je m'appelle se me va a olvidar, y el Je t'aime va a quedar obsoleto.
Bañémonos desnudos. En serio, a estas alturas ya la vergüenza ni tiene significado en mi diccionario.
Brindemos con champán. Sé que no me gusta pero siempre estará el champín.
Cierra la puerta, y escuchemos jazz. Hace mucho tiempo que no lo escucho, y solía encantarme.
Vayamos a pasear al parque. Y juguemos en los columpios. Lo echo de menos.
Y luego vayamos a la bolera. Ni un pleno ni un bolo si me apuras. Pero las risas son las risas.
Démonos un baño. Con lo de ahorrar agua, creo que ese concepto ya ni existía para mí.
Cerremos los ojos, y soñemos despiertos. Solo un poco. Vivir la vida será más fácil luego. O eso creo.
Tirémonos en paracaídas. ¿No tienes curiosidad? Odio las montañas rusas y las emociones fuertes, pero, qué mas da. Puestos a hacer algo, volar no tiene mala pinta.
Hablando de pinta, siempre he querido pintar sobre un óleo. Los grandes lo hacían, creo que podría salir un Miró de ahí.
Vivamos rápido y despacio a la vez. ¿Crees que es posible?







4 de febrero de 2015

Basado en hechos reales

La ficción no es ficción, sino una copia de una copia de una copia... no, en serio. He oído a gente decir que no le gusta ir al cine o leer libros porque no es algo real. Mi cara nunca tiene desperdicio en ese instante. Muchas veces olvidamos que somos nosotros mismos los creadores de todo eso. Que esas cosicas a las que llamamos arte, no se nos han puesto ahí por la Divina Providencia. Que si el ser humano se llama humano, es por eso, y un par de descubrimientos científicos. Que las historias que queremos reflejar en canciones, discos, o servilletas de papel, se basan en nuestras vidas. Que si un extraterrestre viaja a nuestro planeta, llora, o mata. Que si a un padre y a un hijo les llevan a un campo de concentración, el padre hace lo que sea para que su hijo no sufra. Que si una chica te gusta, tú le regalas los narcisos amarillos que hagan falta. Que si ves un cometa, pides un deseo. Que si juegas a encontrarte por París con una mujer, al final lo haces. Que si en una comarca unos hombrecillos encuentran algo muy poderoso (véase, un anillo), algunos no lo dejan escapar, y otros hacen lo que sea por el bien de los demás. Por el amor de Dios, si hasta en una galaxia muy lejana, en una ciudad llena de hombrecillos azules, y hasta bajo el mar, la gente se enamora.
Que mentirte en cada escena sería de mal gusto. Que los personajes son personas, y las historias, realidades. Que eso existe, que la ficción se fundamenta en la realidad, Que puede que la purpurina, la exageración o la pomposidad, sean eso, purpurina, exageración y pomposidad. Pero que cada sensación, cada lágrima, beso o grito de ficción, van siempre precedidos de una escena de nuestra vida. Una conversación en un bar, una mirada en el vagón del metro, un baile en una discoteca, una libreta de una clase de instituto, una caja de bombones en la sala de espera de una primeriza, una madre peinando a su hija, unos amigos discutiendo, unos niños jugando en el parque, una marca de pintalabios en la mejilla, un abrazo en el aeropuerto, una caricia en el pelo. Miles de recuerdos que no han necesitado ser escritos para ocurrir. Pero que ahí están. Iguales, clavados, de una manera u otra delante de tus narices, diciéndote: "mírame, estoy en forma de bits o papel, pero soy real, soy como tú y la gente que conoces". Todo está basado en hechos reales. Ah, y por favor, no me volváis a decir que es que todo es tan bonito en las películas, ¿acaso vuestra vida no lo es?