13 de febrero de 2016

Idiotas sin futuro

Hacía tiempo que no oía hablar a nadie que fuera digno de ser considerado soñador. Según la RAE, que para estas cosas es la puta ama:

Soñador, ra  Del lat. somniātor, -ōris.
1. adj. Que sueña mucho.
2. adj. Que cuenta patrañas y ensueños o les da crédito fácilmente. 
3. adj. Que discurre fantásticamente, sin tener en cuenta la realidad. 

A pesar de venerar a todos los entendidos en lengua castellana, no puedo más que entrar en desacuerdo con esta mierda de definición, que deja totalmente de lado el ámbito más humano del calificativo de soñador.

Un soñador debería ser toda persona que se atreviera a pensar y a vivir la vida según los dictados de su propia mente, que viviera el presente y creara su futuro de acuerdo a sus propias convicciones como un artista crea el borrador de su obra. Y bueno, poco más. En el lenguaje popular podemos encontrar sinónimos como “muerto de hambre, idiota sin futuro, persona sin recursos, parado que no da un palo al agua, loco egocéntrico, gilipollas que siempre está en las nubes, rarito, friki, artista de poca monta, …”.

Pero, sin embargo, no creo que haya persona que sea más envidiable en el mundo que un soñador, de los de verdad, no de esos pseudotontos que un día deciden hacer un “simpa” para experimentar. Y bueno, que vaya gozada haber nacido un soñador de los que no se preocupan por las críticas, por las malas caras, por el agujero en el bolsillo, por los ojos entornados, por el no en un bar a las 5 de la mañana, por los calcetines de colores que asoman por encima de las botas, por el rímel corrido, por los corazones rotos al irse de Erasmus, por la depilación láser, por el futuro incierto y el trabajo casi gratis, por las recuperaciones en verano, por el amor no recíproco, por las ojeras y los ojos rojos, por levantarse a las seis de la mañana, por beber diez copas de más, por la gotas de lluvia en las gafas, por las arrugas de la camisa, por la pareja a los veinte, la casa a los ventipocos, los hijos a los treinta, la jubilación a los setenta, o la muerte repentina. Y, en fin, que se preocupan tan poco por las gilipolleces a las que los demás les damos relevancia vital, que viven casi al borde de la muerte sin morir, experimentando las situaciones cotidianas a un nivel que la mayoría ni podríamos imaginar.

Y todo esto viene de que yo estaba ayer en algún lugar de mierda probablemente, y descubrí a un soñador de los de verdad. Y habló de muchas cosas de las cuales filtré la mitad porque mis conocimientos socioculturales aprendidos desde mi infancia me decían que era un rarito, un excéntrico y un muerto de hambre, pero sé que me dijo que persiguiera mis sueños. Joder, con lo bien que estaba yo, allí, viviendo mi vida socialmente aceptable y acomodada, y llega un mierdas y me dice que no, que mi existencia es un error 404 not found. Y según hablaba me di cuenta de que era de los de verdad, nada de loco ni egocéntrico, sino soñador según la definición más radical del término. Así que me quedé allí, escuchando sus tonterías durante quizá demasiado tiempo, sabiendo que todo lo que decía lo sentía de verdad, y que quizás yo nunca pudiera llegar a vivir nada de lo que él me contaba. Me dieron ganas de salir de allí, empezar a dejar de buscarme la vida de acuerdo a la situación económica mundial, y ser lo que de verdad sería si mi vida fuera una película de Godard. Pero luego me di cuenta de que tenía que marcharme corriendo a seguir estudiando y me despedí del soñador con una risa de complicidad y poco más.

Y nada, yo que me considero amante de la vida y esclava de la realidad aplastante, solo tengo como aspiración en la vida llegar a ser una pseudotonta que un día decide hacer un “simpa” para experimentar. Y es una putada.



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