22 de julio de 2015

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

"No creo en nada ni en nadie."
Reflexionemos un momento. Nada es nada y nadie es nadie. No creer en nada significa creer en algo, y ese algo es la nada. No creer en alguien significa creer en alguien, y ese alguien es el nadie.
"Nada ni nadie pueden detenerme."
A ver. Sí pueden detenerte. Nada y alguien pueden detenerte. No es que sean dos algos, en realidad son dos nadas. Dos nadies. Dos vacíos.
"Nadie sabe nada."
¿Entonces ese nadie sabe algo acerca de esa nada?

Podría seguir pero nada contribuiría más a la exasperación que os está produciendo leer estas mierdas.

Así que más o menos he empezado a escribir porque me aburría y lo primero que se me ha pasado por la cabeza ha sido esa primera frase de protagonista/héroe/galán/villano de película: "No creo en nada ni en nadie". Y de ahí, he tirado para adelante. Sin más.
Lo que yo de verdad quería deciros es la maravillosa tranquilidad con la que soltamos frases de héroe o más bien de abuelito frustrado tales como: "A nadie le importan mis desgracias" o "Nadie me comprende." o "Nada podrá jamás saciarme.". Y ale. Sentenciado. Tú te quedas tan a gusto y los demás ponen cara de gran respeto hacia unas palabras a primera vista profundas pero que en su cabeza no son más que monos haciendo sonar unos platillos. 
O sea que todas las palabras que intentan expresar tu rabia o insatisfacción para/con el mundo, tu familia, tu pareja, tus vecinos, la cajera del Carrefour, o esa señal de Stop tan mal puesta, todo esas frases profundas, se convierten en simples atracciones de feria en la cabeza de tus oyentes. Y bueno, si eres sincero, y te escuchas cuando hablas, ciertamente suenan más como un chiste que como una expresión sincera de tus sentimientos reprimidos. No creo que a nadie le produzca realmente congoja el que una niña de cinco años diga: "nadie me comprende.", sino más bien algo de gracia. Y el que tú digas que "nadie ni nada pueden detenerte" no creo, sinceramente, que impida a tus padres prohibirte ir a una fiesta en tu adolescencia. Sin más. Más que palabras son sentencias. Pero sentencias para nada reales, sino más bien palomiteras, ficticias, anticuadas, jocosas. Que no tienen valor alguno. Nada. 
Así que no quejarse. Salid, infieles del mundo. Salid y gozad de todo aquello de lo que se os priva. Gozad de ser libres y de la certeza de estar vivos. Bailad, malditos. Bailad hasta que se os muera la vida, y se os congele el alma. Corred y quemad los caminos, derribad los muros, militad el tiempo, acorralad vuestros miedos. Y luego, sí, volved a vuestras casas, abrid una cerveza, tumbaros en el sofá y decid: "nada ni nadie podrán levantarme de aquí".