6 de noviembre de 2014

Nos sobran los motivos


Más que nada estamos aquí para amar. Para gritar. Para follar. Para sacar la mano por la ventanilla del coche. Para saltar sobre los charcos. Para tirarnos en la cama. Para lanzarnos en bomba a la piscina. Para aporrear la guitarra. Para silbar la Internacional. Para ponernos al sol en invierno. Para beber a morro. Para espiar al vecino por la ventana. Para reír. Para escuchar canciones con letras que no entendemos.  Para tirarnos vino en la camisa. Para despeinarnos con un beso. Para tragar agua de mar. Para marearnos al dar vueltas. Para caernos yendo en bicicleta. Para mojarnos bajo la lluvia. Para bailar canciones ochenteras. Para llorar cerrando los ojos. Para desabrocharnos los pantalones. Para poner el puk al móvil. Para mirarnos al espejo. Para acariciar unos rizos. Para ocultar las marcas del sol. Para secarnos las lágrimas con la manga de la camiseta. Para pisar arena mojada. Para estornudar. Para sudar bajo las sábanas. Para rozarnos con el zapato. Para aprender inglés nivel medio. Para reiniciar el ordenador. Para darle al botón equivocado en el ascensor. Para suspender el carnet de conducir. Para trasnochar. Para tragar humo. Para mirar fijamente la tele. Para dormir en el sofá. Para no hacer ruido con las palomitas. Para lavar el coche en la gasolinera. Para compadecernos de nosotros mismos. Para dar malos consejos. Para correr detrás de la policía. Para agobiarnos. Para ponernos rojos. Para sonreír delante de la cámara. Para llegar tarde. Para comer el postre. Para rascarnos la marca de los calcetines. Para crujir los dedos. Para mancharnos de tipp-ex. Para resbalarnos cuando nieva. 
O más que nada estamos aquí para vivir poquito a poco. Para evitar la cuchilla, los puentes, el monóxido de carbono, las pastillas y la cuerda. Para arriesgar. Para disfrutar. Para joder. Para darlo todo y después desvanecernos sin arrepentirnos de no haber vivido de puta madre.




24 de agosto de 2014

Sundays, bitch


¿Por qué me dejáis sola los domingos?

Es una sensación extraña, los domingos. Me río de mí misma, me deprimo, miro por la ventana con nostalgia, repaso las fotos que tengo en el móvil, bebo café con leche, veo comedias para no pensar en nada, y acabo odiando el humor absurdo. Pienso demasiado en la vida, en mi vida, en el pasado, destruyo cada recuerdo y lo reconstruyo en un afán desesperado por mejorarlo, me doy cuenta de mi soledad, de lo vacía que es en realidad mi vida, de lo mucho que odio el olor del rape, o el sonido del taladro del vecino, me desquicio y grito en silencio para no alarmar a la familia, después me doy cuenta de lo gilipollas que soy y escribo chorradas en twitter para llenar un poco mi vacío existencial. Y acabo por coger un papel lleno de planes sobre mi futuro y un boli sin estrenar, y sigo escribiendo mierdas sobre mi vida y esas cosas.
Qué putos son los domingos. Y qué reputos son sin compañía.




20 de agosto de 2014

Nosotros, vosotros y ellos

Y esa facilidad que tenéis para pedir un sorbete de limón, escuchar vuestra ópera favorita mientras arrasáis con una bolsa de patatas fritas, doblar la esquina de esa novela a modo de marcapáginas, caminar por la calle dando saltitos al ritmo de una canción del verano, comer melocotón mientras habláis del tiempo, sonreír falsa pero amablemente ante vuestra profesora de primaria, llorar delante de una pantalla de cine y escupir palomitas mal horneadas, colocaros el pelo detrás de la oreja despreocupadamente, desayunar cereales de marca blanca, salir con los amigos de diez a dos, ajustaros el tirante del sujetador o la goma del slip con pudor, saludar a desconocidos creyendo reconocer a vuestro primo segundo, tomar una copa de más mirando el reloj, girar el pomo de la puerta despacito al entrar en casa, ir de puntillas mientras os arrepentís de haber comprado unos zapatos tan baratos, resbalar en un escalón y levantaros riendo, contar chistes con poca gracia y poneros colorados, girar la vista para no tener que saludar, mirar el móvil mientras esperáis a que llegue un amigo, tocar las palmas a ritmo de cinco por ocho o desafinar una guitarra afinada, silbar para disimular que estáis borrachos, sonreír para no quedar mal ante el novio de la amiga de vuestra prima, leer las instrucciones de un juego de mesa para después inventaros las vuestras propias, rallar vuestro disco favorito y buscarlo rápidamente en spotify, mirar por la ventana para evitar hacer el trabajo de la facultad, sonreír horrorizados ante el corte de pelo de vuestro mejor amigo, llevar el pie al ritmo de esa canción de los ochenta, estornudar por el polvo que levantáis al sacar de la estantería vuestros cuadernos del colegio, agobiaros ante una semana con más exámenes que días, bailar en las bodas con un familiar que acabáis de descubrir que existe, golpear el mando de la televisión para que vuelva a funcionar, gritar desde la otra punta de la barra que si los demás quieren vaso para la cerveza, sentiros Dios al cruzar un semáforo en rojo en una calle desierta, grabar vuestras mejores carcajadas en un bar del centro, poner vuestra propia letra a una canción para describir vuestro aspecto a las seis de la mañana, fotografiar el aspecto del sol al anochecer en un ataque de inspiración tras ir al baño, ajustaros la correa del reloj un poco más fuerte cada día, acariciar una mejilla para demostrar que alguien os importa, meteros el pelo en los ojos durante un beso, sentir que hace frío y buscar la chaqueta más a mano, susurrar tonterías al oído para deshaceros de ese pesado, comer hamburguesas para dar por culo a la dieta, pensar que el exterior no lo es todo pero ayuda, imaginar que o acabaréis locos, o bohemios, o enamorados, o trabajando en el Carrefour, predicar con el ejemplo a vuestros hermanos pequeños acabando las frases con un ´joder´, agitar los brazos cuando veis que se van a cargar al protagonista de la película, mirar a los ojos en señal de atención o insatisfacción sexual, pegar un portazo e iros a tirar la basura, saber que a pesar de todo, sois, somos humanos.











16 de junio de 2014

Gracias



Época estival, desde luego. Verano de nuestras vidas, por favor. Inicio del adult(erio), sin duda. Placer sin compromiso, sí amigos.

La generación del desastre, nuestra generación, la del botellón y la de 'Lizzie McGuire', sale de su reducto para bachilleres con acné y empieza a comerse el mundo. El gorro al aire, las pegatinas a la basura, el mezcal con mucha sal, y se da comienzo a la verdadera juventud al más puro estilo 'Trainspotting'.
Pero no es más lo que nos queda por descubrir, destrozar, exprimir, experimentar y twittear, que lo que dejamos atrás. Si la mucha tontería que desprendemos por la piel, la empleamos en mirar atrás y echar de menos, nos podrían echar de nuestro grupo de amigos por exceso de gilipollez congénita.
Ahora bien, si damos unas vueltas por nuestra vida durante cinco minutos, y pensamos en todas las anécdotas que podemos recordar al momento; eso, eso no será melancolía o nostalgia injustificadas, sino una cura para todo lo que se nos viene encima.
Yo, por mi parte, decir que mi vida ha pasado de ser una mierda a ser una fiesta de una manera continuada. Los momentos y personas se agolpan en mi mente como la espuma de una caña recién tirada.
No puedo más que agradecer a esos niñatos (todos lo éramos, recordad) que ponían seudónimos a las personas que les gustaban, que lo único que disfrutaban del comedor era el postre, que inventaban coreografías para las canciones del  verano, que veían telenovelas a la hora de comer (unos más que otros), y se morían por quedar un viernes en el parque de al lado del colegio.
No puedo más que agradecer a esos amigos que iban los viernes a tomar un café, que salían al cine una vez a la semana, que soñaban con ser artistas, que sacaban cincos por poner más de lo que les pedían en un examen.
No puedo más que agradecer a esos músicos chiflados que me hacen parecer menos loca, que cantan por las esquinas, que recitan a Calderón de la Barca, que me hacen llorar con solo escucharles, que me hacen reír hasta morir y creer en que salir de fiesta no es solo escuchar a David Guetta.
No puedo más que agradecer a esos amigos que han hecho de un nombre compuesto lo más grande que me haya podido imaginar (MC), que me han hecho sonreír cuando mi gilipollez era tal que lloraba porque me habían puesto un negativo, que me han hecho creer que la biología puede ser divertida si sabes lo que significa el adenosín trifosfato, y que las tardes en un bar con ellos no tienen nada que envidiarle a un guión de 'Cómo conocí a vuestra madre'.
Y, por supuesto, no puedo más que agradecer a todos aquellos que no se han dado aún por aludidos ante estas líneas; porque, si habéis llegado hasta aquí después de todo este rollazo, es que también me llevo un pedazo de vosotros para siempre.


Solo puedo decir que espero la caña del reencuentro con impaciencia. Siempre.

Y gracias.



20 de abril de 2014

Los desdichados

Un día más para ellos es un día menos. No hay que tratar de entenderlo. La vida no puede entenderse. Solo hay que tratar de sobrevivir, poco a poco, como cada persona hace cuando la realidad le da una bofetada en la cara y le dice que despierte. Pero ahí siguen. Muertos del asco, saboreando un triunfo que aún no han conseguido, celebrando un amor que nunca han experimentado.

Y entre tanto, los desdichados sueñan por las esquinas, desaparecen debajo de un tren, y recorren las calles bajo la lluvia. Una y otra vez, por los siglos de los siglos. Y parece mentira, que los desdichados, son los enamorados, y los que no quieren admitir que la vida les ha ganado el pulso, y los que sueñan despiertos y dibujan siluetas en el vaho de la ventana, y los que lanzan besos al aire y fuman sin compromiso, y los que roban almas a hurtadillas y se van siempre antes de que puedan descubrirles, y los que morirían por una persona de la que apenas conocen su reflejo, y los que prefieren apurar la copa antes de pedir la cuenta, y los que tiemblan sin que haga frío y cierran los ojos sin sueño, y los que no distinguen la mañana de la noche, y los que andan siempre con banda sonora, y los que creen en lugares sin verlos, y los que se revolucionan con una mirada fugitiva y una mueca sin destinatario, y los que prefieren despeinado a emperifollado, y los que prefieren choque de labios a choque de piernas, y los que descubren que la vida ha pasado en una sala con pantalla gigante, y los que caminan despacito y se giran después de haberse despedido, y los que saludan con la mirada y se quedan sin palabras, y los que convierten los silencios en fantasías de una vida, y los que edulcoran el café hasta el suicidio, y los que quieren llorar y no pueden, y a los que la mente les dice que sean amigos, y a los que el alma les dice que destrocen la cama. Esos.

Esos son los desdichados.






19 de enero de 2014

Cosas que hacen que la vida merezca la pena

Más bien, se podría decir: "pequeñas cosas inútiles que hacen que la vida merezca la pena, y que por eso mismo, se convierten repentinamente en útiles e indispensables". Pero bueno, es un título demasiado largo para una entrada tan insignificante e inútil como esta, que probablemente hubiera echado para atrás a la mayoría de los lectores que os preguntabais que "cosas" son las que realmente merecen la pena, y como una persona como yo, en los tiempos que corren, se atreve a publicar una lista de cosas inservibles y sin un significado más allá del emocional. Pues sí, tengo mi lista. 

Pequeñas cosas inútiles que hacen que la vida merezca la pena, y que por eso mismo, se convierten repentinamente en útiles e indispensables:

1. Una frase de una canción folk de los 60.
2. Un verso de un poema de Bécquer, Whitman, Rimbaud, Baudelaire, Kerouac, Lorca, Neruda o Cortázar.
3. Diez compases de cualquier obra de Bach, Mozart, Beethoven o Tchaikovsky.
4. El sonido de un amigo riendo a carcajadas.
5. Una sorbo de una taza de café (con leche).
6. Una escena acompañada de jazz en una película de Woody.
7. Una gota de sangre en cualquier escena de Tarantino.
8. Una calle de Montmartre.
9. El ritmo de una canción de la Movida.
10. La di da, la di da, la la.

Podría parecer banal. Y lo es. Desde luego que tengo una lista de cosas mucho más trascendentales, pero no me interesan. Estas son las cosas, que, ahora mismo, me ayudan a vivir y a creer, que más allá de las mentiras, el rencor, la codicia, la injusticia, el temor, las desgracias, los desengaños, la depresión, las difamaciones o la inseguridad, existen ciertas cosas improductivas, insignificantes y pueriles que le dan sentido a la vida.

Y no, no me digáis que no tenéis una lista.